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Read Ebook: From Dixie to Canada: Romances and Realities of the Underground Railroad by Johnson H U Homer Uri

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Ebook has 81 lines and 5113 words, and 2 pages

BIBLIOTECA de LA NACI?N

GEORGE ELIOT

SILAS MARNER

BUENOS AIRES

Derechos reservados.

Imp. de LA NACI?N.--Buenos Aires

SILAS MARNER

En los tiempos en que las ruecas zumbaban activamente en las granjas, en que las mismas grandes damas, vestidas de sedas y encajes, ten?an sus peque?as ruecas de encina lustrada, a veces se ve?a, ya sea en los caminos de los distritos apartados, ya sea en el seno profundo de las colinas, a ciertos hombres p?lidos y enclenques que, comparados con las gentes vigorosas de los campos, parec?an ser los ?ltimos vestigios de una raza desheredada.

El perro del pastor ladraba furioso cuando uno de esos hombres de fisonom?a extra?a aparec?a en las alturas, y su fisonom?a extra?a se destacaba negra sobre el cielo, en el ocaso breve del sol de invierno; porque, ?a qu? perro no incomoda una persona encorvada bajo el peso de un fardo? Y aquellos hombres p?lidos rara vez sal?an de su aldea sin aquella carga misteriosa.

El propio pastor, bien que tuviera buenas razones para creer que la bolsa s?lo conten?a hilo de lino, si no largas piezas de lienzo tejidas con ese hilo, no estaba muy seguro de que aquel oficio de tejedor, por indispensable que fuera, pudiera ejercerse sin el auxilio del esp?ritu maligno.

En aquella ?poca remota, la superstici?n acompa?aba a todo individuo o a todo hecho un tanto extra?o. Y para que una cosa pareciera tal, bastaba que se repitiera peri?dica o accidentalmente, como las visitas del buhonero o del afilador.

Nadie sab?a d?nde viv?an aquellos hombres errantes, ni de qui?n descend?an; y, ?c?mo podr?a decirse qui?nes eran, a menos de conocer a alguien que supiera qui?nes eran su padre y su madre?

Para los campesinos de anta?o, el mundo, m?s all? del horizonte de su experiencia personal, era una regi?n vaga y misteriosa. Para su pensamiento, que se hab?a quedado estacionario, una vida n?mada era una concepci?n tan obscura como la existencia, durante el invierno, de las golondrinas que volv?an en primavera. Pero el extranjero que se establec?a definitivamente entre ellos, si proced?a de una regi?n lejana, no dejaba nunca de ser mirado con un resto de desconfianza. Esta circunstancia hubiera hecho que las gentes no se sorprendieran absolutamente, en el caso de que cometiera un crimen despu?s de largos a?os de conducta inofensiva, particularmente si ten?a cierta reputaci?n de instruido, o si demostraba cierta habilidad en un oficio.

Todo talento, ya sea en el uso r?pido de este instrumento de dif?cil manejo, la lengua, ya sea en alg?n otro arte poco familiar a los campesinos, era en s? mismo sospechoso; las gentes honradas, nacidas y criadas bajo la vista de todos, no eran, por lo general, ni muy instruidas ni muy h?biles--por lo menos su ciencia no se extend?a m?s all? de los signos del cambio del tiempo--, y los medios de adquirir rapidez o habilidad en un arte cualquiera eran tan desconocidos, que esos talentos parec?an tener algo de sortilegio. De ah? que esos tejedores dispersos--emigrados de la ciudad al campo--, eran considerados durante toda su vida como extranjeros por sus vecinos campesinos, y contra?an generalmente los h?bitos exc?ntricos, inherentes a una existencia solitaria.

En los primeros a?os del siglo pasado, uno de esos tejedores, llamado Silas Marner, ejerc?a su profesi?n en una choza construida de piedra, situada en medio de cercos de avellanos, cerca de la aldea de Raveloe, y no lejos de los bordes de una cantera abandonada. El ruido vago de su telar, tan diferente del trote natural y alegre de la m?quina de cerner o del ritmo m?s simple del trillo de mano, ejerc?a un encanto casi terrible sobre los chicos de Raveloe, que con frecuencia dejaban de ir a recoger avellanas o buscar nidos, para ir a mirar por la ventana de la choza. El movimiento misterioso del telar les inspiraba cierto temor respetuoso; sin embargo, ese temor era compensado por un sentimiento agradable de superioridad desde?osa que sent?an, burl?ndose de los ruidos alternados de la m?quina, as? como del tejedor, cuya actitud se parec?a a la del preso empleado en el molino de la disciplina.

A veces suced?a que Marner, al detenerse para arreglar alg?n hilo irregular, notaba la presencia de los chicuelos. Aunque fuera avaro de su tiempo, le desagradaba tanto que lo importunaran aquellos intrusos, que bajaba de su telar, abr?a la puerta y fijaba en ellos una mirada que bastaba siempre para nacerlos huir asustados. Porque, ?c?mo podr?an creer que aquellos ojos negros y saltones del p?lido rostro de Silas Marner no vieran en realidad claramente m?s que los objetos muy pr?ximos? ?C?mo no creer m?s probable, que su mirada fija y espantosa pudiera darle un calambre, el raquitismo a todo ni?o que se quedara atrasado?

Quiz? les hab?an o?do decir a sus padres, a medias palabras, que Silas Marner pod?a curar el reumatismo si quer?a, y agregar, m?s misteriosamente a?n, que, si se sab?a captarse a aquel diablo, pod?a evitar los gastos de m?dico.

Tales ecos extra?os y retardados del antiguo culto del demonio podr?an ser notados todav?a en nuestros d?as por quien escuchara hablar a los campesinos de cabellos blancos; porque el esp?ritu inculto asocia dif?cilmente la idea de poder con la bondad.

La concepci?n obscura de un poder del que se puede conseguir, mediante mucha persuasi?n, que se abstenga de hacer da?o, es la forma que el sentimiento de lo invisible crea m?s f?cilmente en el esp?ritu de los hombres que han estado siempre m?s urgidos por las primeras necesidades, y cuya vida de duro trabajo no ha sido nunca iluminada por el entusiasmo de ninguna fe religiosa.

El dolor y el infortunio ofrecen a esas gentes un dominio de posibilidades mucho m?s vasto que el de la alegr?a y el placer; el campo de su imaginaci?n es casi est?ril en im?genes que alimenten los deseos y las esperanzas, mientras que est? cubierto de recuerdos que son el eterno pasto del temor. <>, le preguntaron a un viejo campesino que estaba muy enfermo y que hab?a rechazado todos los alimentos que su mujer le hab?a ofrecido. <> Su g?nero de vida no hab?a despertado en ?l ning?n deseo de evocar el fantasma del apetito.

Y Raveloe era un lugar en que muchos antiguos ecos se hab?an retrasado, sin que los ahogaran las voces nuevas. No es que fuera una de esas parroquias est?riles, relegadas en los confines de la civilizaci?n, en las que viv?an los flacos carneros y escasos pastores. Por el contrario, era una aldea situada en la rica llanura central del pa?s que nos complacemos en llamar la Alegre Inglaterra, en la que hab?a granjas que, consideradas del punto de vista espiritual, pagaban al clero diezmos muy deseables. Pero estaba situado en una hondonada tranquila y poblada de bosques, a una buena hora de todo camino para jinetes, en un sitio a que no pod?an llegar ni los toques del cuerno de la diligencia, ni los ecos de la opini?n p?blica.

Era Raveloe una aldea de aspecto importante, en el coraz?n de la cual se alzaban una bella y antigua iglesia, con un vasto cementerio, as? como dos o tres grandes edificios construidos de piedra y ladrillo, cuyos techos estaban adornados con veletas y los huertos bien cercados de paredes. Esas habitaciones estaban situadas junto al camino, y sus fachadas se ergu?an con m?s majestad que el presbiterio, cuya cima emerg?a en medio de los ?rboles, del otro lado del cementerio. Raveloe era una parroquia que indicaba en seguida la categor?a de sus principales habitantes. Informaba al ojo experimentado que no hab?a gran parque ni castillo en el vecindario, pero que contaba con varios jefes de familia que pod?an, a su capricho, malbaratar sus tierras, sacando, sin embargo, en aquellos tiempos de guerra, bastante dinero de su mala explotaci?n, como para llevar vida holgada y celebrar alegremente las fiestas de Navidad, de la de Pentecost?s y de Pascuas. Hac?a ya quince a?os que Silas Marner viv?a en Raveloe. No era, cuando all? lleg?, m?s que un joven p?lido, de ojos negros, salientes y miopes, cuya fisonom?a no hubiera tenido nada de extra?o para gentes de cultura y experiencia comunes; pero para los campesinos, entre los que hab?a ido a establecerse, ten?a algo de particular y misterioso que respond?a a la naturaleza excepcional de su profesi?n, y a su llegada de una regi?n desconocida, llamada <>.

No buscaba nunca a hombre ni a mujer como no fuera para las necesidades de su profesi?n, o a fin de proporcionarse lo que necesitaba, y las mozas de Raveloe pronto se persuadieron de que jam?s obligar?a a ninguna a casarse con ?l contra su voluntad, tal cual si las hubiera o?do declarar que no se casar?an nunca con un muerto resucitado.

Esta manera de considerar la persona de Marner no era otro motivo que la palidez de su rostro y sus ojos singulares, porque Jacobo Rodney, el matador de topos, afirmaba lo que sigue: Una tarde, al volver a su casa, hab?a visto a Silas apoyado contra una cerca, con el pesado fardo al hombro, en lugar de colocarlo sobre la cerca, como hubiera hecho un hombre que estuviera en su juicio; despu?s, al acercarse, vio que los ojos del tejedor estaban inm?viles como los de un muerto; en seguida le habl?, lo sacudi? y not? que sus miembros estaban r?gidos, y que las manos apretaban el saco como si fuesen de hierro; pero, precisamente en el momento en que acababa de convencerse de que Marner estaba muerto, ?ste recobr? sus sentidos, le dio las buenas noches y se march?.

Rodney juraba que hab?a sido testigo de todo esto; y era tanto m?s cre?ble cuanto que agregaba que la cosa hab?a sucedido el mismo d?a en que hab?a ido a cazar topos en la sierra del squire Gass, all? cerca del viejo foso de los aserradores.

Algunas personas dec?an que Marner deb?a haber tenido un <>, palabra que parec?a explicar cosas de otro modo incre?bles; pero el se?or Macey, gran argumentador y chantre de la parroquia, sacud?a la cabeza con incredulidad, y preguntaba si se hab?a visto nunca a nadie perder sus facultades sin que rodara al suelo. Un ataque era una par?lisis, no cab?a duda, y era propio de la par?lisis privar en parte a un individuo del uso de sus miembros, quedando a cargo de la parroquia, si no ten?a hijos para ir en su ayuda.

No, no; una par?lisis no deja a un hombre firme sobre las piernas, como un caballo entre las varas de un carro, ni le dejar?a luego marcharse, as? que se le pudiera decir <> Pero quiz? hubiera algo as? como que el alma del hombre, que se librara del cuerpo, saliera y entrara, lo mismo que un p?jaro que sale y vuelve a su nido. As? era como las gentes se volv?an muy instruidas, porque libres entonces de su envoltura corporal iban a la escuela de los que pod?an ense?arles m?s cosas de las que sus vecinos pod?an aprender con ayuda de sus cinco sentidos y del pastor. Y, ?d?nde hab?a adquirido maese Marner su conocimiento de las plantas y tambi?n el de los hechizos, cuando se le ocurr?a darlos? No hab?a nada en lo que contaba Jacobo Rodney capaz de sorprender a los que hab?an visto c?mo Marner hab?a curado a Sally Oates, y la hab?a hecho dormir como un ni?o, cuando el coraz?n de aquella mujer lat?a como para partirle el pecho desde hac?a dos meses y m?s que la asist?a el doctor. Marner era capaz de curar otras personas si quer?a; en todo caso era bueno hablarle, con suavidad, siquiera para evitar que hiciera da?o.

A ese temor vago deb?a Marner en parte el estar al abrigo de las persecuciones que su singularidad hubiera podido atraerle; pero m?s a?n lo deb?a a una circunstancia particular. El viejo tejedor de Tarley, parroquia pr?xima a Raveloe, hab?a muerto; por lo tanto, la profesi?n de Silas, cuando se estableci?, hizo que fuera el bien venido para las m?s ricas se?oras de los alrededores, y aun para las campesinas m?s previsoras, que ten?an, al fin del a?o, su peque?a provisi?n de hilo.

La utilidad que le reconoc?an, hubiera neutralizado toda repugnancia o toda sospecha a su respecto, que no fuera conformada por falta en la calidad o cantidad del tejido que les hac?a.

Transcurrieron los a?os sin producir ning?n cambio en la impresi?n que causara en los vecinos, a no ser el paso de la novedad a la costumbre. Al cabo de quince a?os, las gentes de Raveloe dec?an de Marner exactamente las mismas cosas que al principio; no las dec?an tan a menudo, pero cre?an tan firmemente en ellas cuando les acontec?a decirlas. Los a?os s?lo hab?an agregado un hecho importante, a saber: que maese Marner hab?a juntado en algunas partes una bonita suma de dinero, y que si quisiera podr?a comprar los bienes de los que se daban m?s importancia que ?l.

Pero, mientras que la opini?n p?blica hab?a permanecido casi estacionaria a su respecto, y que los h?bitos cotidianos no hab?an presentado cambios apreciables, la vida interior del tejedor hab?a tenido su historia o su metamorfosis, como la vida interior de toda naturaleza ardiente, que ha buscado la soledad o que ha sido condenada a ella, debe tener necesariamente la suya. Su existencia, antes de su llegada a Raveloe, hab?a estado llena por el movimiento, la actividad del esp?ritu y las relaciones ?ntimas que en ese tiempo, como en nuestros d?as, distingu?an la existencia de un artesano incorporado desde temprano en una secta religiosa, de miras estrechas, en que el laico m?s pobre tiene probabilidades de hacerse notar por el talento o la palabra, y en la que por lo menos influye su voto silencioso en el gobierno de la comunidad.

Marner era muy estimado por aquel peque?o mundo que, para sus miembros, constitu?a el Patio de la Linterna. Se le consideraba como un joven de vida ejemplar y de una fe ardiente; y un inter?s popular se hab?a concentrado siempre en ?l, despu?s que en una reuni?n piadosa hab?a ca?do en un estado misterioso de rigidez y de insensibilidad, estado en que hab?a permanecido una hora o m?s, y que hab?a cre?do fuera la muerte.

Si se hubiera tratado de darle a aquel fen?meno una explicaci?n m?dica, aquello hubiera sido considerado por el mismo Silas, por el pastor y los dem?s miembros de la congregaci?n, como un abandono voluntario del significado espiritual, que pod?a explicar el hecho. Silas era evidentemente un hermano elegido para un ministerio particular, y bien que los esfuerzos para interpretar su naturaleza fueran desalentados por la ausencia de toda visi?n espiritual durante su ?xtasis exterior, sin embargo, cre?a como los dem?s que el resultado se manifestaba en su alma por un aumento de luz y de fervor.

Un hombre menos sincero que Marner se hubiera sentido tentado a crear en seguida una visi?n que tuviera apariencias de remembranza, y un esp?ritu menos sano hubiera podido creer en semejante creaci?n. Pero Silas era a la vez sano de esp?ritu y honrado; s?lo que en ?l, como en muchos hombres fervientes y sinceros, la cultura intelectual no hab?a trazado un curso particular al sentimiento religioso, de manera que ?ste se esparc?a por la v?a reservada a la investigaci?n y a la ciencia.

Hab?a heredado de su madre un cierto conocimiento de las plantas medicinales y de su preparaci?n, peque?o caudal de sabidur?a que ella le hab?a transmitido como un legado solemne. Sin embargo, desde hac?a algunos a?os ten?a dudas respecto al derecho de usar de aquella ciencia, creyendo que las plantas no pod?an hacer ning?n efecto sin el rezo y que el rezo deb?a bastar sin las plantas; as? es que sus delicias hereditarias de vagar por los campos para recoger la digital, el ac?nito y el mastuerzo, comenzaron a revestir ante sus ojos las formas de la tentaci?n.

Entre los miembros de su iglesia se encontraba un joven algo mayor que ?l, con el que viv?a desde hac?a tiempo en una amistad tan ?ntima, que los hermanos del Patio de la Linterna ten?an la costumbre de llamarlos David y Jonat?s. El verdadero nombre de ese amigo era William Dane. El era considerado igualmente como un modelo de piedad juvenil, bien que estuviera dispuesto a mostrarse un tanto severo con los hermanos m?s j?venes que ?l, y a deslumbrarse tanto con sus propias luces, que se cre?a m?s sabio que sus maestros.

Pero, sea cuales fueran las imperfecciones que otros descubrieran en William, en el esp?ritu de su amigo era perfecto, porque Marner era una de esas naturalezas impresionables y que dudan de s? mismas que, en la edad de corta experiencia, admiran la autoridad y se forman un apoyo en la contradicci?n.

La expresi?n de sencillez confiada de la fisonom?a de Marner--expresi?n realzada por la ausencia de observaci?n propia, por la mirada sin defensa, mirada de ciervo, que pertenece a los grandes ojos prominentes--formaba un contraste chocante con la represi?n voluntaria de la satisfacci?n interior, que se disimulaba apenas en los peque?os ojos oblicuos y en los labios contra?dos de William Dane. Uno de los temas de la conversaci?n m?s frecuente entre los dos amigos, era la certidumbre de esa salvaci?n: Silas confesaba que no pod?a llegar nunca m?s que una mezcla de esperanza y de temor, y escuchaba a William con una admiraci?n llena de deseo, cuando ?ste declaraba que hab?a tenido siempre la convicci?n inquebrantable de su salvaci?n, desde que en la ?poca de su conversaci?n, hab?a so?ado que las palabras <> se presentaban ante sus ojos sobre una p?gina blanca de la Biblia abierta. Di?logos as? han ocupado a m?s de una pareja de tejedores, de rostro p?lido, cuyas almas incultas parec?an peque?as criaturas recientemente aladas, revoloteando abandonadas en el crep?sculo.

Hab?ale parecido al confiado Silas que su amistad no se hab?a enfriado, aun despu?s que un nuevo afecto, de naturaleza m?s ?ntima, hab?a brotado en su coraz?n.

Desde hac?a algunos meses estaba comprometido con una joven sirvienta y los dos no esperaban para casarse m?s que el momento en que sus econom?as fueran bastante grandes. Silas ten?a vivo placer en que Sara no hiciera ninguna objeci?n a la presencia accidental de William durante sus entrevistas de los domingos. Fue en esa ?poca de su vida que tuvo lugar el ataque de catalepsia durante la reuni?n piadosa. Entre las preguntas y las muestras de inter?s que los miembros de la congregaci?n le dirigieron o le expresaron, s?lo la opini?n sugerida por William estuvo en desacuerdo con la simpat?a general, demostrada a un hermano as? elegido para un ministerio particular. Hizo observar que, a su entender, aquel ?xtasis m?s bien se parec?a a una manifestaci?n de Satan?s, que a una prueba del favor divino, y exhort? a su amigo a que buscara si no ocultaba nada maldito en su coraz?n.

Silas, sinti?ndose obligado a aceptar la censura y la advertencia como un servicio fraternal, no tuvo ning?n resentimiento. S?lo sinti? al ver las dudas que William alimentaba a su respecto. A esto vino a agregarse una cierta inquietud, cuando descubri? que la conducta de Sara para con ?l comenzaba a traicionar una extra?a fluctuaci?n: ora hac?a esfuerzos para demostrarle mayor afecto, ora dejaba notar signos involuntarios de repulsi?n y de hast?o. Silas le pregunt? si deseaba romper su compromiso; pero ella dijo que no; el compromiso era conocido en la iglesia y hab?a sido confirmado en las reuniones piadosas. Para romperlo hubiera sido necesario hacer una encuesta severa, y Sara no ten?a ninguna raz?n que dar, que pudiera ser sancionada por el sentimiento de la comunidad.

Por esa ?poca, el decano de los di?conos cay? gravemente enfermo. Como era viudo y sin hijos fue cuidado noche y d?a por los hermanos y hermanas m?s j?venes de la comunidad. Silas y William iban con frecuencia a velar durante la noche, reemplazando el uno al otro a las dos de la ma?ana. El anciano, contra lo que todos cre?an, parec?a estar en v?as de salvarse, cuando una noche Silas, sentado a la cabecera del enfermo, not? que la respiraci?n de ?ste, que era generalmente perceptible, hab?a cesado. La vela estaba casi consumida; tuvo que incorporarse para ver claramente el rostro del di?cono. Aquel examen lo persuadi? de que el anciano estaba muerto, muerto desde hac?a alg?n rato, porque sus miembros estaban r?gidos.

Silas se pregunt? si no se habr?a dormido y mir? el reloj; eran ya las cuatro de la ma?ana. ?C?mo era que William no hab?a ido? Lleno de inquietud fue a buscar socorro.

Muy luego, varios amigos, y entre ellos el pastor, se encontraron reunidos en la casa. Por su parte, Silas volvi? a su casa, sintiendo no haber encontrado a William para saber el motivo de su ausencia. Pero a eso de las seis de la ma?ana, cuando pensaba en ir a buscar a su amigo, lleg? William, y el pastor junto con ?l.

Iban a invitar a Marner para que fuera al Patio de la Linterna, a la asamblea de los miembros de la congregaci?n.

Como preguntara la causa de aquella convocatoria, se le dijo simplemente: <>.

No se pronunci? una palabra m?s, antes de que Silas estuviera sentado en la sacrist?a, frente al pastor y bajo las miradas fijas y solemnes de aquellos que, ante sus ojos, representaban al pueblo de Dios.

Entonces el pastor, sacando un cuchillo del bolsillo, se lo mostr? a Silas, pregunt?ndole si recordaba d?nde hab?a dejado aquel cuchillo.

Silas respondi? que no recordaba haberlo dejado en otra parte m?s que en su bolsillo; sin embargo, aquella extra?a interrogaci?n lo hizo estremecer.

Se le exhort? a que no ocultara su pecado, y que lo confesara y arrepintiera. El cuchillo hab?a sido encontrado cerca del difunto di?cono, en el sitio en que hab?a depositado la bolsa que conten?a el dinero de la iglesia, y que el propio pastor hab?a visto el d?a precedente. Alguien se hab?a llevado la bolsa, y, ?qui?n pod?a ser, sino aqu?l a quien pertenec?a el cuchillo? Durante un rato Silas permaneci? mudo de sorpresa. Despu?s dijo:

--Dios me justificar?; nada s? respecto de la presencia de mi cuchillo en ese sitio, ni de la desaparici?n del dinero. Registradme, registrad mi casa: no encontrar?is m?s que tres libras esterlinas y cinco chelines, fruto de mis econom?as, suma que poseo desde hace seis meses, como William lo sabe.

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