Read Ebook: From Dixie to Canada: Romances and Realities of the Underground Railroad by Johnson H U Homer Uri
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Ebook has 81 lines and 5113 words, and 2 pages
--Dios me justificar?; nada s? respecto de la presencia de mi cuchillo en ese sitio, ni de la desaparici?n del dinero. Registradme, registrad mi casa: no encontrar?is m?s que tres libras esterlinas y cinco chelines, fruto de mis econom?as, suma que poseo desde hace seis meses, como William lo sabe.
Al o?r estas palabras, William produjo un murmullo de desaprobaci?n; pero el pastor le dijo a Silas:
--Las pruebas para vos son aplastadoras, mi hermano Marner. El dinero ha sido sacado esta noche, y no hab?a m?s persona que vos junto a nuestro hermano difunto; porque William Dane nos ha declarado que una indisposici?n repentina le impidi? ir a reemplazaros, como de costumbre. Vos mismo declarasteis que no hab?a ido, y adem?s, abandonasteis el cuerpo del difunto.
--Es forzoso que me haya dormido--dijo Silas--, o bien que haya estado bajo la influencia de una manifestaci?n espiritual parecida a aquella de que fui objeto ante los ojos de todos vosotros, de modo que el ladr?n debe haber entrado y salido mientras yo no estaba en mi cuerpo; pero s? mi cuerpo. Sin embargo, lo repito otra vez; buscad en mi casa, porque no he ido a otra parte.
Se hizo el registro, el cual termin? con el descubrimiento que hizo Silas de la bolsa vac?a y escondida tras de la c?moda, en el cuarto de Silas. Despu?s de esto, William exhort? a su hermano a confesar su falta, y a no ocultarla m?s largo tiempo. Silas dirigi? a su amigo una mirada de vivo reproche, dici?ndole:
--William, desde hace nueve a?os que vivimos juntos, ?me hab?is o?do nunca decir una mentira? Pero Dios me justificar?.
--Mi hermano--le dijo William--, ?c?mo hubiera podido saber lo que hab?is hecho en las celdas secretas de nuestro coraz?n, para darle a Satan?s ventajas sobre vos?
Silas miraba a su amigo. De pronto un vivo sonrojo se esparci? por su rostro, e iba a hablar con impetuosidad, cuando una conmoci?n interior, que disip? aquel sonrojo y le hizo temblar, pareci? detenerle de nuevo. En fin, dijo con voz d?bil, mirando fijamente a William:
--Ahora me acuerdo, el cuchillo no estaba en mi bolsillo.
William respondi?:
--No s? lo que quer?is decir.
Entretanto, las otras personas presentes se pusieron a preguntar a Silas Marner d?nde, seg?n ?l, se encontraba el cuchillo; pero no quiso dar otra explicaci?n. Agreg? solamente:
--Estoy cruelmente herido, no puedo decir nada. Dios me justificar?.
La asamblea, de regreso en la sacrist?a, deliber? nuevamente. Toda apelaci?n a las medidas legales, con el fin de establecer la culpabilidad de Silas, era contraria a los principios de la iglesia del Patio de la Linterna. Seg?n esos principios, era prohibido recurrir a la justicia contra los cristianos, aun cuando el hecho resultara menos escandaloso para la comunidad. Sin embargo, era obligaci?n de sus miembros el tomar otras medidas a fin de descubrir la verdad, y resolvieron orar y <
Esta resoluci?n s?lo sorprender? a las personas extra?as a esa obscura vida religiosa que se desarrolla en las callejuelas de nuestras ciudades. Silas se arrodill? junto con sus hermanos, contando con la intervenci?n directa de la divinidad para probar su inocencia; pero sintiendo que, a pesar de todo, tendr?a que sufrir aflicciones y dolores, y que su confianza en la humanidad acababa de ser cruelmente herida. La suerte declar? que Silas Marner era culpable. Fue solamente excluido de la secta, y se le compeli? a devolver el dinero robado; s?lo cuando confesara su falta, en se?al de arrepentimiento, podr?a ser recibido de nuevo en el seno de la Iglesia. Marner escuch? en silencio. Por ?ltimo, cuando todos se levantaron para marcharse, Silas se adelant? hacia William Dane, y, con voz que la agitaci?n hac?a temblar, dijo:
--La ?ltima vez que me serv? de mi cuchillo, lo recuerdo bien, fue para cortaros una tira de lienzo. No recuerdo haberlo vuelto a mi bolsillo. Sois vos quien hab?is robado el dinero y urdido un complot para atribuirme ese pecado. Pero a pesar de eso podr?is prosperar; no existe un Dios de justicia que gobierne la tierra con equidad; s?lo existe un Dios de mentira, que da falsos testimonios contra el inocente.
Aquella blasfemia produjo una impresi?n de horror general.
William dijo con humildad:
--Dejo a mis hermanos la tarea de que juzguen si ?sta es o no la voz de Satan?s. S?lo puedo rogar por vos, Silas.
El pobre Marner sali? con esta desesperaci?n en el alma; con este desenga?o en la confianza puesta en Dios y en la humanidad, que casi raya en la locura de una naturaleza afectuosa. Con el coraz?n amargamente herido, se dijo: <
Para las personas acostumbradas a razonar respecto de las formas que sus sentimientos religiosos han revestido, es dif?cil darse cuenta de ese estado simple y natural en que la forma y el sentimiento no han sido separados nunca por un acto de reflexi?n. Nos sentimos inevitablemente inclinados a creer que un hombre, en la situaci?n de Marner, hubiera comenzado por poner en duda la validez de un llamamiento hecho a la justicia divina tirando a la suerte. Pero no hubiera sido para ?l un esfuerzo de libre pensamiento tal como jam?s lo hab?a intentado; y hubiera tenido que hacer ese esfuerzo en un momento en que toda su energ?a se hallaba absorbida por las angustias de su fe perdida. Si hay un ?ngel que registre los dolores y los pecados de los hombres, tiene que saber cu?n numerosos e intensos son los pesares que causan las ideas falsas, de que nadie es culpable.
Marner se volvi? a su casa. Durante un d?a entero permaneci? sentado, solo, aturdido por la desesperaci?n, sin sentir ning?n deseo de ir a ver a Sara para tratar de hacerle creer en su inocencia.
El segundo d?a, busc? un refugio contra la incredulidad que lo amodorraba, sent?ndose en su telar y poni?ndose a trabajar sin reposo, como de costumbre.
Pocas horas despu?s, el pastor, acompa?ado por uno de los di?conos, iba a llevarle un mensaje de Sara, inform?ndole que ella consideraba roto su compromiso con ?l. Silas recibi? el mensaje en silencio. Apartando en seguida la mirada que hab?a fijado en los mensajeros, volvi? a ponerse al trabajo.
Al cabo de un mes Sara cas? con William Dane, y muy luego, los hermanos del Patio de la Linterna supieron que Silas Marner hab?a abandonado la ciudad.
Es algunas veces dif?cil, aun a las personas cuya existencia ha sido amplificada por la instrucci?n, el mantener con firmeza sus opiniones sobre la vida, su fe en lo invisible, y el sentimiento que realmente les causaran las alegr?as y los pesares del pasado, cuando son bruscamente trasladados a otro pa?s.
Porque all?, las gentes que los rodean no saben nada a su respecto y no comparten ninguna de sus ideas; all?, adem?s, la madre tierra, presenta otro seno, y la vida humana reviste otras formas que aquellas que alimentaron sus corazones.
Las almas arrancadas a su antigua fe y a sus antiguos afectos, han buscado quiz? esa influencia del destierro, que, como el agua de Leteo, borra el pasado. Ella lo torna confuso, porque aquellos s?mbolos se han desvanecido, y tambi?n torna vago el presente, porque no lo sostiene ning?n recuerdo. Pero, ni aun la experiencia de esas almas les permite figurarse claramente lo que sinti? un simple tejedor como Silas Marner, cuando abandon? su pueblo y sus amigos para irse a establecer a Raveloe.
Nada m?s distinto de su ciudad natal, situada en una de las faldas de las colinas que se extend?an a lo lejos, como aquella regi?n baja y boscosa, en que los cercos y los ?rboles de follaje espeso la ocultaban a la vista del cielo.
Cuando se levantaba, en la tranquilidad profunda de la ma?ana, miraba afuera las zarzas cubiertas de roc?o, y las matas vigorosas de hierbas; no ve?a nada que pudiese tener relaci?n con aquella vida concentrada en el Patio de la Linterna, aquella vida que antes era el santuario de las altas dispensaciones e
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