Read Ebook: Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (1 de 3) by D Az Del Castillo Bernal
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NOTA DE TRANSCRIPCI?N
CONQUISTA DE NUEVA-ESPA?A POR BERNAL DIAZ DEL CASTILLO.
VERDADERA HISTORIA DE LOS SUCESOS DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA-ESPA?A,
POR EL CAPITAN BERNAL DIAZ DEL CASTILLO, UNO DE SUS CONQUISTADORES.
MADRID.--1862. Imprenta de Tejado, calle de Silva, n?mero 12.
PR?LOGO.
Cuatro palabras nada m?s sobre el autor de este libro, y sobre las calidades de su obra.
En cuanto al autor, naci? en Medina del Campo, sin que sepamos la fecha exacta de este suceso ni la menor particularidad de su ni?ez; bien es verdad que nada tiene de extra?o este silencio respecto ? un individuo que, nacido sin duda de padres pobres, emprendi? la carrera militar en la humilde situacion de soldado. Pas? ? Am?rica el a?o de 1514 en compa??a de Pedr?rias D?vila, ? quien el Gobierno acababa de conceder la gobernacion del Darien; desde all?, despues de los sucesos ocurridos en aquel pais, se traslad? ? la isla de Cuba, que gobernaba ? la sazon Diego Velazquez. La situacion de aventurero en que se hallaba BERNAL DIAZ le oblig? ? tomar parte en cuantas empresas se ofrecian; as? es que al emprenderse la expedicion del descubrimiento de Yucatan se alist? bajo las banderas de Francisco Fernandez de C?rdoba, y se embarc? con ?l, haci?ndose ? la vela el dia 8 de Febrero de 1517; pas? luego ? la Florida con Juan Ponce, y di? vuelta ? Cuba con los pocos que se salvaron de aquella empresa desgraciada. Nuevamente se embarc? en la expedicion de Grijalva el 5 de Abril de 1518, y vuelto ? Cuba, sali? por tercera vez con la expedicion mandada por Hernan Cort?s, embarc?ndose en la nave de Pedro de Albarado. Hizo en aquella conquista cuanto era de esperar de un buen soldado; y terminada que fu? en todas sus partes, recibi?, en recompensa de sus servicios, una encomienda en Goatemala, donde se estableci?, siendo uno de los primeros pobladores de la ciudad de Santiago de los Caballeros, en la que ocup? el cargo de regidor.--El m?rito y servicios militares de BERNAL DIAZ fueron muy distinguidos, como que Hernan Cort?s le recomend? especialmente al Emperador en carta escrita en M?jico el a?o de 1540; la misma honra mereci? despues del virey D. Antonio de Mendoza; y por ?ltimo, habiendo ?l mismo presentado unas probanzas en el consejo de Indias, el Emperador se sirvi? recomendarle por Real c?dula expresa y expedida en su favor.
Del mismo documento sacamos la siguiente calificacion, con la cual nos hallamos conformes.--Respecto, dice, al estilo de Bernal Diaz, aunque poco culto y pulido,--respira la ruda franqueza de un soldado; Robertson calific? su m?rito con las siguientes palabras: <
CONQUISTA DE LA NUEVA-ESPA?A
POR
BERNAL DIAZ DEL CASTILLO.
CAP?TULO PRIMERO.
EN QU? TIEMPO SAL? DE CASTILLA, Y LO QUE ME ACAECI?.
En el a?o de 1514 sal? de Castilla en compa??a del gobernador Pedro Arias de ?vila, que en aquella sazon le dieron la gobernacion de Tierra-Firme; y viniendo por la mar con buen tiempo, y otras veces con contrario, llegamos al Nombre de Dios; y en aquel tiempo hubo pestilencia, de que se nos murieron muchos soldados, y dem?s desto, todos los m?s adolecimos, y se nos hacian unas malas llagas en las piernas; y tambien en aquel tiempo tuvo diferencias el mismo gobernador con un hidalgo que en aquella sazon estaba por capitan y habia conquistado aquella provincia, que se decia Vasco Nu?ez de Balboa; hombre rico, con quien Pedro Arias de ?vila cas? en aquel tiempo una su hija doncella con el mismo Balboa; y despues que la hubo desposado, segun pareci?, y sobre sospechas que tuvo que el yerno se le queria alzar con copia de soldados por la mar del Sur, por sentencia le mand? degollar.
Y despues vimos lo que dicho tengo y otras revueltas entre capitanes y soldados, y alcanzamos ? saber que era nuevamente ganada la isla de Cuba, y que estaba en ella por gobernador un hidalgo que se decia Diego Velazquez, natural de Cu?llar; acordamos ciertos hidalgos y soldados, personas de calidad de los que habiamos venido con el Pedro Arias de ?vila, de demandalle licencia para nos ir ? la isla de Cuba, y ?l nos la di? de buena voluntad, porque no tenia necesidad de tantos soldados como los que trujo de Castilla, para hacer guerra, porque no habia qu? conquistar; que todo estaba de paz, porque el Vasco Nu?ez de Balboa, yerno del Pedro Arias de ?vila, habia conquistado, y la tierra de suyo es muy corta y de poca gente.
Y desque tuvimos la licencia, nos embarcamos en buen nav?o y con buen tiempo; llegamos ? la isla de Cuba, y fuimos ? besar las manos al gobernador della, y nos mostr? mucho amor, y prometi? que nos daria indios de los primeros que vacasen; y como se habian pasado ya tres a?os, ans? en lo que estuvimos en Tierra-Firme como en lo que estuvimos en la isla de Cuba aguardando ? que nos depositase algunos indios, como nos habia prometido, y no habiamos hecho cosa ninguna que de contar sea, acordamos de nos juntar ciento y diez compa?eros de los que habiamos venido de Tierra-Firme y de otros que en la isla de Cuba no tenian indios, y concertamos con un hidalgo que se decia Francisco Hernandez de C?rdoba, que era hombre rico y tenia pueblos de indios en aquella isla, para que fuese nuestro capitan, y ? nuestra ventura buscar y descubrir tierras nuevas, para en ellas emplear nuestras personas; y compramos tres nav?os, los dos de buen porte, y el otro era un barco que hubimos del mismo gobernador Diego Velazquez, fiado, con condicion que, primero que nos le diese, nos habiamos de obligar todos los soldados, que con aquellos tres nav?os habiamos de ir ? unas isletas que est?n entre la isla de Cuba y Honduras, que ahora se llaman las islas de los Guanajes, y que habiamos de ir de guerra y cargar los nav?os de indios de aquellas islas para pagar con ellos el barco, para servirse dellos por esclavos.
Y desque vimos los soldados que aquello que pedia el Diego Velazquez no era justo, le respondimos que lo que decia no lo mandaba Dios ni el Rey, que hici?semos ? los libres esclavos.
Y desque vi? nuestro intento, dijo que era bueno el prop?sito que llev?bamos en querer descubrir tierras nuevas, mejor que no el suyo; y ent?nces nos ayud? con cosas de bastimento para nuestro viaje.
Y desque nos vimos con tres nav?os y matalotaje de pan cazabe, que se hace de unas raices que llaman yucas, y compramos puercos, que nos costaban en aquel tiempo ? tres pesos, porque en aquella sazon no habia en la isla de Cuba vacas ni carneros, y con otros pobres mantenimientos, y con rescate de unas cuentas que entre todos los soldados compramos, y buscamos tres pilotos, que el m?s principal dellos y el que regia nuestra armada se llamaba Anton de Alaminos, natural de P?los, y el otro piloto se decia Camacho, de Triana, y el otro Juan ?lvarez, el Manquillo de Huelva; y asimismo recogimos los marineros que hubimos menester, y el mejor aparejo que pudimos de cables y maromas y anclas, y pipas de agua, y todas otras cosas convenientes para seguir nuestro viaje, y todo esto ? nuestra costa y mision.
Y despues que nos hubimos juntado los soldados, que fueron ciento y diez, nos fuimos ? un puerto que se dice en la lengua de Cuba, Ajaruco, y es en la banda del Norte, y estaba ocho leguas de una villa que ent?nces tenian poblada, que se decia San Crist?bal, que desde ? dos a?os la pasaron ? donde agora est? poblada la dicha Habana.
Y para que con buen fundamento fuese encaminada nuestra armada, hubimos de llevar un Cl?rigo que estaba en la misma villa de San Crist?bal, que se decia Alonso Gonzalez, que con buenas palabras y prometimientos que le hicimos se fu? con nosotros; y dem?s desto elegimos por veedor, en nombre de su majestad, ? un soldado que se decia Bernardino I?iguez, natural de Santo Domingo de la Calzada, para que si Dios fuese servido que top?semos tierras que tuviesen oro ? perlas ? plata, hubiese persona suficiente que guardase el real quinto.
Y despues de todo concertado y oido Misa, encomend?ndonos ? Dios nuestro Se?or y ? la V?rgen Santa Mar?a, su bendita Madre, nuestra Se?ora, comenzamos nuestro viaje de la manera que adelante dir?.
DEL DESCUBRIMIENTO DE YUCATAN Y DE UN RENCUENTRO DE GUERRA QUE TUVIMOS CON LOS NATURALES.
En 8 dias del mes de Febrero del a?o de 1517 a?os salimos de la Habana, y nos hicimos ? la vela en el puerto de Jaruco, que ans? se llama entre los indios, y es la banda del Norte, y en doce dias doblamos la de San Anton, que por otro nombre en la isla de Cuba se llama la tierra de los Guanataveis, que son unos indios como salvajes.
Y doblada aquella punta y puestos en alta mar, navegamos ? nuestra ventura h?cia donde se pone el sol, sin saber bajos ni corrientes, ni qu? vientos suelen se?orear en aquella altura, con grandes riesgos de nuestras personas; porque en aquel instante nos vino una tormenta que dur? dos dias con sus noches, y fu? tal, que estuvimos para nos perder; y desque abonanz?, yendo por otra navegacion, pasado veinte y un dias que salimos de la isla de Cuba, vimos tierra, de que nos alegramos mucho, y dimos muchas gracias ? Dios por ello; la cual tierra jam?s se habia descubierto, ni habia noticia della hasta ent?nces; y desde los nav?os vimos un gran pueblo, que al parecer estaria de la costa obra de dos leguas, y viendo que era gran poblacion y no habiamos visto en la isla de Cuba pueblo tan grande, le pusimos por nombre el Gran-Cairo.
Y acordamos que con el un nav?o de m?nos porte se acercasen lo que m?s pudiesen ? la costa, ? ver qu? tierra era, y ? ver si habia fondo para que pudi?semos anclar junto ? la costa; y una ma?ana, que fueron 4 de Marzo, vimos venir cinco canoas grandes llenas de indios naturales de aquella poblacion, y venian ? remo y vela. Son canoas hechas ? manera de artesas, son grandes, de maderos gruesos y cavadas por dedentro y est? hueco, y todas son de un madero macizo, y hay muchas dellas en que caben en pi? cuarenta y cincuenta indios.
Quiero volver ? mi materia. Llegados los indios con las cinco canoas cerca de nuestros nav?os, con se?as de paz que les hicimos, llam?ndoles con las manos y cape?ndoles con las capas para que nos viniesen ? hablar, porque no teniamos en aquel tiempo lenguas que entendiesen la de Yucatan y mejicana, sin temor ninguno vinieron y entraron en la nao capitana sobre treinta dellos, ? los cuales dimos de comer cazabe y tocino, y ? cada uno un sartalejo de cuentas verdes, y estuvieron mirando un buen rato los nav?os; y el m?s principal dellos, que era cacique, dijo por se?as que se queria tornar ? embarcar en sus canoas y volver ? su pueblo, y que otro dia volverian y traerian m?s canoas en que salt?semos en tierra; y venian estos indios vestidos con unas jaquetas de algodon y cubiertas sus verg?enzas con unas mantas angostas, que entre ellos llaman mastates, y tuv?moslos por hombres m?s de razon que ? los indios de Cuba, porque andaban los de Cuba con sus verg?enzas defuera, excepto las mujeres, que traian hasta que les llegaban ? los muslos unas ropas de algodon que llaman naguas.
Pues viendo nuestro capitan y todos los dem?s soldados los muchos halagos que nos hacia el cacique para que fu?semos ? su pueblo, tom? consejo con nosotros, y fu? acordado que sac?semos nuestros bateles de los nav?os, y en el nav?o de los m?s peque?os y en las doce canoas sali?semos ? tierra todos juntos de una vez, porque vimos la costa llena de indios que habian venido de aquella poblacion, y salimos todos en la primera barcada.
Y cuando el cacique nos vido en tierra y que no ?bamos ? su pueblo; dijo otra vez al capitan por se?as que fu?semos ? sus casas; y tantas muestras de paz hacia, que tomando el capitan nuestro parecer para si iriamos ? no, acord?se por todos los m?s soldados que con el mejor recaudo de armas que pudi?semos llevar y con buen concierto fu?semos. Llevamos quince ballestas y diez escopetas , y comenzamos ? caminar por un camino por donde el cacique iba por guia, con otros muchos indios que le acompa?aban.
? yendo de la manera que he dicho, cerca de unos montes bre?osos comenz? ? dar voces y apellidar el cacique para que saliesen ? nosotros escuadrones de gente de guerra, que tenian en celada para nos matar; y ? las voces que di? el cacique, los escuadrones vinieron con gran furia, y comenzaron ? nos flechar de arte, que ? la primera rociada de flechas nos hirieron quince soldados, y traian armas de algodon, y lanzas y rodelas, arcos y flechas, y hondas y mucha piedra, y sus penachos puestos, y luego tras las flechas vinieron ? se juntar con nosotros pi? con pi?, y con las lanzas ? manteniente nos hacian mucho mal.
Mas luego les hicimos huir, como conocieron el buen cortar de nuestras espadas, y de las ballestas y escopetas el da?o que les hacian; por manera que quedaron muertos quince dellos.
Un poco m?s adelante donde nos dieron aquella refriega que dicho tengo, estaba una placeta y tres casas de cal y canto, que eran adoratorios, donde tenian muchos ?dolos de barro, unos como caras de demonios y otros como de mujeres, altos de cuerpo, y otros de otras malas figuras; de manera que al parecer estaban haciendo sodom?as unos bultos de indios con otros; y dentro en las casas tenian unas arquillas hechizas de madera, y en ellas otros ?dolos de gestos diab?licos, y unas patenillas de medio oro, y unos pinjantes y tres diademas, y otras piecezuelas ? manera de pescados y otras ? manera de ?nades, de oro bajo.
Y despues que lo hubimos visto, as? el oro como las casas de cal y canto, est?bamos muy contentos porque habiamos descubierto tal tierra, porque en aquel tiempo no era descubierto el Per?, ni a?n se descubri? dende all? ? diez y seis a?os.
En aquel instante que est?bamos batallando con los indios, como dicho tengo, el Cl?rigo Gonzalez iba con nosotros, y con dos indios de Cuba se carg? de las arquillas y el oro y los ?dolos, y lo llev? al nav?o; y en aquella escaramuza prendimos dos indios, que despues se bautizaron y volvieron cristianos, y se llam? el uno Melchor y el otro Julian, y entrambos eran trastabados de los ojos.
Y acabado aquel rebato acordamos de nos volver ? embarcar, y seguir las costas adelante descubriendo h?cia donde se pone el sol; y despues de curados los heridos, comenzamos ? dar velas.
DEL DESCUBRIMIENTO DE CAMPECHE.
Como acordamos de ir la costa adelante h?cia el Poniente, descubriendo puntas y bajos y ancones y arrecifes, creyendo que era isla, como nos lo certificaba el piloto Anton de Alaminos, ?bamos con gran tiento, de dia navegando y de noche al reparo y parando; y en quince dias que fuimos desta manera, vimos desde los nav?os un pueblo, y al parecer algo grande, y habia cerca d?l gran ensenada y bah?a; creimos que habia rio ? arroyo donde pudi?semos tomar agua, porque teniamos gran falta della; acab?base la de las pipas y vasijas que traiamos, que no venian bien reparadas; que, como nuestra armada era de hombres pobres, no teniamos dinero cuanto convenia para comprar buenas pipas; falt? el agua, hubimos de saltar en tierra junto al pueblo, y fu? un domingo de L?zaro, y ? esta causa le pusimos este nombre, aunque supimos que por otro nombre propio de indios se dice Campeche; pues para salir todos de una barcada, acordamos de ir en el nav?o m?s chico y en los tres bateles, bien apercebidos de nuestras armas, no nos acaeciese como en la Punta de Cotoche.
Porque en aquellos ancones y bah?as mengua mucho la mar, y por esta causa dejamos los nav?os anclados m?s de una legua de tierra, y fuimos ? desembarcar cerca del pueblo, que estaba all? un buen paso de buena agua, donde los naturales de aquella poblacion bebian y se servian d?l, porque en aquellas tierras, segun hemos visto, no hay rios; y sacamos las pipas para las henchir de agua y volvernos ? los nav?os.
Acordamos con buen concierto de ir muy sobre aviso, y llev?ronnos ? unas casas muy grandes, que eran adoratorios de sus ?dolos y estaban muy bien labradas de cal y canto, y tenian figurados en unas paredes muchos bultos de serpientes y culebras y otras pinturas de ?dolos, y al rededor de uno como altar, lleno de gotas de sangre muy fresca; y ? otra parte de los ?dolos tenian unas se?ales como ? manera de cruces, pintados de otros bultos de indios; de todo lo cual nos admiramos, como cosa nunca vista ni oida.
Segun pareci?, en aquella sazon habian sacrificado ? sus ?dolos ciertos indios para que les diesen vitoria contra nosotros, y andaban muchos indios ? indias ri?ndose y al parecer muy de paz, como que nos venian ? ver; y como se juntaban tantos, temimos no hubiese alguna zalagarda como la pasada de Cotoche; y estando desta manera vinieron otros muchos indios, que traian muy ruines mantas, cargados de carrizos secos, y los pusieron en un llano, y tras estos vinieron dos escuadrones de indios flecheros con lanzas y rodelas, y hondas y piedras, y con sus armas de algodon, y puestos en concierto en cada escuadron su capitan, los cuales se apartaron en poco trecho de nosotros; y luego en aquel instante salieron de otra casa, que era su adoratorio diez indios, que traian las ropas de mantas de algodon largas y blancas, y los cabellos muy grandes, llenos de sangre y muy revueltos los unos con los otros, que no se les pueden esparcir ni peinar si no se cortan; los cuales eran Sacerdotes de los ?dolos, que en la Nueva-Espa?a comunmente se llaman Papas; otra vez digo que en la Nueva-Espa?a se llaman Papas, y as? los nombrar? de aqu? adelante; y aquellos Papas nos trujeron zahumerios, como ? manera de resina, que entre ellos llaman copal, y con braseros de barro llenos de lumbre nos comenzaron ? zahumar, y por se?as nos dicen que nos vamos de sus tierras ?ntes que ? aquella le?a que tienen llegada se ponga fuego y se acabe de arder, si no que nos dar?n guerra y nos matar?n.
Y luego mandaron poner fuego ? los carrizos y comenz? de arder, y se fueron los Papas callando sin m?s nos hablar, y los que estaban apercibidos en los escuadrones empezaron ? silbar y ? ta?er sus bocinas y atabalejos.
Y desque los vimos de aquel arte y muy bravosos, y de lo de la Punta de Cotoche a?n no teniamos sanas las heridas, y se habian muerto dos soldados, que echamos al mar, vimos grandes escuadrones de indios sobre nosotros, tuvimos temor, y acordamos con buen concierto de irnos ? la costa; y as?, comenzamos ? caminar por la playa adelante hasta llegar enfrente de un pe?ol que est? en la mar, y los bateles y el nav?o peque?o fueron por la costa tierra ? tierra con las pipas de agua, y no nos osamos embarcar junto al pueblo donde nos habiamos desembarcado, por el gran n?mero de indios que ya se habian juntado, porque tuvimos por cierto que al embarcar nos darian guerra.
Pues ya metida nuestra agua en los nav?os y embarcados en una bah?a como portezuelo que all? estaba, comenzamos ? navegar seis dias con sus noches con buen tiempo, y volvi? un Norte, que es traves?a en aquella costa, el cual dur? cuatro dias con sus noches, que estuvimos para dar al trav?s: tan recio temporal hacia, que nos hizo anclear la costa por no ir al trav?s; que se nos quebraron dos cables, y iba garrando ? tierra el nav?o. ?Oh en qu? trabajo nos vimos! Que si se quebrara el cable, ?bamos ? la costa perdidos, y quiso Dios que se ayudaron con otras maromas viejas y guindaletas.
Pues ya reposado el tiempo, seguimos nuestra costa adelante, lleg?ndonos ? tierra cuanto podiamos para tornar ? tomar agua, que las pipas que traiamos vinieron muy abiertas y asimismo no habia regla en ello; como ?bamos costeando, creiamos que do quiera que salt?semos en tierra la tomariamos de jagueyes y pozos que cavariamos.
Pues yendo nuestra derrota adelante vimos desde los nav?os un pueblo, y ?ntes de obra de una legua d?l h?cia una ensenada, que parecia que habria rio ? arroyo: acordamos de seguir junto ? ?l; y como en aquella costa mengua mucho la mar y quedan en seco los nav?os, por temor dello surgimos m?s de una legua de tierra en el nav?o menor y en todos los bateles; fu? acordado que salt?semos en aquella ensenada, sacando nuestras vasijas con muy buen concierto, y armas y ballestas y escopetas.
Salimos en tierra poco m?s de medio dia, y habria una legua desde el pueblo hasta donde desembarcamos, y estaban unos pozos y maizales, y caser?as de cal y canto. Ll?mase este pueblo Potonchan, y henchimos nuestras pipas de agua; mas no las pudimos llevar ni meter en los bateles, con la mucha gente de guerra que carg? sobre nosotros; y quedarse ha aqu?, y adelante dir? las guerras que nos dieron.
C?MO DESEMBARCAMOS EN UNA BAH?A DONDE HABIA MAIZALES, CERCA DEL PUERTO DE POTONCHAN, Y DE LAS GUERRAS QUE NOS DIERON.
Seria cuando esto pas? y los indios se juntaban, ? la hora de las Ave-Mar?as, y fu?ronse ? unas caser?as, y nosotros pusimos velas y escuchas y buen recaudo, porque no nos pareci? bien aquella junta de aquella manera.
Pues estando velando todos juntos, oimos venir, con el gran ruido y estruendo que traian por el camino, muchos indios de otras sus estancias y del pueblo, y todos de guerra, y desque aquello sentimos, bien entendido teniamos que no se juntaban para hacernos ningun bien, y entramos en acuerdo con el capitan qu? es lo que hariamos; y unos soldados daban por consejo que nos fu?semos luego ? embarcar; y como en tales casos suele acaecer, unos dicen uno y otros dicen otro, hubo parecer que si nos fu?ramos ? embarcar, que como eran muchos indios, darian en nosotros y habria mucho riesgo de nuestras vidas; y otros ?ramos de acuerdo que di?semos en ellos esa noche; que, como dice el refran, quien acomete, vence; y por otra parte veiamos que para cada uno de nosotros habia trescientos indios.
Y estando en estos conciertos amaneci?, y dijimos unos soldados ? otros que tuvi?semos confianza en Dios, y corazones muy fuertes para pelear, y despues de nos encomendar ? Dios, cada uno hiciese lo que pudiese para salvar las vidas.
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