Read Ebook: El Hombre Mediocre: Ensayo de psicologia y moral by Ingenieros Jos
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Ebook has 780 lines and 92825 words, and 16 pages
El idealismo no es privilegio de las doctrinas espiritualistas que desear?an oponerlo al materialismo; ese equ?voco se duplica al sugerir que la materia es la ant?tesis de la idea, despu?s de confundir al ideal con la idea y ? ?sta con el alma espiritual ? incorp?rea. Se trata, en suma, de un juego de palabras, secularmente repetido por sus beneficiarios. El criterio de perfecci?n en el conocimiento de la Verdad puede animar con igual ?mpetu al fil?sofo monista y al dualista, al m?stico y al ateo, al estoico y al pragm?tico. El particular ideal de cada uno concurre al ritmo total de la perfecci?n posible, antes que obstar al esfuerzo similar de los otros.
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Ni podr?amos restringirlo al idealismo de ciertas escuelas est?ticas, porque todas las maneras del naturalismo y del realismo pueden constituir un ideal de arte, cuando sus sacerdotes son Miguel ?ngel, Ticiano, Flaubert ? Wagner; el esfuerzo imaginativo de los que persiguen una ideal armon?a de ritmos, de colores, de l?neas ? de sonidos, se equivale, siempre que su obra transparente un modo de belleza ? una original personalidad.
No le confundiremos, en fin, con cierto idealismo ?tico que tiende ? monopolizar el culto de la perfecci?n en favor de alguno de los fanatismos religiosos predominantes en cada ?poca, pues sobre no existir un Bien ideal, dif?cilmente cabr?a en los catecismos para mentes obtusas. El esfuerzo individual hacia la virtud puede ser tan magn?ficamente concebido y realizado por el peripat?tico como por el cirenaico, por el cristiano como por el anarquista, por el fil?ntropo como por el epic?reo. Todos ellos pueden ser idealistas, si saben iluminarse en su doctrina. La perfecci?n posible no es patrimonio de ning?n credo: recuerda el agua de aquella fuente, citada por Plat?n, que no pod?a contenerse en ning?n vaso.
La experiencia, s?lo ella, decide sobre la legitimidad de los ideales, en cada tiempo y lugar. En el curso de la vida social se seleccionan naturalmente; sobreviven los m?s adaptados al sentido de la evoluci?n, es decir, los coincidentes con el perfeccionamiento efectivo. Mientras se ignora ese fallo, todo ideal es respetable, aunque parezca absurdo. Y es ?til, por su fuerza de contraste; si es falso, muere s?lo, no da?a. Todo ideal puede contener una parte de error, ? serlo totalmente: es una visi?n remota, expuesta ? ser inexacta. Lo malo es carecer de ideales y esclavizarse ? las contingencias inmediatas, renunciando ? lo mejor.
Si el ideal de la raz?n es la Verdad, de la moral el Bien y del arte la Belleza--formas preeminentes de toda excelsitud--no se concibe que puedan ser antagonistas. Los caminos de perfecci?n son convergentes. Las formas infinitas del ideal son complementarias; jam?s contradictorias, aunque lo parezca.
Cuando un fil?sofo enuncia ideales, para el hombre ? para la sociedad, su comprensi?n inmediata es tanto m?s dif?cil cuanto m?s se elevan sobre el ambiente que le rodea; lo mismo ocurre con la verdad del sabio y con el estilo del poeta. La sanci?n ajena es f?cil para lo que concuerda con rutinas secularmente practicadas; es ?spera cuando la imaginaci?n pone mayor originalidad en el concepto y en la forma.
Ese desequilibrio entre la perfecci?n concebible y la realidad practicable, estriba en la naturaleza misma de la imaginaci?n, rebelde al tiempo y al espacio. De ese contraste leg?timo no se infiere que los ideales pueden ser contradictorios entre s?, aunque sean heterog?neos y marquen el paso ? desigual comp?s, seg?n los tiempos: no hay una Verdad amoral ? fea, ni fu? nunca la Belleza absurda ? nociva, ni tuvo el Bien sus ra?ces en el error ? la desarmon?a. De otro modo concebir?amos perfecciones imperfectas.
Los ideales est?n en perpetuo devenir, como la realidad ? que se anticipan. La imaginaci?n los extrae de la naturaleza y de la experiencia; despu?s de formados ya no est?n en ellas, son distintos de ellas, viven sobre ellas para se?alar su futuro. Y cuando la realidad evoluciona hacia un ideal antes previsto, la imaginaci?n se aparta de nuevo, aleja el ideal, proporcionalmente: <
Todo ideal es relativo ? una imperfecta realidad presente. No los hay abstractos ni absolutos. Afirmarlo implica abjurar su esencia misma, negando la posibilidad infinita de la perfecci?n. Erraban los viejos moralistas al creer que en su punto y momento converg?an todo el espacio y todo el tiempo. Para la ?tica nueva, libre de esa grave falacia, es un postulado fundamental la relatividad de los ideales. S?lo poseen un car?cter com?n: su perfeccionamiento ilimitado.
Es propia de hombres primitivos toda moral cimentada en prejuicios absolutos. Y es falsa, por ignorancia de la universal evoluci?n. Y es contraria ? todo idealismo, excluyente de todo ideal. En cada momento y lugar la realidad var?a; con esa variaci?n se desplaza el punto de referencia de los ideales. Nacen y mueren, convergen ? se excluyen, palidecen ? se acent?an; son, tambi?n ellos, vivientes como los cerebros en que germinan ? arraigan, en un proceso sin fin. No habiendo un esquema final de perfecci?n, tampoco lo hay de ideales humanos. Se forman por cambio incesante; cambian siempre; su cambio es eterno.
Esa evoluci?n no sigue un ritmo uniforme. Hay climas morales, horas, momentos, en que toda una raza, un pueblo, una clase, un partido, una secta, concibe un ideal y se esfuerza por realizarlo. Y los hay en cada hombre.
Hay, tambi?n, climas, horas y momentos en que los ideales se murmuran apenas ? se callan; la realidad ofrece inmediatas satisfacciones ? los apetitos y la tentaci?n del hartazgo ahoga todo af?n de perfecci?n. Y cada ?poca tiene ciertos ideales que interpretan mejor su porvenir, entrevistos por pocos, seguidos por el pueblo ? ahogados por su indiferencia, ora predestinados ? orientarlo como polos magn?ticos, ora ? quedar latentes hasta encontrar su hora propicia. Y otros ideales mueren, porque son falsos: ilusiones que el hombre se forja respecto de s? mismo, ? quimeras que las masas persiguen dando manotadas en la sombra.
Ning?n Dante podr?a elevar ? Gil Blas, Sancho y Tartufo hasta el rinc?n de su para?so donde moran Cyrano, Quijote y Stockmann. Son dos universos, dos razas, dos temperamentos: Hombres y Sombras. Seres desiguales no pueden pensar de igual manera. Siempre ser? evidente el contraste entre el servilismo y la dignidad, la torpeza y el ingenio, la hipocres?a y la virtud. La imaginaci?n dar? ? unos el impulso original hacia lo perfecto; la imitaci?n organizar? en otros los h?bitos colectivos. Siempre habr?, por fuerza, idealistas y mediocres.
El perfeccionamiento humano se efect?a con ritmo diverso en las sociedades y en los individuos. La multitud posee una experiencia sumisa al pasado: rutinas, prejuicios, domesticidades. Pocos elegidos var?an, avanzando sobre el porvenir; al rev?s de Anteo, que tocando el suelo cobraba alientos nuevos, los toman clavando sus pupilas en constelaciones lejanas y de apariencia inaccesible. Esos hombres, predispuestos ? emanciparse de su reba?o, buscando alguna perfecci?n m?s all? de lo actual, son los <
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