Read Ebook: Los Conquistadores: El origen heróico de América by Salaverr A Jos Mar A
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Ebook has 294 lines and 34876 words, and 6 pages
Todo era indispensable, sin embargo. El ?nfasis de la fantas?a ha podido siempre obligar al hombre a osar lo inaudito, y sin la ayuda de la quimera hubiera sido imposible que aquellos hombres arrostraran tales trabajos, y pudieran, en fin, entre martirios y fracasos, alzar, para la vida civilizada, la realidad de un continente.
PLUS ULTRA
Rozamos las monedas con los dedos y apenas si nunca nos fijamos en el blas?n de su anverso; pasamos nuestras miradas distra?das sobre el escudo nacional que campea en los edificios p?blicos, y no nos detenemos a reflexionar acerca de su sentido emblem?tico. El eterno desgaste cotidiano roba religiosidad a las cosas y los s?mbolos m?s sublimes.
Las dos columnas que encuadran el escudo espa?ol, ?he ah? el s?mbolo verdaderamente sublime, por el cual nunca morir? el recuerdo de Espa?a en el mundo! Las dos columnas quieren significar la superstici?n y la limitaci?n del mundo entero. <
Siempre ser? imposible arrancar al hombre la facultad de adoraci?n, y el ser m?s soberbio y rebelde siente alguna vez el prurito de prosternarse ante cualquiera representaci?n de lo sobrenatural o de lo infinito. El hombre no puede prescindir de los s?mbolos, porque ellos son los lazos materiales que nos unen al ideal. El <
Detr?s del mote escueto, y por fortuna sonoro, contemplamos una suerte de milagros y de grandezas cuya visi?n nos aturde. La misma forma geogr?fica del continente ayuda al goce admirativo. Parece, en efecto, un pa?s providencial, ?nico, separado de los otros continentes, surgiendo como un jard?n del seno de los oc?anos; parece el Para?so de las narraciones primitivas, el cual, si fu? sustra?do al hombre por sus pecados, estaba, en cambio, reservado a las edades posteriores como un premio por los afanes y sacrificios humanos. Am?rica es el don de los dioses, que perdonan finalmente al hombre. Es el Para?so arrebatado y luego restitu?do.
Pues bien, los dioses hab?an escogido a su pueblo amado para que consumase la obra milagrosa de la restituci?n del Para?so. Verdaderamente, s?lo Espa?a pod?a consumar el milagro de Am?rica.
El mundo estaba incompleto, el mundo era una cosa imprecisa e indelimitada que se cern?a en el caos geogr?fico. Entonces se levant? Espa?a, y con un adem?n que llamar?amos sencillo, por estar exento de teatralidad y de dolor, ensanch? en toda su extensi?n el mundo, recorri? los mares en todo su misterio, alumbr? los continentes y di?, en fin, realidad a la redondez de la tierra.
Y todo esto lo realiz? sencillamente, como si de veras obedeciese a un mandato de los dioses; como si fuera el brazo que la Providencia usa para efectuar el milagro. Esa obra descomunal de Am?rica apenas si perturb? en nada la vida espa?ola; Espa?a no interrumpe su actuaci?n europea, sus campa?as, sus formidables entreveros pol?ticos; la acci?n de Espa?a se diversifica en Europa y en el Norte de Africa, sigue su curso normal, tr?gicamente magn?fico, y como por un exceso de grandeza no se oye casi hablar de las Indias a los escritores y los gobernantes. Es un caso de plenitud y de energ?a; es algo como el silencio en el obrar del soberbio y del poderoso. La obra descomunal de Am?rica va realiz?ndola Espa?a r?pidamente, sencillamente, sin que un m?sculo contra?do denote el esfuerzo extraordinario. Esta se?orial aptitud para consumar actos excepcionales, que en el gigante parecen naturales y en otros absorber?an todas las fuerzas y toda la voluntad, es un distintivo diferencial que Espa?a debe reclamar sobre todo.
Repasad el censo de las cosas geniales creadas por la Humanidad; sed exigentes al considerar el valor esencial y eterno de esas cosas; cuando hay?is reducido a breve cifra las genialidades trascendentales, entre ellas contar? siempre el descubrimiento, conquista y colonizaci?n de Am?rica.
?Cu?ntos pueblos han debido vivir y perecer sin que su nombre quede perpetuado en una obra verdaderamente trascendental! Espa?a, hasta la consumaci?n de los siglos, ser? una expresi?n viva porque produjo a Am?rica.
No consiste la genialidad en el ruido de las batallas y de la pol?tica; se puede embargar la Historia con el peso de muchas acciones, como Turqu?a o Cartago, y no obstante carecer de opci?n para el respeto de los siglos. No vale llenar la Historia y a?adirle peso, que al fin es como una contrariedad; no vale siquiera haberse esmerado en peque?as obras, en breves esfuerzos, en numerosas aportaciones modestas; lo importante en un pueblo es abrirse, como una monta?a de oro virgen, y darse, derramarse, arrojar al tiempo de una vez y magn?ficamente la obra trascendental.
A los espa?oles se nos ha regateado todo. Con un rencor de fiscal adverso, todo se nos ha discutido, negado, mezquinado. Pero consid?rense con atenci?n y justicia el descubrimiento, conquista y colonizaci?n de Am?rica, y un aura de hero?smo y honda humanidad trascender? al esp?ritu m?s extra?o o ajeno. El hero?smo est? palpitante; no los Cruzados, pero ni los fant?sticos campeones de la caballer?a, ni los guerreros mitol?gicos, han inventado aventuras como la de Cabeza de Vaca o combates y trabajos como los de Pizarro y Cort?s. El humanismo de la empresa espa?ola en Am?rica fu? muchas veces escatimado; sin embargo, desde el ejemplo de Roma ning?n pueblo se ha transfundido en el pueblo dominado como Espa?a en Am?rica. La flor de su sangre y de su cultura, sus creencias y su idioma, su fe y sus costumbres, su ?nimo y sus sentimientos, todo lo derram? Espa?a en Am?rica, exactamente como hace una madre. ?Es esto un delito de humanidad?
Vertida, derramada, transfundida en Am?rica, Espa?a quiere y puede llamarse madre. La Am?rica espa?ola no es un pa?s extra?o que al libertarse pol?ticamente se separa en realidad; no puede separarse nunca, porque es una parte indivisible de la universalidad espa?ola.
CAP?TULO IV
LOS ESPA?OLES EN AM?RICA
Desde muy antiguo, y en distintas zonas del mundo, se ha pretendido descalificar y disminuir a los espa?oles que conquistaron Am?rica. Parece como si el primer impulso de estupefacci?n que la conquista de M?jico y Per? produjo en las gentes, hubiera humillado a los mismos admiradores; y es sabido siempre que la envidia reacciona del mismo modo: la admiraci?n se convierte en incisivas objeciones.
El mundo se sobresalt? y qued? estupefacto cuando empezaron a correr las primeras noticias de las Indias, que eran llevadas, naturalmente, agrandadas y envueltas en hip?rbole, por los pilotos, mercaderes, aventureros y embajadores. Aquellas noticias hablaban de tierras y pueblos, que ven?an a reproducir y confirmar las relaciones semiolvidadas de Marco-Polo. Un mundo distinto, fresco de originalidad, radiante de juventud y de riquezas, asomaba por el lado de Occidente, ni m?s ni menos que como un regalo milagroso. Y este regalo ven?a a caer en la corona de Espa?a, ya desde antes favorecida tan grandemente por la Providencia. Pero cuando Cort?s entr? en M?jico y sujet? aquel imperio al dominio de Carlos V, y cuando un poco despu?s mostr? Pizarro la maravilla de su haza?a y el tesoro incre?ble del Per?, el mundo no supo c?mo expresar su asombro. Lo cierto es que el nombre de Espa?a, entre el vulgo de Europa, iba adscrito a una idea de fuerza militar, palpable en los campos de Italia, Africa y Francia, y a una idea de oro, pero de oro manante, torrencial, inexhausto.
Una literatura de acarreo se ha obstinado en presentar a los conquistadores como personas bajas y soeces, brutales, con la m?s ruda brutalidad del m?s ignorante soldado. Se ha repetido el est?pido lugar com?n de que Am?rica fu? conquistada y poblada por las peores gentes de Espa?a, y yo escuch? a bastantes americanos hacer la misma relaci?n de ese vicio de origen, que les asignaba tan miserables predecesores.
Pero si repasamos las cr?nicas de la Conquista, constantemente hallaremos ocasi?n de rectificar al vulgo. Lo cierto es que en las expediciones que se dirig?an a Am?rica, junto con los inevitables marineros toscos y soldados soeces, marchaba una gruesa multitud de caballeros, arist?cratas, hidalgos, segundones, personas de pro, buenos capitanes y gente de toga y de iglesia. Es absolutamente err?neo que embarcase para Am?rica lo peor de Espa?a. En aquellos tiempos Espa?a ten?a una verdadera plenitud de caballeros e hidalgos que eran suficientes para acudir a las empresas de Europa y a la aventura de Ultramar. Por eso era fuerte entonces Espa?a, por la multitud y densidad de su aristocracia, aquella aristocracia de peque?os caballeros y fuertes hidalgos, que se dispersaron y perdieron, por desgracia, en tantas dilatadas empresas; los cuales, al desaparecer, dejaron a Espa?a como sin hueso y sin br?o, puesto que los falsos hidalgos de nueva promoci?n, que despu?s acudieron, ya no ten?an la virtud ?ntimamente aristocr?tica de los primitivos.
Es indudable que las expediciones se formaban con la flor de las gentes de Andaluc?a, de Extremadura, de Castilla y del Cant?brico. Buenos pilotos de Vizcaya, de Galicia, de las marinas de Huelva y de las riberas del Guadalquivir; cart?grafos y hasta hombres de letras; artilleros como Cand?a, el que sigui? a Pizarro, y el Catal?n, que acompa?aba a Cort?s; caballeros, en fin, de toda Espa?a. Cuando Hurtado de Mendoza quiere fundar a Buenos Aires, lleva, seg?n los cronistas, una multitud de se?ores y brillantes capitanes, que van en una armada poderosa, todos seducidos por el prestigio del ya famoso y un poco quim?rico R?o de la Plata. Y en la relaci?n que env?an los fundadores de Veracruz al emperador Carlos V, dicen que <Add to tbrJar First Page Next Page Prev Page