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RICARDO PALMA
TRADICIONES PERUANAS
INDICE
Los duendes del Cuzco Los polvos de la condesa El justicia mayor de Laycacota Racimo de horca Amor de madre Lucas el sacr?lego Rudamente, pulidamente, ma?osamente El resucitado El corregidor de Tinta La gatita de Mari-Ramos que halaga con la cola y ara?a con las manos ?A la c?rcel todo Cristo! Nadie se muere hasta que Dios quiere El fraile y la monja del Callao Por beber una copa de oro Una excomuni?n famosa Aceituna, una Oficiosidad no agradecida El alma de fray Venancio La trenza de sus cabellos De asta y rej?n Los argumentos del corregidor La ni?a del antojo La llorona del Viernes Santo ?A nadar, peces! Conversi?n de un libertino El Rey del Monte Tres cuestiones hist?ricas sobre Pizarro
TRADICIONES PERUANAS
LOS DUENDES DEL CUZCO
CR?NICA QUE TRATA DE C?MO EL VIRREY POETA ENTEND?A LA JUSTICIA
Esta tradici?n no tiene otra fuente de autoridad que el relato del pueblo. Todos la conocen en el Cuzco tal como hoy la presento. Ning?n cronista hace menci?n de ella, y s?lo en un manuscrito de r?pidas apuntaciones, que abarca desde la ?poca del virrey marqu?s de Salinas hasta la del duque de la Palata, encuentro las siguientes l?neas:
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Y he tenido en cuenta para preferir los tiempos de don Francisco de Borja; y Arag?n, no s?lo la apuntaci?n ya citada, sino la especial?sima circunstancia de que, conocido el car?cter del virrey poeta, son propias de ?l las espirituales palabras con que termina esta leyenda.
Hechas las salvedades anteriores, en descargo de mi conciencia de cronista, pongo punto redondo y entro en materia.
El monarca no se equivoc?. El Per? estaba amagado por flotas filibusteras: y por muy buen gobernante que hiciese don Juan de Mendoza y Luna, marqu?s de Montesclaros, falt?bale los br?os de la juventud. Jorge Spitberg, con una escuadra holandesa, despu?s de talar las costas de Chile, se dirigi? al Callao. La escuadra espa?ola le sali? al encuentro el 22 de julio de 1615, y despu?s de cinco horas de re?ido y feroz combate frente a Cerro Azul o Ca?ete, se incendi? la capitana, se fueron a pique varias naves, y los piratas vencedores pasaron a cuchillo a los prisioneros.
El virrey marqu?s de Montesclaros se constituy? en el Callao para dirigir la resistencia, m?s por llenar el deber que porque tuviese la esperanza de impedir, con los pocos y malos elementos de que dispon?a, el desembarque de los piratas y el consiguiente saqueo de Lima. En la ciudad de los Reyes dominaba un verdadero p?nico; y las iglesias no s?lo se hallaban invadidas por d?biles mujeres, sino por hombres que, lejos de pensar en defender como bravos sus hogares, invocaban la protecci?n divina contra los herejes holandeses. El anciano y corajudo virrey dispon?a escasamente de mil hombres en el Callao, y n?tese que, seg?n el censo de 1614, el n?mero de habitantes de Lima ascend?a a 25.454.
Seg?n unos el 18 y seg?n otros el 23 de diciembre de 1615, entr? en Lima el pr?ncipe de Esquilache, habiendo salvado providencialmente, en la traves?a de Panam? al Callao, de caer en manos de los piratas.
El recibimiento de este virrey fu? suntuoso, y el Cabildo no se par? en gastos para darle esplendidez.
Su primera atenci?n fu? crear y fortificar el puerto, lo que mantuvo a raya la audacia de los filibusteros hasta el gobierno de su sucesor, en que el holand?s Jacobo L'Heremite acometi? su formidable empresa pir?tica Descendiente del Papa Alejandro VI y de San Francisco de Borja, duque de Gand?a, el pr?ncipe de Esquilache, como a?os m?s tarde su sucesor y pariente el conde de Lemos, gobern? el Per? bajo la influencia de los jesu?tas.
Calmada la zozobra que inspiraban los amagos filibusteros, don Francisco se contrajo al arreglo de la hacienda p?blica, dict? sabias ordenanzas para los minerales de Potos? v Huancavelica, y en 20 de diciembre de 1619 erigi? el tribunal del Consulado de Comercio.
Hombre de letras, cre? el famoso colegio del Pr?ncipe, para educaci?n de los hijos de caciques, y no permiti? la representaci?n de comedias ni autos sacramentales que no hubieran pasado antes por su censura. <
Entre las agudezas del pr?ncipe de Esquilache, cuentan que le dijo a un sujeto muy cerrado de mollera, que le?a mucho y ning?n fruto sacaba de la lectura:--D?jese de libros, amigo, y persu?dase que el huevo mientras m?s cocido, m?s duro.
Esquilache, al regresar a Espa?a en 1622, fu? muy considerado del nuevo monarca Felipe IV, y muri? en 1658 en la coronada villa del oso y el madro?o.
Las armas de la casa de Borja eran un toro de gules en campo de oro, bordura de sinople y ocho brezos de oro.
Presentado el virrey poeta, pasemos a la tradici?n popular.
La casa era obra notabil?sima. El acueducto y el tallado de los techos, en uno de los cuales se halla modelado el busto del almirante que la fabric?, llaman preferentemente la atenci?n.
Que vivieron en el Cuzco cuatro almirantes, lo comprueba el ?rbol geneal?gico que en 1861 present? ante el Soberano Congreso del Per? el se?or don Sixto Laza, para que se le declarase leg?timo y ?nico representante del Inca Hu?scar, con derecho a una parte de las huaneras, al ducado de Medina de R?oseco, al marquesado de Oropesa y varias otras goller?as. ?Carillo iba a costarnos el gusto de tener pr?ncipe en casa! Pero conste, para cuando nos cansemos de la rep?blica, te?rica o pr?ctica, y proclamemos, por variar de plato, la monarqu?a, absoluta o constitucional, que todo puede suceder, Dios mediante y el trotecito trajinero que llevamos.
Refiri?ndose a ese ?rbol geneal?gico, el primer almirante fu? don Manuel de Castilla, el segundo don Crist?bal de Castilla Espinosa y Lugo, al cual sucedi? su hijo don Gabriel de Castilla V?zquez de Vargas, siendo el cuarto y ?ltimo don Juan de Castilla y Gonz?lez, cuya descendencia se pierde en la rama femenina.
Las armas de los Castilla eran: escudo tronchado; el primer cuartel en gules y castillo de oro aclarado de azur; el segundo en plata, con le?n rampante de gules y banda de sinople con dos dragantes tambi?n de sinople.
Aventurado ser?a determinar cu?l de los cuatro es el h?roe de la tradici?n, y en esta incertidumbre puede el lector aplicar el mochuelo a cualquiera, que de fijo no vendr? del otro barrio a querellarse de calumnia.
El tal almirante era hombre de m?s humos que una chimenea, muy pagado de sus pergaminos y m?s tieso que su almidonada gorguera. En el patio de la casa ostent?base una magn?fica fuente de piedra, a la que el vecindario acud?a para proveerse de agua, tomando al pie de la letra el refr?n de que agua y candela a nadie se niegan.
Pero una ma?ana se levant? su se?or?a con un humor de todos los diablos, y di? orden a sus f?mulos para que moliesen a palos a cualquier bicho de la canalla que fuese osado a atravesar los umbrales en busca del elemento refrigerador.
Una de las primeras que sufri? el castigo fu? una pobre vieja, lo que produjo alg?n esc?ndalo en el pueblo.
Al otro d?a el hijo de ?sta, que era un joven cl?rigo que serv?a la parroquia de San Jer?nimo, a pocas leguas del Cuzco, lleg? a la ciudad y se impuso del ultraje inferido a su anciana madre. Dirigi?se inmediatamente a casa del almirante; y el hombre de los pergaminos lo llam? hijo de cabra y vela verde, y ech? verbos y gerundios, sapos y culebras por esa aristocr?tica boca, terminando por darle una soberana paliza al sacerdote.
La excitaci?n que caus? el atentado fu? inmensa. Las autoridades no se atrev?an a declararse abiertamente contra el magnate, y dieron tiempo al tiempo, que a la postre todo lo calma. Pero la gente de iglesia y el pueblo declararon excomulgado al orgulloso almirante.
Con tales declaraciones la justicia se qued? a obscuras y no pudiendo proceder contra los duendes, pens? que era cuerdo el sobreseimiento.
Si el pueblo cree como art?culo de fe que los duendes dieron fin del excomulgado almirante, no es un cronista el que ha de meterse en atolladeros para convencerlo de lo contrario, por mucho que la gente descre?da de aquel tiempo murmurara por lo bajo que todo lo acontecido era obra de los jesu?tas, para acrecer la importancia y respeto debidos al estado sacerdotal.
El intendente y los alcaldes del Cuzco dieron cuenta de todo al virrey, quien despu?s de o?r leer el minucioso informe le dijo a su secretario:
--?Pl?ceme el tema para un romance moruno! ?Qu? te parece de esto, mi buen Est??iga?
--Que vuecelencia debe echar una m?nita a esos sandios golillas que no han sabido hallar la pista de los fautores del crimen.
--Y entonces se pierde lo po?tico del sucedido--repuso el de Esquilache sonri?ndose.
--Verdad, se?or; pero se habr? hecho justicia.
El virrey se qued? algunos segundos pensativo; y luego, levant?ndose de su asiento, puso la mano sobre el hombro de su secretario:
--Amigo m?o, lo hecho est? bien hecho; y mejor andar?a el mundo si, en casos dados, no fuesen leguleyos trapisondistas y dem?s cuervos de Temis, sino duendes, los que administrasen justicia. Y con esto, buenas noches y que Dios y Santa Mar?a nos tengan en su santa guarda y nos libren de duendes y remordimientos.
LOS POLVOS DE LA CONDESA
CR?NICA DE LA ?POCA DEL DECIMOCUARTO VIRREY DEL PER?
En una tarde de junio de 1631 las campanas todas de las iglesias de Lima pla??an f?nebres rogativas, y los monjes de las cuatro ?rdenes religiosas que a la saz?n exist?an, congregados en pleno coro, entonaban salmos y preces.
Los habitantes de la tres veces coronada ciudad cruzaban por los sitios en que, sesenta a?os despu?s, el virrey conde de la Monclova deb?a construir los portales de Escribanos y Botoneros, deteni?ndose frente a la puerta lateral de palacio.
En ?ste todo se volv?a entradas y salidas de personajes, m?s o menos caracterizados.
No se dir?a sino que acababa de dar fondo en el Callao un gale?n con important?simas nuevas de Espa?a, ?tanta era la agitaci?n palaciega y popular! o que, como en nuestros democr?ticos d?as, se estaba realizando uno de aquellos golpes de teatro a que sabe dar pronto t?rmino la justicia de cuerda y hoguera.
Los sucesos, como el agua, deben beberse en la fuente; y por esto, con venia del capit?n de arcabuceros que est? de facci?n en la susodicha puerta, penetraremos, lector, si te place mi compa??a, en un recamar?n de palacio.
Hall?banse en ?l el excelent?simo se?or don Luis Jer?nimo Fern?ndez de Cabrera Bobadilla y Mendoza, conde de Chinch?n, virrey de estos reinos del Per? por S. M. don Felipe IV, y su ?ntimo amigo el marqu?s de Corpa. Ambos estaban silenciosos y mirando con avidez hacia una puerta de escape, la que al abrirse di? paso a un nuevo personaje.
Era ?ste un anciano. Vest?a calz?n de pa?o negro a media pierna, zapatos de pana con hebillas de piedra, casaca y chaleco de terciopelo, pendiendo de este ?ltimo una gruesa cadena de plata con hermos?simos sellos. Si a?adimos que gastaba guantes de gamuza, habr? el lector conocido el perfecto tipo de un esculapio de aquella ?poca.
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