Read Ebook: Money-Saving Main Dishes by United States Agricultural Research Service Consumer And Food Economics Research Division United States Agricultural Research Service Human Nutrition Research Division
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Ebook has 93 lines and 4727 words, and 2 pages
Era ?ste un anciano. Vest?a calz?n de pa?o negro a media pierna, zapatos de pana con hebillas de piedra, casaca y chaleco de terciopelo, pendiendo de este ?ltimo una gruesa cadena de plata con hermos?simos sellos. Si a?adimos que gastaba guantes de gamuza, habr? el lector conocido el perfecto tipo de un esculapio de aquella ?poca.
--?Y bien, don Juan?--le interrog? el virrey, m?s con la mirada que con la palabra.
--Se?or, no hay esperanza. S?lo un milagro puede salvar a do?a Francisca.
Y don Juan se retir? con aire compungido.
Este corto di?logo basta para que el lector menos avisado conozca de qu? se trata.
El virrey hab?a llegado a Lima en enero de 1639, y dos meses m?s tarde su bell?sima y joven esposa do?a Francisca Henr?quez de Ribera, a la que hab?a desembarcado en Paita para no exponerla a los azares de un probable combate naval con los piratas. Alg?n tiempo despu?s se sinti? la virreina atacada de esa fiebre peri?dica que se designa con el nombre de terciana, y que era conocida por los Incas como end?mica en el valle de Rimac.
Sabido es que cuando, en 1378, Pachacutec envi? un ej?rcito de treinta mil cuzque?os a la conquista de Pachacamac, perdi? lo m?s florido de sus tropas a estragos de la terciana. En los primeros siglos de la dominaci?n europea, los espa?oles que se avecindaban en Lima pagaban tambi?n tributo a esta terrible enfermedad, de la que muchos sanaban sin espec?fico conocido, y a no pocos arrebataba el mal.
La condesa de Chinch?n estaba desahuciada. La ciencia, por boca de su or?culo don Juan de Vega, hab?a fallado.
--?Tan joven y tan bella!--dec?a a su amigo el desconsolado esposo--. ?Pobre Francisca! ?Qui?n te habr?a dicho que no volver?ais a ver tu cielo de Castilla ni los c?rmenes de Granada? ?Dios m?o! ?Un milagro, Se?or, un milagro!...
--Se salvar? la condesa, excelent?simo se?or--contest? una voz en la puerta de la habitaci?n.
El virrey se volvi? sorprendido. Era un sacerdote, un hijo de Ignacio de Loyola, el que hab?a pronunciado tan consoladoras palabras.
El conde de Chinch?n se inclin? ante el jesu?ta. Este continu?:
--Quiero ver a la virreina, tenga vuecencia fe, y Dios har? el resto.
El virrey condujo al sacerdote al lecho de la moribunda.
Suspendamos nuestra narraci?n para trazar muy a la ligera el cuadro de la ?poca del gobierno de don Luis Jer?nimo Fern?ndez de Cabrera, hijo de Madrid, comendador de Criptana entre los caballeros de Santiago, alcaide del alc?zar de Segovia, tesorero de Arag?n, y cuarto conde de Chinch?n, que ejerci? el mando desde el 14 de enero de 1629 hasta el 18 del mismo mes de 1639.
Data de entonces la decadencia de los minerales de Potos? y Huancavelica, a la vez que el descubrimiento de las vetas de Bomb?n y Caylloma.
El conde de Chinch?n fu? tan fan?tico como cumpl?a a un cristiano viejo. Lo comprueban muchas de sus disposiciones. Ning?n naviero pod?a recibir pasajeros a bordo, si previamente no exhib?a una c?dula de constancia de haber confesado y comulgado la v?spera. Los soldados estaban tambi?n obligados, bajo severas penas, a llenar cada a?o este precepto, y se prohibi? que en los d?as de Cuaresma se juntasen hombres y mujeres en un mismo templo.
Hemos le?do en el librejo del duque de Fr?as que, en la primera visita de c?rceles a que asisti? el conde, se le hizo relaci?n de una causa seguida a un caballero de Quito, acusado de haber pretendido sublevarse contra el monarca. De los autos dedujo el virrey que todo era calumnia, y mand? poner en libertad al preso, autoriz?ndolo para volver a Quito y d?ndole seis meses de plazo para que sublevase el territorio; entendi?ndose que si no lo consegu?a, pagar?an los delatores las costas del proceso y los perjuicios sufridos por el caballero.
?H?bil manera de castigar envidiosos y denunciantes infames!
Volvamos a la virreina, que dejamos moribunda en el lecho.
Un mes despu?s se daba una gran fiesta en palacio en celebraci?n del restablecimiento de do?a Francisca.
La virtud febr?fuga de la cascarilla quedaba descubierta.
El doctor Scrivener dice que un m?dico ingl?s, Mr. Talbot, cur? con la quinina al pr?ncipe de Cond?, al delf?n, a Colbert y otros personajes, vendiendo el secreto al gobierno franc?s por una suma considerable y una pensi?n vitalicia.
Mendiburu dice que, al principio, encontr? el uso de la quina fuerte oposici?n en Europa, y que en Salamanca se sostuvo que ca?a en pecado mortal el m?dico que la recetaba, pues sus virtudes eran debidas a pacto de dos peruanos con el diablo.
EL JUSTICIA MAYOR DE LAYCACOTA
CR?NICA DE LA ?POCA DEL D?CIMONONO VIRREY DEL PER?
En una serena tarde de marzo del a?o del Se?or de 1665, hall?base reunida a la puerta de su choza una familia de indios. Compon?ase ?sta de una anciana que se dec?a descendiente del gran general Ollantay, dos hijas, Carmen y Teresa, y un mancebo llamado Tom?s.
La choza estaba situada a la falda del cerro de Laycacota. Ella con quince o veinte m?s constitu?an lo que se llama una aldea de cien habitantes.
He aqu? la tradici?n sobre Ollantay:
Un leal capit?n salv? a Cusicoyllor y su tierna hija Imasumac, y se estableci? con ellas en la falda del Laycacota, en el sitio donde en 1669 deb?a erigirse la villa de San Carlos de Puno.
Conclu?a la anciana de referir a su hijo esta tradici?n, cuando se present? ante ella un hombre, apoyado en un bast?n, cubierto el cuerpo con un largo poncho de bayeta, y la cabeza por un ancho y viejo sombrero de fieltro. El extranjero era un joven de veinticinco a?os, y a pesar de la ruindad de su traje, su porte era distinguido, su rostro varonil y simp?tico y su palabra graciosa y cortesana.
Dijo que era andaluz, y que su desventura lo tra?a a tal punto que se hallaba sin pan ni hogar. Los v?stagos de la hija de Pachacutec le acordaron de buen grado la hospitalidad que demandaba.
As? transcurrieron pocos meses. La familia se ocupaba en la cr?a de ganado y en el comercio de lanas, sirvi?ndola el hu?sped muy ?tilmente. Pero la verdad era que el joven espa?ol se sent?a apasionado de Carmen, la mayor de las hijas de la anciana, y que ella no se daba por ofendida con ser objeto de las amorosas ansias del mancebo.
Como el platonismo, en punto a terrenales afectos, no es eterno, lleg? un d?a en que el gal?n, cansado de conversar con las estrellas en la soledad de sus noches, se espontane? con la madre, y ?sta, que hab?a aprendido a estimar al espa?ol, le dijo:
--Mi Carmen te llevar? en dote una riqueza digna de la descendiente de emperadores.
El novio no dio por el momento importancia a la frase; pero tres d?as despu?s de realizado el matrimonio, la anciana lo hizo levantarse de madrugada y lo condujo a una bocamina, dici?ndole:
--Aqu? tienes la dote de tu esposa.
La hasta entonces ignorada, y despu?s famos?sima, mina de Laycacota fu? desde ese d?a propiedad de don Jos? Salcedo, que tal era el nombre del afortunado andaluz.
La opulencia de la mina y la generosidad de Salcedo y de su hermano don Gaspar atrajeron, en breve, gran n?mero de aventureros a Laycacota.
Oigamos a un historiador: <Add to tbrJar First Page Next Page Prev Page