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Read Ebook: Vidas Ejemplares: Beethoven—Miguel Ángel—Tolstoi by Rolland Romain

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Ebook has 1484 lines and 145755 words, and 30 pages

Introducci?n 95

Miguel ?ngel 99

La Lucha 117

La Abdicaci?n 179

Ep?logo

La Muerte 245

Ap?ndice

Poes?as de Miguel ?ngel 253

Bibliograf?a

VIDA DE TOLSTOI

La luz que acaba de extinguirse 277

Historia de mi infancia 292

Las narraciones del C?ucaso 295

Los Cosacos 296

Narraciones de Sebastopol 301

Tres muertes 312

La felicidad conyugal 314

La Guerra y la Paz 319

Ana Karenina 327

Las Confesiones y la crisis religiosa 335

La crisis social: ?Qu? debemos hacer? 347

La cr?tica del arte 358

Los Cuentos Populares 371

El Poder de las Tinieblas 375

La Muerte de Iv?n Ilich 378

La Sonata a Kreutzer 379

Resurrecci?n 385

Las ideas sociales de Tolstoi 393

Su semblante hab?a tomado los rasgos definitivos 407

Concluye la lucha 420

Ap?ndice

Las obras p?stumas de Tolstoi 431

PREFACIO

BEETHOVEN

Al Municipio de Viena, el 1.? de febrero de 1819.

Un denso ambiente nos envuelve. La vieja Europa se adormece en una atm?sfera cargada y viciosa; un materialismo sin grandeza pesa sobre el pensamiento y estorba la acci?n de los gobiernos y de los individuos; el mundo muere de asfixia en su ego?smo prudente y vil, y al morir nos ahoga. Abramos las ventanas para que entre el aire puro; respiremos el aliento de los h?roes.

La vida es dura. Para los que no se resignan a la mediocridad del alma es un combate diario, triste las m?s de las veces, librado sin grandeza ni fortuna en la soledad y en el silencio. Oprimidos por la pobreza, por los ?speros deberes dom?sticos, por los trabajos abrumadores y est?pidos, en los que in?tilmente se pierden las fuerzas, la mayor parte de los hombres est?n separados los unos de los otros, sin una esperanza, sin un rayo de alegr?a, sin tener siquiera el consuelo de tender la mano a sus hermanos de infortunio, que nada saben de ellos y de quienes ellos nada saben. Cada uno cuenta s?lo consigo mismo; y hay momentos en que los m?s fuertes flaquean bajo el peso de su pena, y demandan socorro y amistad.

Para ayudarlos me propongo reunir, en torno suyo, a los Amigos heroicos, a las grandes almas que se sacrificaron por el bien. Estas Vidas de Hombres Ilustres no se dirigen al orgullo de los ambiciosos, sino que est?n consagradas a los desventurados. ?Y qui?n, en el fondo, no lo es? Ofrezcamos a quienes sufren el b?lsamo del sagrado sufrimiento. No estamos solos en el combate, pues alumbran la noche del mundo luces divinas, y ahora mismo, cerca de nosotros, hemos visto brillar dos de las m?s puras llamas, la de la Justicia y la de la Libertad: el coronel Picquart y el pueblo boer. Si estas llamas no han logrado abrasar las espesas tinieblas, nos han mostrado, en un rel?mpago, el camino. Avancemos en pos de estos hombres, en pos de todos los que como ellos lucharon, aislados, esparcidos en todos los pa?ses y en todos los tiempos. Acabemos con los valladares de los siglos y resucitemos el pueblo de los h?roes.

No llamo h?roes a los que triunfaron por el pensamiento o por la fuerza; llamo h?roes s?lo a aqu?llos que fueron grandes por el coraz?n. Como ha dicho, entre ellos, uno de los m?s altos, aqu?l cuya vida contamos en estas p?ginas: "no reconozco otro signo de excelsitud que la bondad". Cuando no hay grandeza de car?cter no hay grandes hombres, ni siquiera grandes artistas, ni grandes hombres de acci?n; apenas habr? ?dolos exaltados por la multitud vil; pero los a?os destruyen ?dolos y multitud. Poco nos importa el ?xito, ya que se trata de ser grande y no de parecerlo.

La vida de aqu?llos cuya historia intentaremos narrar en estas p?ginas fu? casi siempre un martirio prolongado. Sea que un tr?gico destino haya querido forjar sus almas en el yunque del dolor f?sico y moral, de la enfermedad y de la miseria; o bien que asolara sus vidas y desgarrara sus corazones el espect?culo de los sufrimientos y de las verg?enzas sin nombre que torturaban a sus hermanos, todos comieron el pan cotidiano de la prueba, y fueron grandes por la energ?a, porque lo fueron tambi?n por la desgracia. Que no se quejen demasiado quienes son desventurados, porque los mejores de entre los hombres est?n con ellos. Nutr?monos del valor de estos hombres, y, si somos d?biles, reposemos por un instante nuestra cabeza sobre sus rodillas, que ellos nos consolar?n. Mana de estas almas sagradas un torrente de fuerza serena y de bondad omnipotente: no es siquiera necesario interrogar sus obras, ni escuchar sus palabras, para que leamos en sus ojos, en la historia de su vida, que nunca la vida es m?s grande, m?s fecunda--ni m?s dichosa--que en el dolor.

Inspir?monos en su valiente palabra. Reanimemos, con su ejemplo, la fe del hombre en la vida y en el hombre.

ROMAIN ROLLAND

Enero de 1903.

VIDA DE BEETHOVEN

Woltuen, wo man kann, Freiheit ?ber alles lieben, Wahrheit nie, auch sogar am Throne nicht verleugnen.

BEETHOVEN

Era peque?o y gordo, de cuello robusto, de complexi?n atl?tica; ten?a una cara grande color de rojo ladrillo, menos al fin de su vida, que se torn? su tono enfermizo y amarillento, en invierno sobre todo, cuando permanec?a encerrado y lejos del campo; una frente poderosa y abultada; cabellos extremadamente negros, muy espesos, en los cuales parec?a que no hab?a entrado nunca el peine, erizados por todos lados, "las serpientes de Medusa"; sus ojos brillaban con una fuerza prodigiosa, que dominaba a cuantos los miraban; pero casi todos se enga?aron sobre el color de estos ojos. Como irradiaban con fulgor salvaje, en un semblante obscuro y tr?gico, se les cre?a generalmente negros, cuando eran de un azul gr?seo; peque?os y muy hundidos, se abr?an bruscamente en la pasi?n o en la c?lera y entonces giraban en sus ?rbitas, reflejando todos sus pensamientos con verdad maravillosa. Frecuentemente se volv?an hacia el cielo con una mirada melanc?lica. La nariz era chata y ancha, como un hocico de le?n: la boca delicada, con el labio inferior saliente; mand?bulas temibles que habr?an podido cascar nueces; y un hoyuelo profundo en el ment?n, hacia el lado derecho, daba una extra?a disimetr?a al rostro. "Sonre?a bondadosamente, dice Moscheles, y hab?a en su conversaci?n, a menudo, un tono amable y alentador. En cambio su risa era desagradable, violenta y gesticulante, r?pida",--la risa de un hombre que no est? acostumbrado a la alegr?a. Su expresi?n habitual era melanc?lica, de "una tristeza incurable". Rellstab, en 1825, dec?a que ten?a necesidad de todas sus fuerzas para no llorar al ver "sus ojos dulces y su dolor penetrante"; Braun von Braunthal, un a?o despu?s, lo encontr? en una cervecer?a: estaba sentado en un rinc?n, fumando una larga pipa y con los ojos cerrados, como lo hac?a m?s frecuentemente a medida que se aproximaba a la muerte. Un amigo le dirigi? la palabra; sonri? con tristeza, sac? de su bolsillo una libreta de conversaci?n, y, con la voz aguda que adquieren a menudo los sordos, le dijo que escribiera lo que quer?a preguntarle. Su semblante se transfiguraba, ora en los accesos de inspiraci?n s?bita que lo acomet?an de improviso, aun en la calle, y que llenaban de sorpresa a los transe?ntes, ora cuando se le sorprend?a sentado al piano. "Los m?sculos de su rostro se le saltaban, sus venas se hinchaban; los ojos salvajes se hac?an dos veces m?s terribles; le temblaba la boca, y ten?a el aire de un encantador vencido por los demonios que hubiera evocado". Parec?a una figura de Shakespeare; Julius Benedict dice: "El rey Lear".

Ludwig van Beethoven naci? el 16 de diciembre de 1770, en Bonn, cerca de Colonia, en una m?sera bohardilla de casa pobre. Era flamenco de origen; su padre, un tenor borracho y sin talento; su madre, una criada, hija de un cocinero y viuda en primeras nupcias de un ayuda de c?mara.

Su infancia severa no tuvo la familiar dulzura con que la de Mozart, m?s feliz, estuvo rodeada. Desde el principio la vida se le revel? como un combate triste y brutal; su padre quiso explotar sus disposiciones musicales y exhibirlo como un ni?o prodigio; a los cuatro a?os de edad lo sentaba, durante horas enteras, frente a su clave, o lo encerraba con un viol?n y lo abrumaba de trabajo. Poco falt? para que por siempre le hubiera hecho odioso el arte. Fu? preciso usar de la violencia para que Beethoven aprendiera la m?sica. Su juventud fu? entristecida por las preocupaciones materiales, el cuidado de ganarse el pan, los trabajos prematuros; a los once a?os formaba parte de la orquesta del teatro, y a los trece era organista. En 1787 perdi? a su madre, a quien adoraba. "?Era tan buena conmigo, tan digna de ser amada, mi mejor amiga! ?Oh, qui?n m?s feliz que yo cuando pod?a pronunciar el dulce nombre de madre, y que ella pod?a escucharme!". Hab?a muerto de tisis, y el mismo Beethoven se crey? atacado de esa enfermedad; sufr?a ya constantemente y un?a a su dolencia una melancol?a m?s cruel que el propio mal. A los diecisiete a?os era jefe de familia, encargado de la educaci?n de sus hermanos. Pas? la verg?enza de solicitar el retiro de su padre, incapaz de dirigir la casa por borracho, y fu? al hijo a quien se entreg? la pensi?n paterna para evitar que fuese disipada. Semejantes sufrimientos dejaron en ?l una huella profunda. Tuvo la fortuna de encontrar un cari?oso apoyo en una familia de Bonn, que le fu? siempre muy querida, los Breuning. La gentil "Lorchen", Eleonora de Breuning, ten?a dos a?os menos: le ense?? ?l la m?sica y ella lo inici? en la poes?a; fu? su compa?era de infancia y acaso hubo entre ellos alg?n sentimiento tierno. Eleonora cas? m?s tarde con el doctor Wegeler, que fu? uno de los mejores amigos de Beethoven: hasta el ?ltimo d?a no ces? de reinar entre ellos una amistad apacible, de que dan testimonio las cartas dignas y cari?osas de Wegeler y de Eleonora, y las del viejo y fiel amigo al bueno y querido Wegeler ; cari?o m?s conmovedor todav?a cuando la vejez lleg? para los tres sin enfriar la juventud de sus corazones.

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