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Read Ebook: Los Sueños Volume II by Quevedo Francisco De Cejador Y Frauca Julio Editor

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Ebook has 1823 lines and 122816 words, and 37 pages

--?Qu? diferentes son las cosas del mundo de como las vemos! Desde hoy perder?n conmigo todo el cr?dito mis ojos y nada creer? menos de lo que viere.

Pas? por nosotros el entierro, como si no hubiera de pasar por nosotros tan brevemente, y como si aquella difunta no nos fuera ense?ando el camino y muda no nos dijera a todos:

"Delante voy, donde aguardo a los que qued?is, acompa?ando a otros, que yo vi pasar con ese propio descuido".

Apart?nos desta consideraci?n el ruido que andaba en una casa a nuestras espaldas. Entramos dentro a ver lo que fuese, y al tiempo que sintieron gente comenz? un pla?ido, a seis voces, de mujeres que acompa?aban una viuda. Era el llanto muy autorizado; pero poco provechoso al difunto. Sonaban palmadas de rato en rato, que parec?a palmeado de diciplinantes. O?anse unos sollozos estirados, embutidos de suspiros, pujados por falta de gana. La casa estaba despojada, las paredes desnudas. La cuitada estaba en un aposento escuro sin luz ninguna, lleno de bayetas, donde lloraban a tiento. Unas dec?an:

--Amiga, nada se remedia con llorar.

Otras:

--Sin duda goza de Dios.

Cu?l la animaba a que se conformase con la voluntad del Se?or. Y ella luego comenzaba a soltar el trapo, y llorando a c?ntaros dec?a:

--?Para qu? quiero yo vivir sin Fulano? ?Desdichada nac?, pues no me queda a quien volver los ojos! ?Qui?n ha de amparar a una pobre mujer sola!

Y aqu? pla??an todas con ella y andaba una sonadera de narices, que se hund?a la cuadra. Y entonces advert? que las mujeres se purgan en un p?same d?stos, pues por los ojos y las narices echan cuanto mal tienen. Enternec?me y dije:

--Eso--respond?--es malicia que se verifica en algunas; mas todas son un g?nero femenino desamparado, y tal como aqu? se representa en esta desventurada mujer. Dejadme, dije al viejo, llorar semejante desventura y juntar mis l?grimas a las destas mujeres.

El viejo, algo enojado, dijo:

--?Ahora lloras, despu?s de haber hecho ostentaci?n vana de tus estudios y mostr?dote docto y te?logo, cuando era menester mostrarte prudente? ?No aguardaras a que yo te hubiera declarado estas cosas para ver c?mo merec?an que se hablase dellas? Mas ?qui?n habr? que detenga la sentencia ya imaginada en la boca? No es mucho, que no sabes otra cosa, y que a no ofrecerse la viuda, te quedabas con toda tu ciencia en el est?mago. No es fil?sofo el que sabe d?nde est? el tesoro, sino el que trabaja y le saca. Ni aun ?se lo es del todo, sino el que despu?s de pose?do usa bien d?l. ?Qu? importa que sepas dos chistes y dos lugares, si no tienes prudencia para acomodarlos? Oye, ver?s esta viuda, que por de fuera tiene un cuerpo de responsos, c?mo por de dentro tiene una ?nima de aleluyas, las tocas negras y los pensamientos verdes. ?Ves la escuridad del aposento y el estar cubiertos los rostros con el manto? Pues es porque as?, como no las pueden ver, con hablar un poco gangoso, escupir y remedar sollozos, hace un llanto casero y hechizo, teniendo los ojos hechos una yesca. ?Qui?reslas consolar? Pues d?jalas solas y bailar?n en no habiendo con quien cumplir, y luego las amigas har?n su oficio:

--?Qued?is moza y es malograros! Hombres habr? que os estimen. Ya sab?is qui?n es Fulano, que cuando no supla la falta del que est? en la gloria, etc.

Otra:

--Mucho deb?is a don Pedro, que acudi? en este trabajo. No s? qu? me sospeche. Y, en verdad, que si hubiera de ser algo..., que por quedar tan ni?a os ser? forzoso...

Y entonces la viuda, muy recoleta de ojos y muy estre?ida de boca, dice:

--No es ahora tiempo deso. A cargo de Dios est?: ?l lo har?, si viere que conviene.

Y advertid que el d?a de la viudez es el d?a que m?s comen estas viudas, porque para animarla no entra ninguna que no le d? un trago. Y le hace comer un bocado, y ella lo come, diciendo:

--Todo se vuelve ponzo?a.

Y medio masc?ndolo dice:

--?Qu? provecho puede hacer esto a la amarga viuda que estaba hecha a comer a medias todas las cosas y con compa??a, y ahora se las habr? de comer todas enteras sin dar parte a nadie de puro desdichada?

Mira, pues, siendo esto as?, qu? a prop?sito vienen tus exclamaciones.

Apenas esto dijo el viejo, cuando arrebatados de unos gritos, ahogados en vino, de gran ruido de gente, salimos a ver qu? fuese. Y era un alguacil, el cual con s?lo un pedazo de vara en la mano y las narices ajadas, deshecho el cuello, sin sombrero y en cuerpo, iba pidiendo favor al Rey, favor a la justicia, tras un ladr?n, que en seguimiento de una iglesia, y no de puro buen cristiano, iba tan ligero como ped?a la necesidad y le mandaba el miedo.

Atr?s, cercado de gente, quedaba el escribano lleno de lodo, con las cajas en el brazo izquierdo, escribiendo sobre la rodilla. Y not? que no hay cosa que crezca tanto en tan poco tiempo como culpa en poder de escribano, pues en un instante ten?a una resma al cabo.

Pregunt? la causa del alboroto. Dijeron que aquel hombre que hu?a era amigo del alguacil, y que le fi? no s? qu? secreto tocante en delito, y, por no dejarlo a otro que lo hiciese, quiso ?l asirle. Huy?sele, despu?s de haberse dado muchas pu?adas, y viendo que ven?a gente, encomend?se a sus pies y fuese a dar cuenta de sus negocios a un retablo.

El escribano hac?a la causa, mientras el alguacil con los corchetes, que son podencos del verdugo que siguen ladrando, iban tras ?l y no le pod?an alcanzar. Y deb?a de ser el ladr?n muy ligero, pues no le pod?an alcanzar soplones, que por fuerza corr?an como el viento.

--?Con qu? podr? premiar una rep?blica el celo deste alguacil, pues, porque yo y el otro tengamos nuestras vidas, honras y haciendas, ha aventurado su persona? ?ste merece mucho con Dios y con el mundo. M?rale cual va roto y herido, llena de sangre la cara, por alcanzar aquel delincuente y quitar un tropez?n a la paz del pueblo.

--Basta--dijo el viejo--. Que si no te van a la mano, dir?s un d?a entero. S?bete que ese alguacil no sigue a este ladr?n ni procura alcanzarle por el particular y universal provecho de nadie; sino que, como ve que aqu? le mira todo el mundo, c?rrese de que haya quien en materia de hurtar le eche el pie delante, y por eso aguija por alcanzarle. Y no es culpable el alguacil porque le prendi?, siendo su amigo, si era delincuente. Que no hace mal el que come de su hacienda; antes hace bien y justamente. Y todo delincuente y malo, sea quien fuere, es hacienda del alguacil y le es l?cito comer della. ?stos tienen sus censos sobre azotes y galeras, y sus juros sobre la horca. Y cr?eme que el a?o de virtudes para ?stos y para el infierno es est?ril. Y no s? c?mo, aborreci?ndolos el mundo tanto, por venganza dellos no da en ser bueno adrede por uno o por dos a?os, que de hambre y de pena se morir?an. Y renegad de oficio que tiene situados sus gajes donde los tiene situados Belceb?.

--Ya que en eso pongas tambi?n dolo, ?como lo podr?s poner en el escribano, que le hace la causa, calificada con testigos?

--R?ete deso--dijo--. ?Has visto t? alguacil sin escribano alg?n d?a? No, por cierto. Que, como ellos salen a buscar de comer, porque no vaya a la c?rcel sin causa, llevan escribano que se la haga. Y as?, aunque ellos no den causa para que les prendan, h?cesela el escribano, y est?n presos con causa. Y en los testigos no repares, que para cualquier cosa tendr?n tantos como tuviere gotas de tinta el tintero: que los m?s en los malos oficiales los presenta la pluma y los examina la cudicia. Y si dicen algunos lo que es verdad, escriben lo que han menester y repiten lo que dijeron. Y para andar como hab?a de andar el mundo, mejor fuera y m?s importara que el juramento, que ellos toman al testigo que jure a Dios y a la cruz decir verdad en lo que le fuere preguntado, que el testigo se lo tomara a ellos de que la escribir?n como ellos la dijeren. Muchos hay buenos escribanos, y alguaciles muchos; pero de s? el oficio es con los buenos como la mar con los muertos, que no los consiente, y dentro de tres d?as los echa a la orilla. Bien me parece a m? un escribano a caballo y un alguacil con capa y gorra honrando unos azotes, como pudiera un bautismo detr?s de una sarta de ladrones que azotan; pero siento que, cuando el pregonero dice:

"A estos hombres por ladrones, que suene el eco en la vara del alguacil y en la pluma del escribano".

M?s dijera si no le tuviera la grandeza con que un hombre rico iba en una carroza tan hinchado, que parec?a porfiaba a sacarla de husillo, pretendiendo parecer tan grave, que a las cuatro bestias a?n se lo parec?a, seg?n el espacio con que andaban. Iba muy derecho, preci?ndose de espetado, escaso de ojos y avariento de miraduras, ahorrando cortes?as con todos, sumida la cara en un cuello abierto hacia arriba, que parec?a vela en papel, y tan olvidado de sus conjunturas, que no sab?a por donde volverse a hacer una cortes?a ni levantar el brazo a quitarse el sombrero, el cual parec?a miembro, seg?n estaba fijo y firme. Cercaban el coche cantidad de criados tra?dos con artificio, entretenidos con promesas y sustentados con esperanzas. Otra parte iba de acompa?amiento de acreedores, cuyo cr?dito sustentaba toda aquella m?quina. Iba un buf?n en el coche entreteni?ndole.

--Para ti se hizo el mundo--dije yo luego que le vi--, que tan descuidado vives y con tanto descanso y grandeza. ?Qu? bien empleada hacienda! ?Qu? lucida! ?Y c?mo representa bien qui?n es este caballero!

--Todo cuanto piensas--dijo el viejo--es disparate y mentira, y cuanto dices, y s?lo aciertas en decir que el mundo s?lo se hizo para ?ste. Y es verdad, porque el mundo es s?lo trabajo y vanidad, y ?ste es todo vanidad y locura. ?Ves los caballos? Pues comiendo se van, a vueltas de la cebada y paja, al que la f?a a ?ste y por cortes?a de las ejecuciones trae ropilla. M?s trabajo le cuesta la f?brica de sus embustes para comer, que si lo ganara cavando. ?Ves aquel buf?n? Pues has de advertir que tiene por buf?n al que le sustenta y le da lo que tiene. ?Qu? m?s miseria quieres destos ricos, que todo el a?o andan comprando mentiras y adulaciones, y gastan sus haciendas en falsos testimonios? Va aqu?l tan contento, porque el truh?n le ha dicho que no hay tal pr?ncipe como ?l, y que todos los dem?s son unos escuderos, como si ello fuera as?. Y diferencian muy poco, porque el uno es juglar del otro. Desta suerte el rico se r?e con el buf?n, y el buf?n se r?e del rico, porque hace caso de lo que lisonjea.

Ven?a una mujer hermosa tray?ndose de paso los ojos que la miraban y dejando los corazones llenos de deseos. Iba ella con artificioso descuido escondiendo el rostro a los que ya la hab?an visto y descubri?ndole a los que estaban divertidos. Tal vez se mostraba por velo, tal vez por tejadillo. Ya daba un rel?mpago de cara con un bamboleo de manto, ya se hac?a br?jula mostrando un ojo solo, y, tapada de medio lado, descubr?a un taraz?n de mejilla. Los cabellos martirizados hac?an sortijas a las sienes. El rostro era nieve y grana y rosas que se conservaban en amistad, esparcidas por labios, cuello y mejillas. Los dientes transparentes y las manos, que de rato en rato nevaban el manto, abrasaban los corazones. El talle y paso, ocasionando pensamientos lascivos. Tan rica y galana como cargada de joyas recebidas y no compradas. Vila, y, arrebatado de la naturaleza, quise seguirla entre los dem?s, y, a no tropezar en las canas del viejo, lo hiciera. Volv?me atr?s diciendo:

--Quien no ama con todos sus cinco sentidos una mujer hermosa, no estima a la naturaleza su mayor cuidado y su mayor obra. Dichoso es el que halla tal ocasi?n, y sabio el que la goza. ?Qu? sentido no descansa en la belleza de una mujer, que naci? para amada del hombre! De todas las cosas del mundo aparta y olvida su amor correspondido, teni?ndole todo en poco y trat?ndole con desprecio. ?Qu? ojos tan honestamente hermosos! ?Qu? mirar tan cauteloso y prevenido en los descuidos de un alma libre! ?Qu? cejas tan negras, esforzando rec?procamente la blancura de la frente! ?Qu? mejillas, donde la sangre mezclada con la leche engendra lo rosado que admira! ?Qu? labios encarnados, guardando perlas, que la risa muestra con recato! ?Qu? cuello! ?Qu? manos! ?Qu? talle! Todos son causa de perdici?n, y juntamente disculpa del que se pierde por ella.

--?Qu? m?s le queda a la edad que decir y al apetito que desear?--dijo el viejo--. Trabajo tienes, si con cada cosa que ves haces esto. Triste fu? tu vida; no naciste sino para admirado. Hasta ahora te juzgaba por ciego, y ahora veo que tambi?n eres loco, y echo de ver que hasta ahora no sabes para lo que Dios te di? los ojos ni cu?l es su oficio: ellos han de ver, y la raz?n ha de juzgar y elegir; al rev?s lo haces, o nada haces, que es peor. Si te andas a creerlos, padecer?s mil confusiones, tendr?s las sierras por azules, y lo grande por peque?o, que la longitud y la proximidad enga?an la vista. ?Qu? r?o caudaloso no se burla della, pues para saber hacia d?nde corre es menester una paja o ramo que se lo muestre! ?Viste esa visi?n, que acost?ndose fea se hizo esta ma?ana hermosa ella misma y hace extremos grandes? Pues s?bete que las mujeres lo primero que se visten, en despertando, es una cara, una garganta y unas manos, y luego las sayas. Todo cuanto ves en ellas es tienda y no natural. ?Ves el cabello? Pues comprado es y no criado. Las cejas tienen m?s de ahumadas que de negras; y si como se hacen cejas se hicieran las narices, no las tuvieran. Los dientes que ves y la boca era, de puro negra, un tintero, y a puros polvos se ha hecho salvadera. La cera de los o?dos se ha pasado a los labios, y cada uno es una candelilla. ?Las manos? Pues lo que parece blanco es untado. ?Qu? cosa es ver una mujer, que ha de salir otro d?a a que la vean, echarse la noche antes en adobo, y verlas acostar las caras hechas cofines de pasas, y a la ma?ana irse pintando sobre lo vivo como quieren? ?Qu? es ver una fea o una vieja querer, como el otro tan celebrado nigrom?ntico, salir de nuevo de una redoma? ?Est?sla mirando? Pues no es cosa suya. Si se lavasen las caras, no las conocer?as. Y cree que en el mundo no hay cosa tan trabajada como el pellejo de una mujer hermosa, donde se enjugan y secan y derriten m?s jalbegues que sus faldas desconfiadas de sus personas. Cuando quieren halagar algunas narices, luego se encomiendan a la pastilla y al sahumerio o aguas de olor, y a veces los pies disimulan el sudor con las zapatillas de ?mbar. D?gote que nuestros sentidos est?n en ayunas de lo que es mujer y ah?tos de lo que le parece. Si la besas, te embarras los labios; si la abrazas, aprietas tablillas y abollas cartones; si la acuestas contigo, la mitad dejas debajo de la cama en los chapines; si la pretendes, te cansas; si la alcanzas, te embarazas; si la sustentas, te empobreces; si la dejas, te persigue; si la quieres, te deja. Dame a entender de qu? modo es buena, y considera ahora este animal soberbio con nuestra flaqueza, a quien hacen poderoso nuestras necesidades, m?s provechosas sufridas o castigadas, que satisfechas, y ver?s tus disparates claros. Consid?rala padeciendo los meses, y te dar? asco, y, cuando est? sin ellos, acu?rdate que los ha tenido y que los ha de padecer, y te dar? horror lo que te enamora, y averg??nzate de andar perdido por cosas que en cualquier estatua de palo tienen menos asqueroso fundamento.

Mirando estaba yo confusi?n de gente tan grande, cuando dos figurones, entre fantasmas y colosos, con caras abominables y facciones tra?das, tiraron una cuerda. Delgada me pareci? y de mil diferentes colores, y dando gritos por unas simas que abrieron por bocas, dijeron:

--Ea, gente cuerda, alto a la obra.

No lo hubieron dicho cuando de todo el mundo, que estaba al otro lado, se vinieron a la sombra de la cuerda muchos, y, en entrando, eran todos tan diferentes, que parec?a trasmutaci?n o encanto. Yo no conoc? a ninguno.

--?V?lgate Dios por cuerda--dec?a yo--, que tales tropel?as haces!

El viejo se limpiaba las laga?as, y daba unas carcajadas sin dientes, con tantos dobleces de mejillas, que se arremet?an a sollozos mirando mi confusi?n.

--Aquella mujer all? fuera estaba m?s compuesta que copla, m?s serena que la de la mar, con una honestidad en los huesos, anublada de manto, y, en entrando aqu?, ha desatado las coyunturas, mira de par en par, y por los ojos est? disparando las entra?as a aquellos mancebos, y no deja descansar la lengua en ceceos, los ojos en gui?aduras, las manos en tecleados de mo?o.

--?Qu? te ha dado, mujer? ?Eres t? la que yo vi all??

--S? es--dec?a el vejete con una voz trompicada en toses y con juanetes de gargajos--, ella es; mas por debajo de la cuerda hace estas habilidades.

--Y aqu?l que estaba all? tan ajustado de ferreruelo, tan atusado de traje, tan recoleto de rostro, tan angustiado de ojos, tan mortificado de habla, que daba respeto y veneraci?n--dije yo--, ?c?mo no hubo pasado, cuando se descerraj? de mohatras y de usuras? Montero de necesidades, que las arma trampas, y perpetuo vocinglero del tanto m?s cuanto, anda acechando logros.

--Ya te he dicho que eso es por debajo de la cuerda.

--?V?late el diablo por cuerda, que tales cosas urdes! Aqu?l que anda escribiendo billetes, sonsacando virginidades, solicitando deshonras, y facilitando maldades, yo lo conoc? a la orilla de la cuerda, dignidad grav?sima.

--Pues por debajo de la cuerda tiene esas ocupaciones--respondi? mi ayo.

--Aqu?l que anda all? juntando bregas, azuzando pendencias, revolviendo caldos, aumentando ciza?as, y calificando porf?as y dando pistos a temas desmayadas, yo lo vi fuera de la cuerda revolviendo libros, ajustando leyes, examinando la justicia, ordenando peticiones, dando pareceres: ?c?mo he de entender estas cosas?

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