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Read Ebook: Historia de la Conquista de Mexico Volume 2 (of 3) Poblacion y Progresos de la America Septentrional Conocida por el Nombre de Nueva España by Sol S Antonio De Josse Auguste Louis Editor

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Ebook has 516 lines and 81535 words, and 11 pages

Contributor: Agustin Luis Josse

ESCRIBIALA DON ANTONIO DE SOL?S SECRETARIO DE SU MAGESTAD, Y SU CRONISTA MAYOR DE INDIAS.

NUEVA EDICION

TOMO SEGUNDO.

EN LONDRES:

A EXPENSAS DEL DICHO EDITOR,

Se Hallar?

En su casa, No. 18, Broad-street, Golden-square;

Y en las de B. DULAU y Co. Soho-square; T. BOOSEY, Broad-street, Royal Exchange; WHITE, Fleet-street; DE CONCHY, New Bond-street; WINGRAVE, Strand; LONGMAN y REES, Paternoster-row; y LACKINGTON y ALLEN, Finsbury-square.

A. L. JOSSE'S,

Professor of the French and Spanish Languages, author of a Spanish Grammar, a Course of Exercises, &c. No. 18, Broad Street, Golden Square.

CAPITULO PRIMERO.

Razon es ya que volvamos ? los Capitanes Alonso Hernandez Portocarrero y Francisco de Montejo, que partieron de la Vera Cruz con el presente y cartas para el Rey: primera noticia y primer tributo de la Nueva Espa?a. Hicieron su viage con felicidad, aunque pudieron aventurarla, por no guardar literalmente las ?rdenes que llevaban; cuyas interpretaciones suelen destruir los negocios, y aciertan pocas veces con el dict?men del superior. Tenia Francisco de Montejo en la Isla de Cuba cerca de la Habana una de las estancias de su repartimiento: y quando llegaron ? vista del Cabo de San Anton, propuso ? su compa?ero, y al piloto Juan de Alaminos, que ser?a bien acercarse ? ella, y proveerse algunos bastimentos de regalo para el viage; pues estando aquella poblacion tan distante de la ciudad de Santiago, donde residia Diego Velazquez, se contravenia poco ? la substancia del precepto que les puso Cort?s para que se apartasen de su distrito. Consigui? su intento, logrando con este color el deseo que tenia de ver su hacienda; y arriesg? no solo el baxel, sino el presente y todo el negocio de su cargo: porque Diego Velazquez, ? quien desvelaban continuamente los zelos de Cort?s, tenia distribuidas por todas las poblaciones vecinas ? la costa diferentes esp?as que le avisasen de qualquiera novedad, temiendo que envi?se alguno de sus navios ? la Isla de Santo Domingo para dar cuenta de su descubrimiento, y pedir socorro ? los Religiosos Gobernadores: cuya instancia deseaba prevenir y embarazar. Supo luego por este medio lo que pasaba en la estancia de Montejo, y despach? en breves horas dos baxeles muy veleros, bien artillados y guarnecidos, para que procurasen aprehender, ? todo riesgo, el navio de Cort?s, disponiendo la faccion con tanto celeridad, que fu? necesaria toda la ciencia y toda la fortuna del piloto Alaminos para escapar de este peligro, que puso en contingencia todos los progresos de Nueva Espa?a.

Bernal Diaz del Castillo mancha, con poca razon, la fama de Francisco de Montejo, digno por su calidad y valor de mejores ausencias. Culpale de que falt? ? la obligacion en que le puso la confianza de Cort?s: dice que sali? ? su estancia con ?nimo de suspender la navegacion, para que tuviese tiempo Diego Velazquez de aprehender el navio: que le escribi? una carta con el aviso: que la llev? un marinero arroj?ndose al agua; y otras circunstancias de poco fundamento, en que se contradice despues, haciendo particular memoria de la resolucion y actividad con que se opuso Francisco de Montejo en la Corte ? los agentes y valedores de Diego Velazquez; pero tambien escribe que no hallaron estos Enviados de Cort?s al Emperador en Espa?a, y afirma otras cosas, de que se conoce la facilidad con que daba los o?dos, y que se deben leer con rezelo sus noticias en todo aquello que no le informaron sus ojos. Continuaron su viage por el canal de Bahama, siendo Anton de Alaminos el primer piloto que se arroj? al peligro de sus corrientes: y fu? menester ent?nces toda la violencia con que se precipitan por aquella parte las aguas entre las Islas Luc?yas y la Florida para salir ? lo ancho con brevedad, y dexar frustradas las asechanzas de Diego Velazquez.

Favoreci?los el tiempo, y arribaron ? Sevilla por Octubre de este a?o en m?nos favorable ocasion, porque se hallaba en aquella Ciudad el Capellan Benito Martin, que vino ? la Corte, como diximos, ? solicitar las conveniencias de Diego Velazquez: y habi?ndole remitido los t?tulos de su Adelantamiento, aguardaba embarcacion para volverse ? la Isla de Cuba. Hizole gran novedad este accidente; y vali?ndose de su introduccion y solicitud, se querell? de Hernan Cort?s, y de los que venian en su nombre ante los Ministros de la Contratacion, que ya se llamaba de las Indias, refiriendo:

"Que aquel navio era de su amo Diego Velazquez, y todo lo que ven?a en ?l perteneciente ? sus conquistas: que la entrada en las provincias de Tierra Firme se habia executado furtivamente, y sin autoridad, alz?ndose Cort?s y los que le acompa?aban con la armada que Diego Velazquez tenia prevenida para la misma empresa: que los Capitanes Portocarrero y Montejo eran dignos de grave castigo; y por lo m?nos se debia embargar el baxel y su carga mientras no legitimasen los t?tulos, de cuya virtud emanaba su comision."

Tenia Diego Velazquez muchos defensores en Sevilla, porque regalaba con liberalidad: y esto era lo mismo que tener razon, por lo m?nos en los casos dudosos, que se interpretan las mas veces con la voluntad. Admiti?se la instancia; y ?ltimamente se hizo el embargo, permitiendo ? los Enviados de Cort?s por gran equivalencia que acudiesen al Rey.

Partieron con esta permision ? Barcelona dos Capitanes y el piloto Alaminos, creyendo hallar la Corte en aquella ciudad; pero llegaron ? tiempo que acabada de partir el Rey ? la Coru?a, donde tenia convocadas las Cortes de Castilla, y prevenida su armada para pasar ? Flandes, instado ya prolixamente de los clamores de Alemania, que le llamaban ? la corona del Imperio. No se resolvieron ? seguir la Corte, por no hablar de paso en negocio tan grave, que, mezclado entre las inquietudes del camino, perderia la novedad, sin hallar la consideracion: por cuyo reparo se encaminaron ? Medellin con ?nimo de visitar ? Martin Cort?s y ver si podian conseguir que viniese con ellos ? la presencia del Rey, para que autoriz?se con sus canas y con su representacion la instancia y la persona de su hijo. Recibi?los aquel venerable anciano con la ternura que se dexa considerar en un padre cuidadoso y desconsolado, que ya le lloraba muerto; y hall? con las nuevas de su vida tanto que admirar en sus acciones, y tanto que celebrar en su fortuna.

Determin?se luego ? seguirlos, y tomando noticia del parage donde se hallaba el Emperador supieron que habia de hacer mansion en Tordesillas, para despedirse de la Reyna Do?a Juana su madre, y despachar algunas dependencias de su jornada. Aqu? le esperaron, y aqu? tuvieron la primera audiencia, favorecidos de una casualidad oportuna: porque los Ministros de Sevilla no se atrevieron ? detener en el embargo lo que venia para el Emperador; y llegaron ? la misma sazon el presente de Cort?s y los Indios de la nueva conquista: con cuyo accidente fueron mejor escuchadas las novedades que referian, facilit?ndose por los ojos la estra?eza de los o?dos: porque aquellas alhajas de oro preciosas por la materia y por el arte, aquellas curiosidades y primores de pluma y algodon, y aquellos racionales de tan rara fisonom?a que parecian hombres de segunda especie, fueron otros tantos testigos que hicieron creible, dexando admirable su narracion.

Oy?los el Emperador con mucha gratitud: y el primer movimiento de aquel ?nimo Real fu? volverse ? Dios, y darle rendidas gracias de que en su tiempo se hallasen nuevas regiones donde introducir su nombre, y dilatar su Evangelio. Tuvo con ellos diferentes conferencias: inform?se cuidadosamente de las cosas de aquel nuevo Mundo, del dominio y fuerzas de Motezuma, de la calidad y talento de Cort?s: hizo algunas preguntas al piloto Alaminos concernientes ? la navegacion: mand? que los Indios se llevasen ? Sevilla, para que se conservasen mejor en temple mas benigno: y segun lo que se pudo colegir ent?nces del afecto con que deseaba fomentar aquella empresa, fuera breve y favorable su resolucion, si no le embaraz?ran otras dependencias de grav?simo peso.

Llegaban cada dia nuevas cartas de las ciudades con proposiciones poco reverentes: lamentabase Castilla de que se sacasen sus Cortes ? Galicia: estaba zeloso el Reyno de que pes?se mas el Imperio: andaba mezclada con protestas la obediencia: y finalmente se iba derramando poco ? poco en los ?nimos la semilla de las comunidades. Todos amaban al Rey, y todos le perdian el respeto: sentian su ausencia, lloraban su falta; y este amor natural convertido en pasion, ? mal administrado, se hizo brevemente amenaza de su dominio. Resolvi? apresurar su jornada, por apartarse de las quejas; y la execut?, creyendo volver con brevedad, y que no le ser?a dificultoso corregir despues aquellos malos humores que dexaba movidos. As? lo consigui?; pero respetando los altos motivos que le obligaron ? este viage, no podemos dexar de conocer que se aventur? ? gran p?rdida: y que, ? la verdad, hace poco por la salud quien se fia del exceso, en suposicion de que habr? remedios quando llegue la necesidad.

Qued? remitida, por estos embarazos, la instancia de Cort?s al Cardenal Adriano, y ? la junta de Prelados y Ministros que le habian de aconsejar en el gobierno durante la ausencia del Emperador, con ?rden para que, oyendo al Consejo de Indias, se tom?se medio en las pretensiones de Diego Velazquez, y se diese calor al descubrimiento y conquista espiritual de aquella tierra, que ya se iba dexando conocer por el nombre de Nuera Espa?a.

Presidia en este Consejo, formado pocos dias ?ntes, Juan Rodriguez de Fonseca, Obispo de Burgos, y concurrian en ?l Hernando de Vega Se?or de Grajal, Don Francisco Zapata y Don Antonio de Padilla, del Consejo Real, y Pedro Martir de Angleria, Protonotario de Aragon. Tenia el Presidente gran suposicion en las materias de las Indias, porque las habia manejado muchos dias, y todos cedian ? su autoridad y ? su experiencia. Favorecia con descubierta voluntad ? Diego Velazquez, y pudo ser que le hiciese fuerza su razon, ? el concepto en que le tenia: que Bernal Diaz del Castillo refiere las causas de su pasion con indecencia y prolixidad: pero tambien dice lo que oy?, y ser?a mucho m?nos, ? no ser?a. Lo que no se puede negar es, que perdi? mucho en sus informes la causa de Cort?s, y que di? mal nombre ? su conquista trat?ndola como delito de mala conseq?encia. Representaba que Diego Velazquez, segun el t?tulo que tenia del Emperador, era due?o de la empresa, y segun justicia, de los mismos medios con que se habia conseguido. Ponderaba lo poco que se podia fiar de un hombre rebelde ? su mismo superior, y lo que se debian temer en provincias tan remotas estos principios de sedicion: protestaba los da?os; y ?ltimamente carg? tanto la mano en sus representaciones, que puso en cuidado al Cardenal y ? los de la junta. No dexaban de conocer que se afectaba con sobrado fervor la razon de Diego Velazquez; pero no se atrevian ? resolver negocio tan grave contra el parecer de un Ministro tan graduado; ni tenian por conveniente desconfiar ? Cort?s, quando estaba tan arrestado, y en la verdad se le debia un descubrimiento tanto mayor que los pasados. Cuyas dudas y contradicciones fueron retardando la resolucion de modo que volvi? el Emperador de su jornada, y llegaron segundos Comisarios de Cort?s, primero que se tom?se acuerdo en sus pretensiones. Lo mas que pudieron conseguir Martin Cort?s y sus compa?eros fu?, que se les mandasen librar algunas cantidades para su gasto sobre los mismos efectos que tenian embargados en Sevilla; con cuya moderada subvencion estuvieron dos a?os en la Corte, siguiendo los Tribunales como pretendientes desvalidos: hecho esta vez negocio particular el inter?s de la Monarqu?a, de quantas suelen hacerse causa p?blica los intereses particulares.

En el discurso de los seis dias que se detuvo Hernan Cort?s en su alojamiento para cumplir con los Mexicanos, se conoci? con nuevas experiencias el afecto con que deseaban la paz los de Tlasc?la, y quanto se rezelaban de los oficios y diligencias de Motezuma. Llegaron dentro del plazo se?alado los Embaxadores que se esperaban, y fueron recibidos con la urbanidad acostumbrada. Venian seis caballeros de la familia Real con lucido acompa?amiento, y otro presente de la misma calidad, y poco mas valor que el pasado. Habl? el uno de ellos, y, no sin aparato de palabras y ex?geraciones, ponder?:

De este g?nero fu? la oracion del Mexicano, y todas las embaxadas y diligencias de Motezuma paraban en procurar que no se le acercasen los Espa?oles. Mirabalos con el horror de sus presagios; y fingi?ndose la obediencia de sus dioses, hacia religion de su mismo desaliento. Suspendi? Cort?s por ent?nces su respuesta, y solo dixo:

"Que ser?a razon que descansasen de su jornada, y que los despacharia brevemente."

Deseaba que fuesen testigos de la paz de Tlasc?la; y mir? tambien ? lo que importaba detenerlos, porque no se despech?se Motezuma con la noticia de su resolucion, y trat?se de ponerse en defensa: que ya se sab?a su desprevencion, y no se ignoraba la facilidad con que podia convocar sus ex?rcitos.

Dieron tanto cuidado en Tlasc?la estas embaxadas, ? que atribu?an la detencion de Cort?s, que resolvieron los del gobierno, por ?ltima demostracion de su afecto, venir al quartel en forma de Senado para conducirle ? su ciudad; ? no volver ? ella sin dexar enteramente acreditada la sinceridad de su trato, y desvanecidas las negociaciones de Motezuma.

Era solemne y numeroso el acompa?amiento, y pac?fico el color de los adornos y las plumas. Venian los Senadores en andas ? sillas port?tiles sobre los hombros de ministros inferiores; y en el mejor lugar Magiscatz?n, que favoreci? siempre la causa de los Espa?oles, y el padre de Xicotenc?l, anciano venerable, ? quien habia quitado los ojos la vejez, pero sin ofender la cabeza; pues se conservaba todavia con opinion de sabio entre los Consejeros. Apearonse poco ?ntes de llegar ? la casa donde los esperaba Cort?s: y el ciego se adelant? ? los demas, pidiendo ? los que le conducian que le acercasen al Capitan de los Orientales. Abraz?le con extraordinario contento, y despues le aplicaba por diferentes partes el tacto, como quien deseaba conocerle, supliendo con las manos el defecto de los ojos. Sent?ronse todos, y ? ruego de Magiscatz?n habl? el ciego en esta substancia:

"Ya, valeroso Capitan, seas, ? no, del g?nero mortal, tienes en tu poder al Senado de Tlasc?la, ?ltima se?al de nuestro rendimiento. No venimos ? disculpar el yerro de nuestra nacion; sino ? tomarle sobre nosotros, fiando ? nuestra verdad tu desenojo. Nuestra fu? la resolucion de la guerra: pero tambien ha sido nuestra la determinacion de la paz. Apresurada fu? la primera, y tarda es la segunda; pero no suelen ser de peor calidad las resoluciones mas consideradas; ?ntes se borra con trabajo lo que se imprime con dificultad: y puedo asegurar que la misma detencion nos di? mayor conocimiento de tu valor, y profund? los cimientos de nuestra constancia. No ignoramos que Motezuma intenta disuadirte de nuestra confederacion: escuchale como ? nuestro enemigo, si no le considerares como tirano, que ya lo parece quien te busca para la sinrazon. Nosotros no queremos que nos ayudes contra ?l, que, para todo lo que no eres t?, nos bastan nuestras fuerzas: solo sentir?mos que fies tu seguridad de sus ofertas; porque conocemos sus artificios y maquinaciones, y ac? en mi ceguedad se me ofrecen algunas luces que me descubren desde lejos tu peligro. Puede ser que Tlasc?la se haga famosa en el mundo por la defensa de tu razon; pero dexemos al tiempo tu desenga?o: que no es vaticinio lo que se colige f?cilmente de su tiran?a y de nuestra fidelidad. Ya nos ofreciste la paz: ?si no te detiene Motezuma, qu? te detiene? ?Por qu? te niegas ? nuestras instancias? ?Por qu? dexas de honrar nuestra ciudad con tu presencia? Resueltos venimos ? conquistar de una vez tu voluntad y tu confianza, ? poner en tus manos nuestra libertad: elige, pues, de estos dos partidos el que mas te agrad?re: que para nosotros nada es tercero entre las dos fortunas, de tus amigos ? tus prisioneros."

As? concluy? su oracion el ciego venerable, porque no falt?se algun Apio Claudio en este consistorio, como el otro que or? en el Senado contra los Epir?tas: y no se puede negar que los Tlascalt?cas eran hombres de mas que ordinario discurso, como se ha visto en su gobierno, acciones y razonamientos. Algunos escritores poco afectos ? la nacion Espa?ola tratan ? los Indios como brutos incapaces de razon, para dar m?nos estimacion ? su conquista. Es verdad que se admiraban con simplicidad de ver hombres de otro g?nero, color y trage: que tenian por monstruosidad las barbas, accidente que neg? ? sus rostros la naturaleza: que daban el oro por el vidrio: que tenian por rayos las armas de fuego, y por fieras los caballos; pero todos eran efectos de la novedad, que ofenden poco al entendimiento: porque la admiracion, aunque suponga ignorancia, no supone incapacidad; ni propiamente se puede llamar ignorancia la falta de noticia. Dios los hizo racionales; y no, porque permiti? su ceguedad, dex? de poner en ellos toda la capacidad y dotes naturales que fueron necesarios ? la conservacion de la especie, y debidos ? la perfeccion de sus obras. Volvamos, empero, ? nuestra narracion, y no autorizemos la calumnia sobrando en la defensa.

No pudo resistir Hernan Cort?s ? esta demostracion del Senado, ni tenia ya que esperar, habi?ndose cumplido el t?rmino que ofreci? ? los Mexicanos; y as? respondi? con toda estimacion ? los Senadores, y los hizo regalar con algunos presentes, deseando acreditar con ellos su agrado y su confianza. Fu? necesario persuadirlos con resolucion para que se volviesen: y lo consigui?, d?ndoles palabra de mudar luego su alojamiento ? la ciudad, sin mas detencion que la necesaria para juntar alguna gente de los lugares vecinos que conduxesen la artiller?a y el bagage. Aceptaron ellos la palabra, haci?ndosela repetir con mas afecto que desconfianza; y partieron contentos y asegurados, tomando ? su cuenta la diligencia de juntar y remitir los Indios de carga que fuesen menester: y ap?nas ray? la primera luz del dia siguiente, quando se hallaron ? la puerta del quartel quinientos Tamenes tan bien industriados, que competian sobre la carga, haciendo pretension de su mismo trabajo.

Trat?se luego de la marcha: pusose la gente en esquadron, y dando su lugar ? la artiller?a y al bagage, se fu? siguiendo el camino de Tlasc?la con toda la buena ordenanza, prevencion y cuidado que observaba siempre aquel peque?o ex?rcito: ? cuya rigurosa disciplina se debi? mucha parte de sus operaciones. Estaba la campa?a por ambos lados poblada de innumerables Indios, que salian de sus pueblos ? la novedad: y eran tantos sus gritos y ademanes, que pudieran pasar por clamores ? amenazas de las que usaban en la guerra, si no dixera Do?a Marina que usaban tambien de aquellos alaridos en sus mayores fiestas, y que, celebrando ? su modo la dicha que habian conseguido, victoreaban y bendecian ? los nuevos amigos: con cuya noticia se llev? mejor la molestia de las voces, siendo necesaria ent?nces la paciencia para el aplauso.

Salieron los Senadores largo trecho de la ciudad ? recibir el ex?rcito con toda la ostentacion y pompa de sus funciones p?blicas, asistidos de los nobles, que hacian vanidad en semejantes casos de autorizar ? los ministros de su rep?blica. Hicieron al llegar sus reverencias; y sin detenerse caminaron delante, dando ? entender con este apresurado rendimiento lo que deseaban adelantar la marcha, ? no detener ? los que acompa?aban.

Al entrar en la ciudad resonaron los v?ctores y aclamaciones con mayor estruendo; porque se mezclaba con el grito popular la m?sica disonante de sus flautas, atabalillos y bocinas. Era tanto el concurso de la gente, que trabajaron mucho los ministros del Senado en concertar la muchedumbre, para desembarazar las calles. Arrojaban las mugeres diferentes flores sobre los Espa?oles, y las mas atrevidas ? m?nos recatadas se acercaban hasta ponerlas en sus manos. Los sacerdotes arrastrando las ropas talares de sus sacrificios, salieron al paso con sus braserillos de copal; y sin saber que acertaban, significaron el aplauso con el humo. Dex?base conocer en los semblantes de todos la sinceridad del ?nimo; pero con varios afectos: porque andaba la admiracion mezclada con el contento, y el alborozo templado con la veneracion. El alojamiento que tenian prevenido con todo lo necesario para la comodidad y el regalo, era la mejor casa de la ciudad, donde habia tres ? quatro patios muy espaciosos, con tantos y tan capaces aposentos, que consigui? Cort?s sin dificultad la conveniencia de tener unida su gente. Llev? consigo ? los Embaxadores de Motezuma, por mas que lo resistieron, y los aloj? cerca de s?: porque iban asegurados en su respeto, y estaban temerosos de que se les hiciese alguna violencia. Fu? la entrada, y ?ltima reduccion de Tlasc?la en veinte y tres de Septiembre del mismo a?o de mil y quinientos y diez y nueve: dia en que los Espa?oles consiguieron una paz con circunstancias de triunfo, tan durable y de tanta conseq?encia para la conquista de Nueva Espa?a, que se conservan hoy en aquella provincia diferentes prerogativas y ex?nciones obtenidas en remuneracion de aquella primera constancia. Honrado monumento de su antigua fidelidad.

Era ent?nces Tlasc?la una ciudad muy populosa, fundada sobre quatro eminencias poco distantes, que se prolongaban de oriente ? poniente con desigual magnitud: y fiadas en la natural fortaleza de sus pe?ascos contenian en s? los edificios, formando quatro cabeceras ? barrios distintos, cuya division se unia y comunicaba por diferentes calles de paredes gruesas que servian de muralla. Gobernaban estas poblaciones con se?orio de vasallage quatro Caciques descendientes de sus primeros fundadores, que pendian del Senado, y ordinariamente concurrian en ?l; pero con sujecion ? sus ?rdenes en todo lo pol?tico, y segundas instancias de sus vasallos. Las casas se levantaban moderadamente de la tierra, porque no usaban segundo techo: su f?brica de piedra y ladrillo; y en vez de tejados, azoteas y corredores. Las calles angostas y torcidas, segun conservaba su dificultad la aspereza de la monta?a. ?Extraordinaria situacion y arquitectura! m?nos ? la comodidad, que ? la defensa.

Tenia toda la provincia cincuenta leguas de circunferencia: diez su longitud de oriente ? poniente; y quatro su latitud de norte ? sur. Pais montuoso y quebrado, pero muy fertil, y bien cultivado en todos los parages donde la freq?encia de los riscos daba lugar al beneficio de la tierra. Confinaba por todas partes con provincias de la faccion de Motezuma: solo por la del norte cerraba, mas que dividia, sus l?mites la gran cordillera, por cuyas monta?as inaccesibles se comunicaban con los Otom?es, Totonaques y otras naciones b?rbaras de su confederacion. Las poblaciones eran muchas y de numerosa vecindad. La gente, inclinada desde la ni?ez ? la supersticion, y al exercicio de las armas, en cuyo manejo se imponian y habilitaban con emulacion; hicieselos montaraces el clima, ? valientes la necesidad. Abundaban de maiz, y esta semilla respondia tan bien al sudor de los villanos, que di? ? la provincia el nombre de Tlasc?la: voz que en su lengua es lo mismo que tierra de pan. Habia frutas de gran variedad y regalo: cazas de todo g?nero; y era una de sus fertilidades la Cochinilla, cuyo uso no conocian, hasta que le aprendieron de los Espa?oles. Debi?se de llamar as? del grano coccineo, que di? entre nosotros nombre ? la grana; pero en aquellas partes es un g?nero de insecto como gusanillo peque?o, que nace, y adquiere la ?ltima sazon sobre las hojas de un arbol r?stico y espinoso, que llamaban ent?nces tuna silvestre, y ya le benefician como fruct?fero; debiendo su mayor comercio y utilidad al precioso tinte de sus gusanos, nada inferior al que hallaron los antiguos en la sangre del m?rice y la p?rpura, tan celebrado en los mantos de sus Reyes.

Tenia tambien sus pensiones la felicidad natural de aquella provincia sujeta, por la vecindad de las monta?as, ? grandes tempestades, horribles huracanes, y freq?entes inundaciones del rio Zahual, que no contento algunos a?os con destruir las mieses, y arrancar los ?rboles, solia buscar los edificios en lo mas alto de las eminencias. Dicen que Zahual en su idioma significa rio de sarna, porque se cubrian de ella los que usaban de sus aguas en la bebida ? en el ba?o: segunda malignidad de su corriente. Y no era la menor entre las calamidades que padecia Tlasc?la el carecer de sal, cuya falta desazonaba todas sus abundancias: y aunque pudieran traerla f?cilmente de las tierras de Motezuma con el precio de sus granos, tenian ? menor inconveniente sufrir el sinsabor de sus manjares, que abrir el comercio ? sus enemigos.

Estas y otras observaciones de su gobierno reparables ? la verdad en la rudeza de aquella gente, hacian admiracion, y ponian en cuidado ? los Espa?oles. Cort?s escondia su rezelo; pero continuaba las guardias en su alojamiento: y quando salia con los Indios ? la ciudad, llevaba consigo parte de su gente, sin olvidar las armas de fuego. Andaban tambien en tropas los soldados, y con la misma prevencion, procurando todas acreditar la confianza, de manera que no pareciese descuido. Pero los Indios, que deseaban sin artificio ni afectacion la amistad de los Espa?oles, se desconsolaban pundonorosamente de que no se arrimasen las armas, y se acab?se de creer su fidelidad: punto que se discurri? en el Senado; por cuyo decreto vino Magiscatz?n ? significar este sentimiento ? Cort?s, y ponder? mucho:

"Quanto disonaban aquellas prevenciones de guerra donde todos estaban sujetos, obedientes y deseosos de agradar: que la vigilancia con que se vivia en el quartel denotaba poca seguridad; y los soldados que salian ? la ciudad con sus rayos al hombro; puesto que no hiciesen mal, ofendian mas con la desconfianza, que ofendieran con el agravio. Dixo que las armas se debian tratar como peso in?til donde no eran necesarias, y parecian mal entre amigos de buena ley, y desarmados:"

y concluy?, suplicando encarecidamente ? Cort?s de parte del Senado, y toda la ciudad:

"Que mand?se cesar en aquellas demostraciones y aparatos, que, al parecer, conservaban se?ales de guerra mal fenecida, ? por lo m?nos eran indicios de amistad escrupulosa."

Cort?s le respondi?:

"Que tenia conocida la buena correspondencia de sus ciudadanos, y estaba sin rezelo de que pudiesen contravenir ? la paz que tanto habian deseado: que las guardias que se hacian, y el cuidado que reparaban en su alojamiento, era conforme ? la usanza de su tierra, donde vivian siempre militarmente los soldados, y se habilitaban en el tiempo de la paz ? los trabajos de la guerra, por cuyo medio se aprendia la obediencia, y se hacia costumbre la vigilancia: que las armas tambien eran adorno y circunstancia de su trage, y las tra?an como gala de su profesion; por cuya causa les pedia que se asegurasen de su amistad, y no estra?asen aquellas demostraciones propias de su milicia, y compatibles con la paz entre los de su nacion."

Hall? camino de satisfacer ? sus amigos, sin faltar ? la razon de su cautela: y Magiscatz?n, hombre de esp?ritu guerrero, que habia gobernado en su mocedad las armas de su rep?blica, se agrad? tanto de aquel estilo militar y loable costumbre, que no solo volvi? sin queja, pero fu? deseoso de introducir en sus ex?rcitos este g?nero de vigilancia y exercicios, que distinguian y habilitaban los soldados.

Quietaronse con esta noticia los paisanos, y asistian todos con diligente servidumbre al obsequio de los Espa?oles. Conociase mas cada dia su voluntad: los regalos fueron muchos, cazas de todos g?neros, y frutas extraordinarias, con algunas ropas y curiosidades de poco precio, pero lo mejor que daba de s? la penur?a de aquellos montes, cerrados al comercio de las regiones que producian el oro y la plata. La mejor sala del alojamiento se reserv? para capilla, donde se levant? sobre gradas el altar, y se colocaron algunas im?genes con la mayor decencia que fu? posible. Celebrabase todos los dias el santo sacrificio de la Misa con asistencia de los Indios principales, que callaban admirados ? respectivos; y aunque no estuviesen devotos, cuidaban de no estorvar la devocion. Todo lo reparaban, y t?do les hacia novedad, y mayor estimacion de los Espa?oles: cuyas virtudes conocian y veneraban, mas por lo que se hacen ellas amar, que porque las supiesen el nombre, ni las exercitasen.

Un dia pregunt? Magiscatz?n ? Cort?s:

"Si era mortal: porque sus obras y las de su gente parecian mas que naturales, y contenian en s? aquel g?nero de bondad y grandeza que consideraban ellos en sus Dioses; pero que no entendian aquellas ceremonias con que, al parecer, reconocian otra Deidad superior: porque los aparatos eran de sacrificio, y no hallaban en ?l la v?ctima, ? la ofrenda con que se aplacaban los Dioses; ni sabian que pudiese haber sacrificio, sin que muriese alguno por la salud de los demas."

Con esta ocasion tom? la mano Cort?s, y satisfaciendo ? sus preguntas, confes? con ingenuidad:

"Que su naturaleza, y la de todos sus soldados era mortal;"

porque no se atrevi? ? contemporizar con el enga?o de aquella gente, quando trataba de volver por la verdad infalible de su Religion; pero a?adi?:

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