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Read Ebook: Historia de la Conquista de Mexico Volume 2 (of 3) Poblacion y Progresos de la America Septentrional Conocida por el Nombre de Nueva España by Sol S Antonio De Josse Auguste Louis Editor

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Ebook has 516 lines and 81535 words, and 11 pages

porque no se atrevi? ? contemporizar con el enga?o de aquella gente, quando trataba de volver por la verdad infalible de su Religion; pero a?adi?:

"Que como hijos de mejor clima tenian mas esp?ritu y mayores fuerzas que los otros hombres:"

y sin admitir el atributo de inmortal, se qued? con la reputacion de invencible. Dixoles tambien:

"Que no solo reconocian superior en el Cielo, donde adoraban al ?nico Se?or de todo el universo; pero tambien eran s?bditos y vasallos del mayor Pr?ncipe de la tierra, en cuyo dominio estaban ya los de Tlasc?la: pues siendo hermanos de los Espa?oles, no podian dexar de obedecer ? quien ellos obedecian."

Pas? luego ? discurrir en lo mas esencial; y aunque or? fervorosamente contra la idolatr?a, hallando con su buena razon bastantes fundamentos para impugnar y destruir la multiplicidad de los Dioses, y el error abominable de sus sacrificios, quando lleg? ? tocar en los misterios de la F?, le parecieron dignos de mejor explicacion, y di? lugar, discreto hasta en callar ? tiempo, para que habl?se el Padre Fray Bartolom? de Olmedo. Procur? este Religioso introducirlos poco ? poco en el conocimiento de la verdad, explicando como docto y como prudente los puntos principales de la Religion Christiana, de modo que pudiese abrazarlos la voluntad sin fatiga del entendimiento: porque nunca es bien dar con toda la luz en los ojos ? los que habitan en la obscuridad. Pero Magiscatz?n, y los demas que le asistian, dieron por ent?nces poca esperanza de reducirse. Decian:

"Que aquel Dios, ? quien adoraban los Espa?oles, era muy grande, y ser?a mayor que los suyos; pero que cada uno tenia poder en su tierra, y all? necesitaban de un Dios contra los rayos y tempestades: de otro para la guerra: y as? de las demas necesidades; porque no era posible que uno solo cuid?se de todo."

Mejor admitieron la proposicion del Se?or temporal: porque se allanaron desde luego ? ser sus vasallos, y preguntaban si los defenderia de Motezuma, poniendo en esto la razon de su obediencia; pero al mismo tiempo pedian con humildad y encogimiento:

"Que no saliese de all? la pl?tica de mudar religion, porque si lo llegaban ? entender sus Dioses, llamarian ? sus tempestades, y echarian mano de sus avenidas para que los aniquilasen."

As? los tenia pose?dos el error, y atemorizados el demonio. Lo mas que se pudo conseguir ent?nces fu?, que dexasen los sacrificios de sangre humana, porque les hizo fuerza lo que se oponian ? la ley natural: y con efecto fueron puestos en libertad los miserables cautivos que habian de morir en sus festividades, y se rompieron diferentes c?rceles y jaulas, donde los tenian y preparaban con el buen tratamiento, no tanto porque llegasen decentes al sacrificio, como porque no viniesen deslucidos al plato.

No qued? satisfecho Hernan Cort?s con esta demostracion; ?ntes proponia entre los suyos que se derribasen los ?dolos, trayendo en conseq?encia la faccion y el suceso de Zempoala; como si fuera lo mismo intentar semejante novedad en lugar de tanto mayor poblacion: enga?abale su zelo, y no le desenga?aba su ?nimo. Pero el Padre Fray Bartolom? de Olmedo le puso en razon, dici?ndole con entereza religiosa:

"Que no estaba sin escr?pulo de la fuerza que se hizo ? los de Zempoala: porque se compadecian mal la violencia y el Evangelio; y aquello en la substancia era derribar los altares, y dexar los ?dolos en el corazon. A que a?adi?: que la empresa de reducir aquellos Gentiles pedia mas tiempo y mas suavidad: porque no era buen camino para darles ? conocer su enga?o, malquistar con torcedores la verdad; y ?ntes de introducir ? Dios, se debia desterrar al demonio: guerra de otra milicia y de otras armas."

A cuya persuasion y autoridad rindi? Hernan Cort?s su dict?men, reprimiendo los ?mpetus de su piedad; y de all? adelante se trat? solamente de ganar y disponer las voluntades de aquellos Indios, haciendo amable con las obras la Religion, para que, ? vista de ellas, conociesen la disonancia y abominacion de sus costumbres, y por estas la deformidad y torpeza de sus Dioses.

Pasados tres ? quatro dias, que se gastaron en estas primeras funciones de Tlasc?la, volvi? el ?nimo Cort?s al despacho de los Embaxadores Mexicanos. Detuvolos para que viesen totalmente rendidos ? los que tenian por ind?mitos: y la respuesta que les di? fu? breve y artificiosa:

"Que dixesen ? Motezuma lo que llevaban entendido, y habia pasado en su presencia: las instancias y demostraciones con que solicitaron y merecieron la paz los de Tlasc?la: el afecto y buena correspondencia con que la mantenian: que ya estaban ? su disposicion, y era tan due?o de sus voluntades, que esperaba reducirlos ? la obediencia de su Pr?ncipe, siendo esta una de las conveniencias que resultarian de su embaxada, entre otras de mayor importancia, que le obligaban ? continuar el viage, y ? solicitar ent?nces su benignidad, para merecer despues su agradecimiento."

Con cuyo despacho, y la escolta que pareci? necesaria, partieron luego los Embaxadores mas enterados de la verdad, que satisfechos de la respuesta. Y Hernan Cort?s se hall? empe?ado en detenerse algunos dias en Tlasc?la, porque iban llegando ? dar la obediencia los pueblos principales de la rep?blica, y las naciones de su confederacion, cuyo acto se revalidaba con instrumento p?blico, y se autorizaba con el nombre del Rey Don Carlos, conocido ya y venerado entre aquellos Indios con un g?nero de verdad en la sujecion, que se dexaba colegir del respeto que tenian ? sus vasallos.

Sucedi? por este tiempo un accidente que hizo novedad ? los Espa?oles, y puso en confusion ? los Indios. Descubrese desde lo alto del sitio, donde estaba ent?nces la ciudad de Tlasc?la, el volcan de Popocatepec en la cumbre de una sierra, que ? distancia de ocho leguas se descuella considerablemente sobre los otros montes. Empez? en aquella sazon ? turbar el dia con grandes y espantosas avenidas de humo tan r?pido y violento, que subia derecho largo espacio del ayre, sin ceder ? los ?mpetus del viento, hasta que, perdiendo la fuerza en lo alto, se dexaba esparcir y dilatar ? todas partes, y formaba una nube mas ? m?nos obscura, segun la porcion de ceniza que llevaba consigo. Salian de quando en quando mezcladas con el humo algunas llamaradas ? globos de fuego, que, al parecer, se dividian en centellas; y serian las piedras encendidas que arrojaba el volcan, ? algunos pedazos de materia combustible, que duraban segun su alimento.

No se espantaban los Indios de ver el humo, por ser freq?ente y casi ordinario en este volcan; pero el fuego, que se manifestaba pocas veces, los entristecia y atemorizaba como presagio de venideros males: porque tenian aprendido que las centellas, quando se derramaban por el ayre, y no volvian ? caer en el volcan, eran las almas de los tiranos que salian ? castigar la tierra: y que sus Dioses, quando estaban indignados, se valian de ellos como instrumentos adequados ? la calamidad de los pueblos.

En este delirio de su imaginacion estaban discurriendo con Hernan Cort?s Magiscatz?n, y algunos de aquellos magn?tes que ordinariamente le asistian: y ?l reparando en aquel rudo conocimiento que mostraban de la inmortalidad, premio y castigo de las almas, procuraba darles ? entender los errores con que tenian desfigurada esta verdad, quando entr? Diego de Ordaz ? pedirle licencia para reconocer desde mas cerca el volcan, ofreciendo subir ? lo alto de la sierra, y observar todo el secreto de aquella novedad. Espantaronse los Indios de oir semejante proposicion; y procurando informarle del peligro, y desviarle del intento, decian:

"Que los mas valientes de su tierra solo se atrevian ? visitar alguna vez unas ermitas de sus Dioses que estaban ? la mitad de la eminencia; pero que de all? adelante no se hallaria huella de humano pie, ni eran sufribles los temblores y bramidos con que se defendia la monta?a."

Diego de Ordaz se encendi? mas en su deseo con la misma dificultad que le ponderaban: y Hernan Cort?s, aunque lo tuvo por temeridad, le di? licencia para intentarlo, porque viesen aquellos Indios, que no estaban negados, sus imposibles al valor de los Espa?oles: zeloso ? todas horas de su reputacion y la de su gente.

Acompa?aron ? Diego de Ordaz en esta faccion dos soldados de su compa??a y algunos Indios principales, que ofrecieron llegar con ?l hasta las ermitas, lastim?ndose mucho de que iban ? ser testigos de su muerte. Es el monte muy delicioso en su principio: hermoseanle por todas partes frondosas arboledas, que, subiendo largo trecho con la cuesta, suavizan el camino con su amenidad, y, al parecer, con enga?oso divertimiento llevan al peligro por el deleyte. Vase despues esterilizando la tierra, parte con la nieve que dura todo el a?o en los parages que desampara el sol ? perdona el fuego, y parte con la ceniza que blanquea tambien desde lejos con la oposicion del humo. Quedaronse los Indios en la estancia de las ermitas, y parti? Diego de Ordaz con sus dos soldados, trepando animosamente por los riscos, y poniendo muchas veces los pies donde estuvieron las manos: pero quando llegaron ? poca distancia de la cumbre, sintieron que se movia la tierra con violentos y repetidos bayvenes, y percibieron los bramidos horribles del volcan, que ? breve rato dispar? con mayor estruendo gran cantidad de fuego envuelto en humo y ceniza: y aunque subi? derecho sin calentar lo transversal del ayre, se dilat? despues en lo alto, y volvi? sobre los tres una lluvia de ceniza tan espesa y tan encendida, que necesitaron de buscar su defensa en el c?ncavo de una pe?a, donde falt? el aliento ? los Espa?oles, y quisieron volverse; pero Diego de Ordaz viendo que cesaba el terremoto, que se mitigaba el estruendo, y salia m?nos denso el humo, los ?nimo con adelantarse, y lleg? intrepidamente ? la boca del volcan, en cuyo fondo observ? una gran masa de fuego, que, al parecer, hervia como materia l?quida y resplandeciente; y repar? en el tama?o de la boca que ocupaba casi toda la cumbre, y tendria como un quarto de legua su circunferencia. Volvieron con esta noticia, y recibieron enhorabuenas de su haza?a, con grande asombro de los Indios, que redund? en mayor estimacion de los Espa?oles. Esta bizarr?a de Diego de Ordaz no pas? ent?nces de una curiosidad temeraria; pero el tiempo la hizo de conseq?encia, y todo servia en esta obra: pues hall?ndose despues el ex?rcito con falta de p?lvora para la segunda entrada que se hizo por fuerza de armas en M?xico, se acord? Cort?s de los hervores de fuego l?quido que se vieron en este volcan, y hall? en ?l toda la cantidad que hubo menester de fin?simo azufre para fabricar esta municion: con que se hizo recomendable y necesario el arrojamiento de Diego de Ordaz, y fu? su noticia de tanto provecho en la conquista, que se la premi? despues el Emperador con algunas mercedes, y ennobleci? la misma faccion d?ndole por armas el volcan.

Veinte dias se detuvieron los Espa?oles en Tlasc?la, parte por las visitas que ocurrieron de las naciones vecinas, y parte por el consuelo de los mismos naturales, tan bien hallados ya con los Espa?oles, que procuraban dilatar el plazo de su ausencia con varios festejos y regocijos p?blicos, bayles ? su modo, y exercicios de sus agilidades. Se?alado el dia para la jornada, se movi? disputa sobre la eleccion del camino: inclinabase Cort?s ? ir por Chol?la, ciudad, como diximos, de gran poblacion, en cuyo distrito solian alojarse las tropas veteranas de Motezuma.

Contradecian esta resolucion los Tlascalt?cas, aconsejando que se gui?se la marcha por Guajozingo, pais abundante y seguro: porque los de Chol?la, sobre ser naturalmente sagaces y traydores, obedecian con miedo servil ? Motezuma, siendo los vasallos de su mayor confianza y satisfaccion; ? que a?adian:

"Que aquella ciudad estaba reputada en todos sus contornos por tierra sagrada y religiosa, por tener dentro de sus muros mas de quatrocientos templos con unos Dioses tan mal acondicionados, que asombraban el mundo con sus prodigios: por cuya razon no era seguro penetrar sus t?rminos, sin tener primero algunas se?ales de su benepl?cito."

Los Zempoales, m?nos supersticiosos ya con el trato de los Espa?oles, despreciaban estos prodigios; pero seguian la misma opinion, acordando y repitiendo los motivos que dieron en Zocothl?n para desviar el ex?rcito de aquella ciudad.

Pero ?ntes que se tom?se acuerdo en este punto, llegaron nuevos Embaxadores de Motezuma con otro presente, y noticia de que ya estaba su Emperador reducido ? dexarse visitar de los Espa?oles, dign?ndose de recibir gratamente la embaxada que le tra?an: y entre otras cosas que discurrieron concernientes al viage, dieron ? entender que dexaban prevenido el alojamiento en Chol?la; con que se hizo necesario el empe?o de ir por aquella ciudad; no porque se fi?se mucho de esta inopinada y repentina mudanza de Motezuma, ni dex?se de parecer intempestiva y sospechosa tanta facilidad sobre tanta resistencia: pero Hernan Cort?s ponia gran cuidado en que no le viesen aquellos Mexicanos rezeloso, de cuyo temor se componia su mayor seguridad. Los Tlascalt?cas del gobierno, quando supieron la proposicion de Motezuma, dieron por hecho el trato doble de Chol?la, y volvieron ? su instancia, temiendo con buena voluntad el peligro de sus amigos: y Magiscatz?n, que tenia mayor afecto ? los Espa?oles, y amaba particularmente ? Cort?s con inclinacion apasionada, le apret? mucho en que no fuese por aquella ciudad; pero ?l, que deseaba darle satisfaccion de lo que agradecia su cuidado, y estimaba su consejo, convoc? luego ? sus Capitanes, y en su presencia se propuso la duda, y se pesaron las razones que por una y otra parte ocurrian: cuya resolucion fu?:

"Que ya no era posible dexar de admitir el alojamiento que proponian los Mexicanos, sin que pareciese rezelo anticipado; ni quando fuese cierta la sospecha, convenia pasar ? mayor empe?o, dexando la traycion ? las espaldas; ?ntes se debia ir ? Chol?la para descubrir el ?nimo de Motezuma, y dar nueva reputacion al ex?rcito con el castigo de sus asechanzas."

Reduxose Magiscatz?n al mismo dict?men, venerando con docilidad el superior juicio de los Espa?oles. Peno sin apartarse del rezelo que le oblig? ? sentir lo contrario, pidi? licencia para juntar las tropas de su rep?blica, y asistir ? la defensa de sus amigos en un peligro tan evidente: que no era razon que, por ser ellos invencibles, quitasen ? los Tlascalt?cas la gloria de cumplir con su obligacion. Pero Hernan Cort?s, aunque no dexaba de conocer el riesgo, ni le son? mal este ofrecimiento, se detuvo en admitirle, porque le hacia disonancia el empezar tan presto ? desfrutar los socorros de aquella gente recien pacificada: y as? le respondi? agradeciendo mucho su atencion; y ?ltimamente le dixo:

"Que no era necesaria por ent?nces aquella prevencion;"

pero se lo dixo con floxedad, como quien deseaba que se hiciese, y no queria darlo ? entender: especie de rehusar, que suele ser poco m?nos que pedir.

Era cierto que Motezuma, sin resolverse ? tomar las armas contra los Espa?oles, trataba de acabar con ellos, sirvi?ndose del ardid, primero que de la fuerza. Tenianle de nuevo atemorizado las respuestas de sus or?culos: y el demonio, ? quien embarazaba mucho la vecindad de los Christianos, le apretaba con horribles amenazas en que los apart?se de s?: unas veces enfurecia los sacerdotes y agoreros para que le irritasen y enfureciesen: otras se le aparecia, tomando la figura de sus ?dolos, y le hablaba para introducir desde mas cerca el esp?ritu de la ira en su corazon; pero siempre le dexaba inclinado ? la traycion y al enga?o, sin proponerle que us?se de su poder y de sus fuerzas. O no tendria permision para mayor violencia, ? como nunca sabe aconsejar lo mejor, le retiraba los medios generosos, para envilecerle con lo mismo que le animaba. Por una parte le faltaba el valor para dexarse ver de aquella gente prodigiosa; y por otra le parecia despreciable y de corto n?mero su ex?rcito para empe?ar descubiertamente sus armas: y hallando pundonor en los enga?os, trataba solo de apartarlos de Tlasc?la, donde no podia introducir las asechanzas, y llevarlos ? Chol?la, donde las tenia ya dispuestas y prevenidas.

Repar? Hernan Cort?s en que no venian los de aquel gobierno ? visitarle, y comunic? su reparo ? los Embaxadores Mexicanos, estra?ando mucho la desatencion de los Caciques, ? cuyo cargo estaba su alojamiento: pues no podian ignorar que le habian visitado con m?nos obligacion todas las poblaciones del contorno. Procuraron ellos disculpar ? los de Chol?la, sin dexar de confesar su inadvertencia: y al parecer, solicitaron la emienda con algun aviso en diligencia; porque tardaron poco en venir de parte de la ciudad quatro Indios mal ataviados, gente de poca suposicion para Embaxadores, segun el uso de aquellas naciones. Desacato que acriminaron los de Tlasc?la como nuevo indicio de su mala intencion: y Hernan Cort?s no los quiso admitir; ?ntes mand? que se volviesen luego, diciendo en presencia de los Mexicanos:

"Que sabian poco de urbanidad los Caciques de Chol?la, pues querian emendar un descuido con una descortes?a."

Lleg? el dia de la marcha; y por mas que los Espa?oles tomaron la ma?ana para formar su esquadron y el de los Zempoales, hallaron ya en el campo un ex?rcito de Tlascalt?cas prevenido por el Senado ? instancia de Magiscatz?n, cuyos Cabos dixeron ? Cort?s:

"Que tenian ?rden de la rep?blica para servir debaxo de su mano, y seguir sus banderas en aquella jornada, no solo hasta Chol?la, sino hasta M?xico, donde consideraban el mayor peligro de su empresa."

Estaba la gente puesta en ?rden; y aunque unida y apretada, segun el est?lo de su milicia, ocupaba largo espacio de tierra; porque habian convocado todas las naciones de su confederacion, y hecho un esfuerzo extraordinario para la defensa de sus amigos, suponiendo que llegaria el caso de afrontarse con las huestes de Motezuma. Distinguianse las Capitan?as por el color de los penachos, y por la diferencia de las insignias, ?guilas, leones y otros animales feroces levantados en alto, que, no sin presuncion de gerogl?ficos ? empresas, contenian significacion, y acordaban ? los soldados la gloria militar de su nacion. Algunos de nuestros escritores se alargan ? decir que constaba todo el grueso de cien mil hombres armados: otros andan mas detenidos en lo veris?mil; pero con el n?mero menor queda grande la accion de los Tlascalt?cas, digna verdaderamente de ponderacion por la substancia y por el modo. Agradeci? Cort?s con palabras de todo encarecimiento esta demostracion: y necesit? de alguna porf?a para reducirlos ? que no convenia que le siguiese tanta gente quando iba de paz; pero lo consigui? finalmente, dex?ndolos satisfechos con permitir que le siguiesen algunas Capitan?as con sus Cabos, y qued?se reservado el grueso para marchar en su socorro, si lo pidiese la necesidad. Nuestro Bernal Diaz escribe que llev? consigo dos mil Tlascalt?cas. Antonio de Herrera dice tres mil; pero el mismo Hernan Cort?s confiesa en sus relaciones que llev? seis mil; y no cuidaba tan poco de su gloria, que supondria mayor n?mero de gente, para dexar m?nos admirable su resolucion.

Puesta en ?rden la marcha.... Pero no pasemos en silencio una novedad que merece reflex?on, y pertenece ? este lugar. Qued? en Tlasc?la, quando salieron los Espa?oles de aquella ciudad, una cruz de madera, fixa en un lugar eminente y descubierto, que se coloc? de comun consentimiento el dia de la entrada: y Hernan Cort?s no quiso que se deshiciese, por mas que se tratasen como culpas los excesos de su piedad, ?ntes encarg? ? los Caciques su veneracion; pero debia de ser necesaria mayor recomendacion para que dur?se con seguridad entre aquellos Infieles: porque ap?nas se apartaron de la ciudad los Christianos, quando ? vista de los Indios bax? del cielo una prodigiosa nube ? cuidar de su defensa. Era de agradable y exquisita blancura, y fu? descendiendo por la region del ayre, hasta que, dilatada en forma de coluna, se detuvo perpendicularmente sobre la misma cruz, donde persever? mas ? m?nos distinta tres ? quatro a?os que se dilat? por varios accidentes la conversion de aquella provincia. Salia de la nube un g?nero de resplandor mitigado, que infundia veneracion, y no se dexaba mezclar entre las tinieblas de la noche. Los Indios se atemorizaban al principio, conociendo el prodigio, sin discurrir en el misterio; pero despues consideraron mejor aquella novedad, y perdieron el miedo sin menoscabo de la admiracion. Decian p?blicamente que aquella santa se?al encerraba dentro de s? alguna Deidad, y que no en vano la veneraban tanto sus amigos los Espa?oles: procuraban imitarlos, doblando la rodilla en su presencia, y acudian ? ella con sus necesidades, sin acordarse de los ?dolos, ? freq?entando m?nos sus adoratorios: cuya devocion fu? creciendo con tanto fervor de nobles y plebeyos, que los sacerdotes y agoreros entraron en zelos de su religion, y procuraron diversas veces arrancar y hacer pedazos la cruz; pero siempre volvian escarmentados, sin atreverse ? decir lo que les sucedia, por no desautorizarse con el pueblo. As? lo refieren Autores fidedignos, y as? cuidaba el Cielo de ir disponiendo aquellos ?nimos para que recibiesen despues con m?nos resistencia el Evangelio: como el labrador, que, ?ntes de repartir la semilla, facilita su produccion con el primer beneficio de la tierra.

"Que los de Tlasc?la no podian entrar con armas en su ciudad, siendo enemigos de su nacion, y rebeldes ? su Rey."

Instaban en que se detuviesen, y retirasen luego ? su tierra como estorvos de la paz que se ven?a publicando, y representaban sus inconvenientes sin alterarse ni descomponerse, firmes en que no era posible; pero contenida la determinacion en los l?mites del ruego.

Hall?se Cort?s algo embarazado con esta demanda, que parecia justificada, y podia ser poco segura: procur? sosegarlos con esperanzas de algun temperamento, que medi?se aquella diferencia; y comunicando brevemente la materia con sus Capitanes, pareci? que ser?a bien proponer ? los Tlascalt?cas que se alojasen fuera de la ciudad, hasta que se penetr?se la intencion de aquellos Caciques, ? se volviese ? la marcha. Fueron con esta proposicion, que, al parecer, tenia su dureza, los Capitanes Pedro de Alvarado y Christoval de Olid, y la hicieron, vali?ndose igualmente de la persuasion y de la autoridad, como quien llevaba la ?rden, y obligaba con dar la razon. Pero ellos anduvieron tan atentos, que atajaron la instancia, diciendo:

"Que no venian ? disputar, sino ? obedecer, y que tratarian luego de abarracarse fuera de la poblacion en parage donde pudiesen acudir prontamente ? la defensa de sus amigos, ya que se querian aventurar contra toda razon, fi?ndose de aquellos traydores."

Comunic?se luego este partido con los de Chol?la, y le abrazaron tambien con facilidad, quedando ambas naciones no solo satisfechas, sino con algun g?nero de vanidad, hecha de su misma oposicion: los unos, porque se persuadieron ? que vencian, dexando poco ayrosos y desacomodados ? sus enemigos; y los otros, porque se dieron ? entender que el no admitirlos en su ciudad era lo mismo que temerlos. As? equivoca la imaginacion de los hombres la esencia y el color de las cosas, que ordinariamente se estiman como se aprenden, y se aprenden como se desean.

La entrada que los Espa?oles hicieron en Chol?la fu? semejante ? la de Tlasc?la: innumerable concurso de gente, que se dexaba romper con dificultad: aclamaciones de bullicio: mugeres que arrojaban y repartian ramilletes de flores: Caciques y sacerdotes que freq?entaban reverencias y perfumes: variedad de instrumentos, que hacian mas estruendo que m?sica, repartidos por las calles: y tan bien imitado en todos el regocijo, que llegaron ? tenerle por verdadero los mismos que venian rezelosos. Era la ciudad de tan hermosa vista, que la comparaban ? nuestra Valladolid, situada en un llano desahogado por todas partes del horizonte, y de grande amenidad: dicen que tendria veinte mil vecinos dentro de sus muros, y que pasaria de este n?mero la poblacion de sus arrabales. Freq?entabanla ordinariamente muchos forasteros, parte como santuario de sus Dioses, y parte como emporio de su mercanc?a. Las calles eran anchas y bien distribuidas: los edificios mayores y de mejor arquitectura que los de Tlasc?la, cuya opulencia se hacia mas suntuosa con las torres, que daban ? conocer la multitud de sus templos. La gente m?nos belicosa que sagaz: hombres de trato, y oficiales: poca distincion, y mucho pueblo.

El alojamiento que tenian prevenido se componia de dos ? tres casas grandes y contiguas, donde cupieron Espa?oles y Zempoales, y pudieron fortificarse unos y otros, como lo aconsejaba la ocasion, y no lo estra?aba la costumbre. Los Tlascalt?cas eligieron sitio para su quartel poco distante de la poblacion; y cerr?ndole con algunos reparos, hacian sus guardias, y ponian sus centinelas, mejorada ya su milicia con la imitacion de sus amigos. Los primeros tres ? quatro dias fu? todo quietud y buen pasage.

Los Caciques acudian con puntualidad al obsequio de Cort?s, y procuraban familiarizarse con sus Capitanes. La provision de las vituallas corria con abundancia y liberalidad, y todas las demostraciones eran favorables, y convidaban ? la seguridad; tanto, que se llegaron ? tener por falsos y ligeramente creidos los rumores antecedentes: f?cil ? todas horas en fabricar ? fingir sus alivios el cuidado. Pero no tard? mucho en manifestarse la verdad; ni aquella gente acert? ? durar en su artificio hasta lograr sus intentos: astuta por naturaleza y profesion; pero no tan despierta y avisada, que se supiesen entender su habilidad y su malicia.

Fueron poco ? poco retirando los v?veres: ces? de una vez el agasajo y asistencia de los Caciques: los Embaxadores de Motezuma tenian sus conferencias recatadas con los sacerdotes; conociase algun g?nero de irrision y falsedad en los semblantes; y todas las se?ales inducian novedad, y despertaban el rezelo mal adormecido. Trat? Cort?s de aplicar algunos medios para inquirir y averiguar el ?nimo de aquella gente; y al mismo tiempo se descubri? de s? misma la verdad, adelant?ndose ? las diligencias humanas la providencia del Cielo tantas veces experimentada en esta conquista.

Estrech? amistad con Do?a Marina una India anciana, muger principal, y emparentada en Chol?la. Visitabala muchas veces con familiaridad, y ella no se lo desmerecia con el atractivo natural de su agrado y discrecion. Vino aquel dia mas temprano, y al parecer, asustada ? cuidadosa: retir?la misteriosamente de los Espa?oles, y encargando el secreto con lo mismo que recataba la voz, empez? ? condolerse de su esclavitud, y ? persuadirla:

"Que se apart?se de aquellos extrangeros aborrecibles, y se fuese ? su casa, cuyo alvergue la ofrecia como refugio de su libertad."

Do?a Marina, que tenia bastante sagacidad, confiri? esta prevencion con los demas indicios: y fingiendo que ven?a oprimida, y contra su voluntad entre aquella gente, facilit? la fuga, y acept? el hospedage con tantas ponderaciones de su agradecimiento, que la India se di? por segura, y descubri? todo el corazon. Dixola:

"Que convenia en todo caso que se fuese luego, porque se acercaba el plazo se?alado entre los suyos para destruir ? los Espa?oles; y no era razon que una muger de sus prendas pereciese con ellos: que Motezuma tenia prevenidos ? poca distancia veinte mil hombres de guerra para dar calor ? la faccion: que de este grueso habian entrado ya en la ciudad ? la deshilada seis mil soldados escogidos: que se habia repartido cantidad de armas entre los paisanos: que tenian de repuesto muchas piedras sobre los terrados, y abiertas en las calles profundas zanjas, en cuyo fondo habian fixado estacas puntiagudas, fingiendo el plano con una cubierta de la misma tierra, fundada sobre apoyos fr?giles, para que cayesen y se mancasen los caballos: que Motezuma trataba de acabar con todos los Espa?oles; pero encargaba que le llevasen algunos vivos para satisfacer ? su curiosidad y al obsequio de sus Dioses; y que habia presentado ? la ciudad una caxa de guerra, hecha de oro c?ncavo, primorosamente vaciado, para excitar los ?nimos con este favor militar."

Poco despues vinieron unos soldados Tlascalt?cas recatados en trage de paisanos, y dixeron ? Cort?s de parte de sus Cabos:

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