Read Ebook: Los Contrastes de la Vida by Baroja P O
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Ebook has 1427 lines and 44169 words, and 29 pages
--Don Eugenio, venga usted.
Le segu? y salimos fuera del sal?n.
--El Empecinado y usted est?n en este momento en un gran peligro--me dijo.
--Pues, ?qu? pasa?
--Ahora mismo aqu? se est? fraguando una conjuraci?n realista que va a estallar. En este instante, en una sala del piso bajo, se hallan reunidos m?s de cien absolutistas de influencia, con objeto de constitu?r un Ayuntamiento para reemplazar al constitucional.
--?Diablo! ?Y es gente de armas tomar?
--Est?n armados hasta los dientes; algunos han propuesto a la Junta matar al Empecinado, proposici?n que se ha rechazado gracias a las exhortaciones de un cura viejo que se halla entre los conspiradores.
Al escuchar la confidencia del portero entr? r?pidamente en el sal?n de sesiones; me acerqu? al Empecinado, le agarr? de la manga, le arrastr? a un rinc?n y le expliqu? lo que pasaba.
--Se?ores, tengo que salir un momento, vuelvo en seguida--dijo don Juan Mart?n a los concejales.
Salimos corriendo del sal?n de sesiones, desenvainamos los sables, bajamos las escaleras a saltos y llegamos al zagu?n. En aquel mismo momento se oy? una gran griter?a en el edificio; un hombre intentaba cerrar la puerta; pero al ver que el Empecinado y yo nos ech?bamos sobre ?l con los sables en alto, la abri? y nos dej? pasar.
Los realistas se hac?an due?os del edificio, se o?an gritos y tiros en el interior del Ayuntamiento.
El Empecinado y yo montamos a caballo, y al galope, por la calle de Santiago, llegamos al Campo Grande. Reunimos a los oficiales y se di? la orden de salir inmediatamente camino de Tordesillas.
No habr?amos dado cien pasos fuera de las puertas de la ciudad cuando comenzaron a tocar las campanas de las iglesias a vuelo. Sin duda se celebraba el triunfo de los realistas y la aproximaci?n del cura Merino, que hab?a dejado Palencia y estaba a una jornada de Valladolid.
Llegamos a Tordesillas, nos alojamos de mala manera, y al d?a siguiente nos dirigimos camino de Salamanca.
La Milicia nacional de esta ciudad, mandada por el catedr?tico Barrio Ayuso, se uni? a nuestra columna, y reunidos todos llegamos a la plaza de Ciudad Rodrigo, que era el punto donde hab?amos pensado establecer el cuartel general.
Yo, con otros oficiales, me encargu? de organizar las fuerzas. Se nos incorporaron bastantes soldados del ej?rcito regular. Se ocuparon los dos cuarteles de infanter?a y el de caballer?a del pueblo, y el resto de la fuerza tuvo que alojarse en las casas y en las iglesias.
La infanter?a qued? al mando del coronel D?maso Mart?n, hermano del Empecinado, y de un guerrillero de la ?poca de la Independencia apellidado Maricuela.
La columna de caballer?a, mandada por el propio don Juan Mart?n, se compon?a de ochocientos caballos. La vanguardia de esta fuerza se hallaba formada por cien lanceros que hab?an servido en la guerra de la Independencia a las ?rdenes de don Juli?n S?nchez, y por cincuenta soldados del regimiento de Farnesio, mandados por el capit?n Lagunero.
Los dem?s jinetes eran nacionales de caballer?a de Valladolid, Toro, Medina y otros pueblos.
Comenzaron a preparar la defensa de la plaza.
Ciudad Rodrigo no era una ciudad f?cil de ser defendida. La antigua Mir?briga est? dominada por el teso de San Francisco, por donde tuvo siempre sus acometidas en los sitios. En aquella ?poca sus murallas estaban arruinadas y llenas de brechas.
Estas brechas eran del tiempo del sitio que sufri? don Andr?s P?rez de Herrasti en la guerra de la Independencia, el cual pudo resistir durante setenta y seis d?as en una plaza desmantelada, y sin auxilio de los ingleses, contra los numerosos ej?rcitos de Massena y de Ney.
Preparamos tambi?n la defensa del Agueda. El Agueda es un r?o bastante caudaloso que pasa lamiendo las murallas de la vieja Mir?briga y que recorre la vega de Ciudad Rodrigo, y antes de llegar a Barba del Puerco recibe algunos peque?os arroyos, entre ellos el Azaba, que baja de un cerro pr?ximo a Fuente Guinaldo y es un obst?culo para el paso del camino de Ciudad Rodrigo al fuerte de la Concepci?n y a Almeida.
En los primeros d?as de estancia all?, el Empecinado y yo sal?amos constantemente al campo. El Empecinado estaba alojado en una casa de la plaza del Consistorio, y yo por aquellos d?as viv?a cerca de ?l con la familia de un pa?ero, de quien me hice gran amigo. Despu?s tuve que establecerme en una finca extramuros de la ciudad.
Ya instalados, la primera expedici?n que se intent? desde Ciudad Rodrigo fu? una sorpresa contra Zamora, ocupada por escasas fuerzas realistas. Se encarg? de ella un viejo coronel apellidado Ruiz, pero la comenz? con tan poco tacto, que no hubo m?s remedio que desistir de la aventura.
LOS VAQUEROS
EN vista del fracaso sufrido en nuestra intentona contra Zamora, se pens? en avanzar hasta Alba de Tormes. La expedici?n la hicimos con cuatro escuadrones y varias compa??as de infanter?a. Iban de vanguardia los lanceros de don Juli?n S?nchez; tras ellos, los soldados de Farnesio, mandados por el capit?n Lagunero; despu?s, los nacionales de la orilla del Duero, que ten?an por jefe a Herm?genes Mart?n, sobrino del Empecinado, y, por ?ltimo, los infantes, acaudillados por don D?maso y el coronel Maricuela.
El pelot?n de lanceros de don Juli?n S?nchez estaba compuesto por capitanes, oficiales y sargentos de la guerra de la Independencia; la mayor parte, soldados viejos, aguerridos y pr?cticos en el manejo de la lanza.
Casi todos estos jinetes hab?an sido vaqueros antes que militares, y eran tan expertos y diestros caballistas como valientes soldados.
Mandaba el pelot?n un capit?n apellidado Porras, que era conocido por el mote del Capit?n Mala Sombra.
El Capit?n Mala Sombra estaba secundado por el teniente Gotor y por el sargento Juan de Dios, el amigo del Chiquet, tipo popular, atrevido, alegre y lleno de iniciativas.
El pelot?n de Mala Sombra, con el teniente Gotor y el sargento Juan de Dios, hab?a servido de vanguardia exploradora durante mucho tiempo al ej?rcito ingl?s en la guerra de la Independencia. Era esta guerrilla de un valor inapreciable; en aquel pelot?n todos se esforzaban no s?lo en cumplir su deber, sino en superarse a s? mismos.
En la excursi?n que hicimos a Alba de Tormes tuve que verme varias veces con el Capit?n Mala Sombra.
Era Mala Sombra un hombre alto, de unos treinta y cinco a cuarenta a?os, fuerte, serio, moreno, melanc?lico, con el rostro correcto y grave. Se dec?a que era persona de mala suerte en amores y en negocios; de aqu? le ven?a el apodo; otros afirmaban que su mote proced?a de que a cada paso sol?a decir:
--Tengo muy mala sombra.
En las empresas guerreras no advert? yo que fuera desgraciado.
Hicimos en Alba de Tormes y en sus alrededores una gran requisa de ganado y de grano, que cargamos en varias carretas.
Est?bamos acampados en las eras de esta villa cuando uno de nuestros confidentes vino con la noticia de que el enemigo, en n?mero considerable, avanzaba con la intenci?n de cortarnos la retirada y apoderarse de nuestro bot?n. Dispusimos al momento el paso de todo el ganado vacuno, reba?os y ac?milas, al otro lado del Tormes; se arrastraron los carros y se colocaron dentro de un soto que hab?a a poca distancia del puente.
Se vacil? en defender la villa o en abandonarla. Alba de Tormes, a pesar de estar en un llano, tiene buenas condiciones para la defensa. El 28 de noviembre de 1809 el general don Gabriel de Mendiz?bal supo resistir all? a la terrible caballer?a de Kellerman, y, m?s tarde, don Jos? Miranda Cabez?n defendi? el pueblo y el castillo durante largo tiempo.
Despu?s de varias deliberaciones se decidi?, en caso de ser atacados, fortificar el puente del Tormes, y se dej? en la villa al Capit?n Mala Sombra con sus vaqueros y a Lagunero con los soldados de Farnesio, que quedar?an vigilando los alrededores y patrullando por las avenidas.
Nos encontr?bamos en esta situaci?n, cuando el Empecinado cay? enfermo con un ataque que al principio nos pareci? de par?lisis. Hab?a quedado don Juan Mart?n r?gido, fr?o y sin habla; al moverle deb?a de sufrir grandes dolores, porque lanzaba quejidos inarticulados.
Como no ten?amos m?dico, ni aun siquiera cirujano, decidimos trasladar al general a otro pueblo.
No pod?a sostenerse en el caballo, porque se ca?a a un lado y a otro. En vista de esto, buscamos una escalera ancha y corta, que colocamos entre dos mulas, a manera de litera, y sobre unos costales de paja pusimos al general y fuimos a paso de andadura camino de la villa de Tamames. Escoltando la litera ?bamos el Chiquet y yo, con un piquete de quince soldados de a caballo.
EL CAPIT?N MALA SOMBRA
LLEGAMOS a Tamames; fuimos a casa del alcalde, que era liberal; acostamos a don Juan Mart?n, le dimos una pinta de vino con az?car y le abrigamos con tres mantas.
Me qued? yo en el cuarto vel?ndole. Pas? all? unas doce horas. Estaba dormitando en el cuarto cuando el enfermo levant? una de las manos en el aire y comenz? a murmurar.
--Aviraneta--me dijo con voz d?bil.
--?Qu? hay? ?Vas mejor?
--S?, ya se me van suavizando los dolores. Necesito que vuelvas a Alba de Tormes.
--Como quieras.
--Vete, y diles a mi hermano D?maso y al coronel Maricuela que, si se empe?a alguna acci?n con el enemigo, que la mande el Capit?n Mala Sombra.
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