Read Ebook: Hacia una Moral sin Dogmas: Lecciones sobre Emerson y el Eticismo by Ingenieros Jos
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ad, reconociendo como ?nico derecho el que emanaba de la ley divina, exclu?a, por eso mismo, todo privilegio y todo abuso humano; el gobernante y el pastor no eran intermediarios entre los hombres y la divinidad, sino funcionarios doblemente responsables ante los unos y la otra. Y, sobre todo, como lo recordar?a dos siglos despu?s el propio Emerson, la intensidad del esfuerzo para construir de ra?z una sociedad nueva en una naturaleza casi virgen, fu? creando resortes morales vigorosos, que el tiempo no lograr?a enmohecer. Todo el que hizo bien y fu? virtuoso, cumpli?, s?lo con eso, su deber moral con sus semejantes y con la comunidad.
Mezcla de estoicismo ingenuo y de tr?gico sentimiento del deber fu?, en su primera ?poca, la moral de los puritanos. Fuera del trabajo tenaz, la austeridad fu? su norte; y desde el primer d?a surgieron en todas partes colegios y escuelas para que se transmitiera a los descendientes una r?gida educaci?n moral, junto con los conocimientos indispensables para multiplicar el valor social del hombre.
Era la ?tica de una raza futura, de la raza europea modificada al adaptarse a una naturaleza extra?a, creando una variedad ?tnica y una sociedad distintas. Y la experiencia moral, fundada en postulados esencialmente religiosos en el pa?s de origen, fu? adapt?ndose a condiciones humanas independientes de lo sobrenatural, persiguiendo siempre m?s la virtud y preocup?ndose escasamente del dogma, pensando tanto menos en las sanciones del cielo cuando m?s grande era el m?rito reconocido a las virtudes desarrolladas en la tierra.
Hab?a cierta candorosa simpleza en esos m?sticos de la Nueva Inglaterra que ignoraban el fasto de las cortes, el refinamiento de las maneras y la agudeza de los p?caros; pero hab?a, por eso mismo, otra moral, sin intrigas, sin hipocres?as, sin picarismo.
Fu? el resultado de ello una crisis de disputas e intolerancias, hasta entonces poco frecuentes; pues las que antes hubo, advi?rtase bien, desde el cismatismo de Rogelio Williams hasta las persecuciones a los cu?queros y los presbiterianos, ten?an, en el fondo un significado pol?tico y social concreto, en que la herej?a era concebida, esencialmente, como un peligro pr?ctico contra la cohesi?n y la estabilidad social. Desvanecido el peligro, terminaba la lucha; la experiencia, y no la teolog?a, era el juez ?ltimo en aquella sociedad cuyo organismo religioso era un simple instrumento de la organizaci?n civil.
Debemos ver el antecedente natural del emersonismo en la evoluci?n, esencialmente pr?ctica, del puritanismo en Nueva Inglaterra; la exaltaci?n del celo religioso tuvo siempre un sentido c?vico y conduc?a al cumplimiento del deber social, ya que la sociedad misma era concebida como una manifestaci?n de la voluntad divina, actuante de una manera fatal e ineludible.
Dentro del unitarismo aparece en escena Emerson. Querer comprender los escritos de ?ste sin conocer el esp?ritu de aqu?l, es como estudiar una planta por sus hojas disecadas en un herbario, sin verla en la naturaleza, bajo la luz del sol, entre la humedad de su atm?sfera. Y esto que decimos de un moralista, podemos repetirlo de todos los pensadores y fil?sofos; la historia de la filosof?a, en muchos de los tratados circulantes, es una abstracci?n falsa e ininteligible, por cuanto estudia las doctrinas de ciertos hombres olvidando que ?stos vivieron en un ambiente social, pol?tico y religioso determinado. La historia de la filosof?a es absolutamente incomprensible sin la historia pol?tica y religiosa; para comprender a un fil?sofo hay que saber cu?ndo, d?nde y para qui?n escrib?a, cu?l era su posici?n en la pol?tica de las ideas. Parece olvidarlo la especie h?brida de los eruditos sin inteligencia, que barajan nombres de doctrinas sin sospechar que ellos carecen de sentido, o lo tienen contradictorio,--palabras, palabras, palabras--si no se los estima en funci?n del medio y como expresiones de una actitud personal, no te?rica ni abstracta, sino militante y social. Y es el caso m?s t?pico de ello todo lo que la cr?tica europea escribi? sobre el pragmatismo, cuando lo formul? Pierce y lo difundi? James; a pocos se les ocurri? que ?sa era la expresi?n doctrinaria de una ?tica sin dogmas constitu?da como resultado natural de la experiencia social.
De padres en hijos, durante muchas generaciones, los Emerson hab?an sido pastores de las iglesias puritanas. William, padre del moralista, figur? entre los hombres m?s liberales de su tiempo y fu? pastor de la Primera Iglesia Unitaria de Boston; en esta ciudad, el 25 de mayo de 1803, naci? Ralph Waldo, cuya infancia transcurri? en un ambiente dom?stico de exquisita cultura y severa moralidad. Hu?rfano a la edad de ocho a?os, dos mujeres, su madre y su t?a, dirigieron su educaci?n y plasmaron su car?cter, imprimi?ndole un sello de estoico optimismo. Se cuenta que a los diez a?os compon?a poemas y que a los once escrib?a en griego y tradujo en verso una buc?lica de Virgilio; es seguro que a los diez y nueve se gradu? en el Colegio de Harvard, lo que le entreabri? el doble camino de la escuela y de la iglesia. ?La iglesia? Evidentemente, la iglesia, como todos sus abuelos; y la iglesia unitaria, como su padre.
Pasaba ella por una crisis. Las reservas antidogm?ticas de los pastores unitarios estaban a la orden del d?a; los de otras iglesias acus?banlos abiertamente de irreligiosidad, a veces de ate?smo. No se apartaban del cristianismo porque deseaban la unidad de las iglesias cristianas, su armon?a independiente de todo dogma; para ello se resignaban a continuar en sus ministerios, sin provocar pol?micas ni cismas, callando sus disidencias m?s radicales en homenaje a la paz religiosa. Aquello, en efecto, no era otra cosa que el liberalismo inspirado en los enciclopedistas; por m?s que siguieran llam?ndose iglesias unitarias, eran sociedades de libres pensadores cristianos. Los ortodoxos hablaron de la "hipocres?a unitaria", escandaliz?ndose de su "religi?n sin doctrinas". Era tarde. Cuando Emerson estuvo en condiciones de ser pastor, el unitarismo hab?a triunfado; en 1823, dice Becker, "todos los hombres de letras de Massachussets eran unitarios; todos los administradores y profesores del Colegio de Harvard eran unitarios; todo lo que se distingu?a por el rango, la fortuna y la elegancia, se api?aba en las iglesias unitarias; los jueces del tribunal eran unitarios y produc?an sentencias que perturbaban la organizaci?n eclesi?stica tan cuidadosamente establecida por los Padres Peregrinos". En ese momento vi?se Emerson en el trance dif?cil de tener que decidir acerca de su propia vocaci?n.
Su esp?ritu liberal y tolerante, encaminado a reducir el cristianismo a una moral evang?lica, reapareci? en Emerson y en los trascendentalistas; nuevos elementos se le agregaron, sin embargo: fuertes influjos sansimonianos y fourieristas, con una vehemente inquietud de reformas sociales.
Aunque predicador elocuente, Emerson no fu? seducido por la tentaci?n del ?xito; no ten?a verdadera vocaci?n para la c?tedra sagrada, a la que hab?a llegado profesionalmente o por necesidad. Las rutinas del culto le parec?an incompatibles con el esp?ritu liberal del unitarismo; no lleg? a decir abiertamente que era una "hipocres?a" conservar f?rmulas y preceptos a las que ya no se atribu?a ning?n valor ideol?gico, pero su conciencia moral le mostr? como un delito, como el m?s grave de los delitos contra la propia dignidad, seguir fomentando en los dem?s las supersticiones y errores en que uno mismo ha dejado de creer. Emerson tuvo la mayor de las virtudes intelectuales: la lealtad para consigo mismo; pens?, sin duda, como todos los hombres verdaderamente dignos, que es una vileza disfrazar su pensamiento para acomodarlo a las dos formas sociales del error que conspiran contra la verdad: el tradicionalismo, que es el sistema ideol?gico de las clases privilegiadas, y la moda, que es el sistema de los que carecen de ideas propias.
Emerson no era animal dom?stico, ni servidor de los poderosos, ni arrullador de las rutinas ajenas, ni rutinario ?l mismo; no ten?a la docilidad necesaria para acatar dogmas y repetir pr?cticas tradicionales, que el estudio le demostraba falaces o absurdas. El credo que sus antepasados recibieran de Calvino le pareci? insostenible frente al esp?ritu cient?fico que hab?a animado al enciclopedismo y a la ideolog?a, y tambi?n frente al idealismo rom?ntico que comenzaba a agitarse contra la restauraci?n cat?lica promovida por la Santa Alianza. En esa hora di? el primer paso hacia su emancipaci?n intelectual. La herencia le daba un temperamento m?stico, pero su educaci?n le condujo a contemplar la religiosidad como un sentimiento interior y subjetivo; al mismo tiempo el cristianismo fu? pareci?ndole, cada d?a m?s, un sistema de educaci?n moral que era necesario desligar de todas las superfetaciones con que las Iglesias lo hab?an apartado de su primitiva y sencilla significaci?n.
Pastor de una Iglesia que ya no aceptaba el dogma de la divinidad de Cristo, Emerson crey? que su conciencia le imped?a mantener la ceremonia de la comuni?n, cuya absurdidad parec?ale evidente dentro del unitarismo; y como pens?, as? obr?. En 1832 devolvi? a sus feligreses el ministerio que le hab?an confiado, serenamente, con esp?ritu bondadoso y fraterno, conservando con las iglesias unitarias una s?lida amistad y actuando con ellas en todas sus iniciativas de educaci?n social.
La primitiva tradici?n apost?lica, la de los Doce, no contiene suposici?n alguna acerca de la divinidad de Jes?s; los que hab?an escuchado a Pedro, a Juan y a los otros humildes galileos elegidos para anunciar la inminente venida del mes?as esperado por el pueblo de Israel, debieron sorprenderse cuando un griego fariseo, Pablo, comenz? a traducir de muy personal manera las nociones sencillas que aprendiera en Damasco. De Pablo pas? a la tradici?n la costumbre de decir indistintamente Padre, Hijo o Esp?ritu, al referirse a Dios; el redactor del cuarto evangelio coadyuv? involuntariamente a la obra, form?ndose poco a poco el dogma de la trinidad, que fu? definitivamente impuesto, siglos despu?s, por Agust?n. Bajo la fe del "S?mbolo de Atanasio", cuya redacci?n es evidentemente ap?crifa, se introdujo entre los art?culos de fe de la iglesia romana, sin ser aceptado por los griegos ortodoxos, que tampoco aceptan el "S?mbolo de los Ap?stoles", igualmente ap?crifo, limit?ndose a confesar el "S?mbolo de Nicea", que no es del concilio de Nicea sino del concilio de Constantinopla.
Doblemente rom?ntico, por su temperamento y por su edad, Emerson sent?a "el mal del siglo" que, en 1830, era la moda entre la juventud literaria de Europa. La pol?tica y la religi?n determinaron por ese tiempo la actitud filos?fica de los j?venes intelectuales que, por falta de estudios ponderados, carec?an de ideas propias sobre las cuestiones que los fil?sofos estudian. La Revoluci?n Francesa, cuyo esp?ritu representaran sucesivamente los fisi?cratas, los enciclopedistas y los ide?logos, hab?a cerrado su primer ciclo con la ca?da de Napole?n; la Santa Alianza acomet?a ya la restauraci?n del antiguo r?gimen, volviendo por los privilegios de la reyec?a y de la Iglesia, al mismo tiempo que desterraba el esp?ritu liberal revolucionario, persigui?ndolo severamente.
Conoc?is la historia del romanticismo. Conoc?is tambi?n la del eclecticismo, traducci?n muy rebajada del idealismo filos?fico alem?n; fu? un compromiso c?modo para desenvolver en Francia una pol?tica universitaria liberal, evitando las imputaciones de materialismo que la restauraci?n clerical hab?a difundido contra la enciclopedia y la ideolog?a. Ese espiritualismo ecl?ctico, como todas las modas similares que de tiempo en tiempo se repiten, era una simple componenda de profesores--no de fil?sofos--que hac?an carrera en el mundo renunciando a toda verdad peligrosa en homenaje a las opiniones medias difundidas en la sociedad semiculta, representada por la clase gobernante. Pod?is leer sobre este episodio culminante de la ret?rica pseudofilos?fica el agud?simo libro de Taine, y sobre su cabecilla V?ctor Cousin el magn?fico ensayo biogr?fico de Jules Simon. Sabido es que si el romanticismo engendr? obras maestras literarias, el espiritualismo de los ecl?cticos no produjo ninguna filos?fica; oradores interesantes, arrullaban o entusiasmaban a los auditorios con hermosos discursos e imperscrutables met?foras, bast?ndoles para ello no plantear ning?n problema claro y concreto, ni chocar en lo restante con esa vanidad humana que cree en la posibilidad de saber sin estudiar, adivinando. ?Y qui?n renuncia a creerse capaz de adivinar lo que no tiene el coraje de estudiar? ?Cu?ntos prefieren la fatiga de meditar muchos a?os un problema filos?fico, o todos si su vida es larga, a la dulce ilusi?n de que su "esp?ritu" o su "intuici?n" es bastante aguda para resolverlos "por p?lpito" personal, ya que nadie se atreve en nuestros d?as a contar que ha recibido "revelaciones" de la divinidad?
De esa manera, los ecl?cticos "hicieron literatura" sobre cuestiones filos?ficas inaccesibles a la imaginaci?n no ilustrada y a la cultura superficial. La literatura y la erudici?n son admirables cuando producen los g?neros literarios o hist?ricos, en manos de un Musset o de un France, de un Taine o de un Renan; pero son fuentes de ilusi?n y de error cuando se emplean como ?nico m?todo para adivinar verdades, o cuando inducen a creer que todas las verdades pudieron ser definitivamente conocidas por grandes adivinos que no sab?an estudiarlas. La verdad--como expresi?n abstracta de todas las verdades parciales--est? en formaci?n continua. Aunque los resultados de quienes la investigan sean relativos y perfectibles, es seguro que cada siglo, cada lustro, contribuye a su formaci?n, depur?ndola de alg?n error: s?lo asent?ndose sobre la base de una experiencia que crece incesantemente, podr? la metaf?sica del porvenir aumentar la legitimidad de las hip?tesis con que el hombre se atreve a descifrar lo mucho desconocido que a?n queda en la naturaleza.
Conven?a detenernos un momento sobre el sentido pol?tico y la vaciedad filos?fica del espiritualismo franc?s, para comprender el desencanto de Emerson, hombre leal y estudioso, ante la moda ret?rica reinante en la filosof?a europea. Sus bi?grafos concuerdan en decir que su viaje a Europa , lleno para ?l de atractivos literarios--la Italia de los rom?nticos y la amistad de Coleridge, de Quincey, Wordsworth, Carlyle y otros--le produjo una honda decepci?n filos?fica. Esp?ritu pr?ctico y americano, comprendi? probablemente que las disputas doctrinarias eran simples disfraces pol?ticos: el deca?do escolasticismo franc?s era el clericalismo de la restauraci?n, el eclecticismo floreciente era el liberalismo burgu?s, el sansimonismo que asomaba era el renacimiento del esp?ritu revolucionario. De regreso a su patria, Emerson volvi? a la tribuna, como conferencista laico, m?s decidido que nunca a predicar la necesidad de una educaci?n moral independiente de todo dogma religioso y de todo sistema metaf?sico. Para preparar sus discursos se apart? del tumulto urbano de Boston y busc? un tranquilo refugio en Concord, donde transcurri? casi todo el resto de su existencia. La vida simple y las costumbres modestas, la contemplaci?n incesante de la naturaleza, la visi?n del cielo y la auscultaci?n del bosque, el trato exclusivo de personas agradables, infundi?ronle ese doble sentimiento de anarquismo optimista y de pante?smo m?stico que fu? dominante en sus primeros ensayos. La personalidad de Emerson, casi completa ya, no tard? en encontrar la nota social, con que se integr? definitivamente.
Mientras los ecl?cticos franceses mantuvieron su bandera espiritualista como ense?a de lucha contra la restauraci?n borb?nica, las simpat?as del pueblo y de los literatos rom?nticos estuvieron de su parte. La revoluci?n de 1830, con el triunfo de los Orl?ans y el advenimiento de Luis Felipe, se?al? su entrada al "oficialismo" y el comienzo de su impopularidad. Viniendo a cuentas, el liberalismo revolucionario advirti? que la nueva dinast?a, aunque menos reaccionaria que la ca?da, estaba lejos de ser la continuadora de los principios del 89; y poco a poco, frente al eclecticismo oficializado que deca?a, los portavoces de los partidos radicales fueron pleg?ndose al sansimonismo, renovado en consonancia con el esp?ritu de Condorcet, es decir, del Ideologismo en su aspecto integral y social.
Las dos imitaban el tipo de las sociedades cerradas, cuyo modelo era la "Joven Italia"; las dos se propon?an reformar la sociedad en que actuaban; las dos dedicaban preferente atenci?n al estudio de los problemas econ?micos; las dos afirmaban la necesidad de marchar hacia la democracia y acabar con los privilegios tradicionales; las dos declaraban ser cristianas y pon?an la moralidad como condici?n intr?nseca del progreso social. Es innecesario insistir en que cristianismo significaba en Boston lo contrario de dogmatismo protestante y en Buenos Aires lo contrario de dogmatismo cat?lico; era, en ambas partes, un liberalismo adverso a la religi?n imperante: como el cristianismo de Saint Simon y de Leroux.
El movimiento norteamericano y el argentino tuvieron un claro sentido nacionalista, insistiendo ambos en la necesidad de adaptar su acci?n al medio social, prescindiendo de f?rmulas elaboradas en Europa y sugeridas por la observaci?n de ambientes muy distintos de los americanos. En esto, por falta de ilustraci?n hist?rica o por ingenuo patriotismo, desear?an ver muchos cr?ticos una expresi?n de americanismo y un deseo de originalidad; esa ilusi?n se disipa cuando se estudia la filosof?a pol?tica del radicalismo europeo, precedente a la revoluci?n de 1848. Desde los c?lebres "Discursos a la naci?n alemana" de Fichte, pronunciados en 1808, plante?base en todos los pueblos europeas el problema de regenerar las nacionalidades y educar a la juventud en principios sociales m?s firmes que los anteriores, pues el fracaso de la revoluci?n del 89 se atribu?a a que las naciones no estaban capacitadas para adoptar el nuevo r?gimen. Por eso cada extrema izquierda nacional, sin olvidar su poco de ret?rica acerca del humanitarismo y la fraternidad universal, se preocupaba intensamente del bienestar interno de su pa?s e inscrib?a en su programa reformas ?ticas y econ?micas esencialmente nacionales.
Advi?rtase bien la uniforme significaci?n hist?rica y pol?tica de esas expresiones americanas del "romanticismo social": el sansimonismo termina en Europa con la revoluci?n del 48, el Club de los Trascendentales deja de reunirse en 1850 y los afiliados de la Asociaci?n de Mayo, dispersados por la Restauraci?n de Rosas, terminan su ciclo de propaganda liberal con el levantamiento de 1851 y la ca?da de la dictadura.
F?cil es comprender que el Trascendentalismo levant? resistencias y provoc? reacciones, mirado por los pol?ticos conservadores como un peligro y por las iglesias tradicionalistas como un semillero de herej?a. Para contrarrestar su influjo se acentu? en todos los Estados la predicaci?n religiosa, intensa, exaltada a la vez por el celo propio y por la competencia ajena, pues eran varias las comunidades que se disputaban la clientela de los creyentes.
En 1847, mientras Emerson pronunciaba algunas conferencias en Inglaterra, lleg? a Estados Unidos nuestro Sarmiento.
Para describir la rigidez de los puritanos ortodoxos trae un cuento al caso. "S?bese que en la Nueva Inglaterra rigieron por mucho tiempo las leyes de Mois?s: tal era, y es a?n, la idea de la perfecci?n inmaculada de cada frase y de cada vers?culo de la Biblia. A bordo de un buque se hablaba de las maravillas del cloroformo. Un m?dico aseguraba que pod?a aplicarse a los alumbramientos, sin peligro.--?Y Vd. lo aplicar?a a su mujer? preguntaba un puritano presente.--?Por qu? no!--Pues yo no lo har?a, replic? seriamente el interlocutor.--Eso depende del grado de confianza de cada uno en su eficacia.--No, se?or; el G?nesis dice: alumbrar? la mujer con dolores, y Vd. contrar?a la voluntad de Dios.--Como se ve, la cuesti?n del cloroformo era mirada por el lado de la conciencia, y medida su bondad en el cartab?n de la Biblia".
Recordemos, al pasar, que Horacio Mann, verdadero trasuntador del eticismo emersoniano en la pedagog?a, fu?, para Sarmiento, el gran amigo y el gran modelo, cuyas doctrinas crey? poder sintetizar en pocas sentencias:
--El hombre que no ha desenvuelto su raz?n con el auxilio de los conocimientos que habilitan su recto ejercicio, no es hombre, en la plenitud y dignidad de la acepci?n.
--La ignorancia es casi un delito, pues que presupone la infracci?n de leyes morales y sociales.
--La asociaci?n de los hombres tiene por objeto la elevaci?n moral de todos y el auxilio mutuo para asegurarse su quietud y su felicidad.
--La propiedad particular debe proveer a la educaci?n de todos los habitantes del pa?s, como garant?a de su conservaci?n, como elemento de su desarrollo, y como restituci?n y cambio de los dones de la naturaleza que son la base de la propiedad.
--La libertad supone la raz?n colectiva del pueblo.
--La producci?n es obra de la inteligencia.
Toda la herej?a emersoniana y todo su pante?smo moral parecen resumidos en esa frase con que Sarmiento hace el mayor elogio de Horacio Mann: "no s?lo acata los diez mandamientos, sino diez mil m?s". ?sa es su interpretaci?n expresiva de la moral sin dogmas y de la religi?n sin doctrinas. Al catecismo de una religi?n dogm?tica que impone obedecer diez mandamientos, y s?lo esos diez, el hombre virtuoso puede violarlo si obedece los infinitos deberes que le dicta su conciencia moral, incesantemente sugeridos por la m?ltiple acci?n que puede cada uno desenvolver en beneficio de la sociedad a que pertenece.
Habr?a que estar ciego para no comprender que en Boston, en aquella atm?sfera llena de Channing y de Emerson, de unitarismo y de liberalismo, verdadero alm?cigo de moralistas sin dogmas, recibi? Sarmiento las inspiraciones educacionales que luego, durante casi medio siglo, fueron la ense?a de su apostolado en nuestra patria.
En ese primer viaje no conoci? personalmente a Emerson, aunque lo percibi? en todas las personas e instituciones que significaban liberaci?n del tradicionalismo y germen de progreso. Emerson comenzaba a lograr la mayor de las sanciones a que puede aspirar un gran hombre: que todos, amigos y enemigos, le hicieran fuente de sus consejos o blanco de sus ataques, los iguales venerando sus altas virtudes, los inferiores explotando sus leg?timos prestigios para ponerse en evidencia, sin advertir estos ?ltimos que los ataques de los envidiosos constituyen el mejor abono para la gloria de los hombres excelentes.
A su regreso de Inglaterra, Emerson ten?a cuarenta y cinco a?os. Al calor rom?ntico y combativo de la juventud comenzaba a suceder la serenidad estoica y optimista que es el dulce privilegio de los caracteres virtuosos. Su apostolado, desde 1850, fu? cada vez m?s afirmativo; antes que corregir la mentira y la perversidad de hombres adultos, cuyas rutinas y vicios estuviesen ya consolidados por la edad, le interes? difundir la verdad y el bien, tal como los comprend?a, entre j?venes que a?n estuvieran en edad de rectificar sus ideas y su conducta: ?enderezad, si pod?is, el arbusto; no perd?is vuestro tiempo en destorcer el tronco a?oso! Su af?n de crear le indujo a mirar la pol?mica y la discusi?n como una p?rdida de tiempo y una malversaci?n de energ?as; parec?ale de m?s provecho cooperar al advenimiento de la verdad y del bien, que re?ir con los incapaces de estudiar para saber y de simpatizar para amar. Ese concepto afirmativo, dominante en su conducta personal, fu? la condici?n b?sica de su optimismo.
Todas las sectas y partidos conservadores, disfraz?ndose de vagos espiritualismos, le acusaban hoy de incredulidad, ma?ana de ate?smo, y al fin le consideraban peligroso para la tranquilidad general, como llamaban a la propia. Emerson, por ser el m?s consp?cuo de los hombres vinculados al Trascendentalismo, segu?a atrayendo el rencor implacable de todos los que hab?an mirado con terror esa efervescencia del romanticismo social contra el tartufismo tradicionalista; y cuando m?s arreci? la reacci?n, en v?speras de la campa?a antiesclavista, Emerson, desafiando las pasiones de los extraviados, tom? la responsabilidad de defender a Alcott--como, entre nosotros, Echeverr?a defendi? a Alberdi, cuando sus primeros enemigos lo difamaban,--adhiri?ndose al fin y de lleno a la campa?a contra la esclavitud, que ser? siempre el mayor timbre de gloria de aquella memorable generaci?n norteamericana.
Eso nos permite comprender la antipat?a que tienen los grandes caracteres morales a la vida bulliciosa de las ciudades, donde las circunstancias obligan a un contacto excesivo con personas indiferentes o desagradables. Felices los que pueden, como Emerson, buscar un retiro tranquilo, propicio a la meditaci?n y al estudio, transcurriendo una vida simple entre las gracias siempre renovadas de la Naturaleza; felices los que pueden refugiarse en una apacible soledad y como desde una cumbre abarcar a toda la humanidad en una sola mirada de simpat?a, no turbada por la visi?n de peque?eces y disonancias. Es all? donde el ingenio se revela en toda su pureza, all? donde la santidad se encumbra; y desde all? el hombre ub?rrimo puede ofrecer a la humanidad los m?s sabrosos frutos de su experiencia: sus ideales.
Los ni?os--si me est? permitido complicar la verdad con una imagen superflua--los ni?os fueron los p?jaros predilectos en su jard?n oto?al; adoraba en ellos la ingenuidad, no envenenada todav?a por el aprendizaje del mal. La educaci?n le parec?a la tarea m?s "divina" que un hombre puede desempe?ar sobre la tierra, ya que s?lo educando pueden fomentarse los elementos de moralidad y de optimismo que constituyen la part?cula del gran todo divino que reside en cada uno de los seres que integran la Naturaleza, que es la divinidad misma...
Es preciso detenernos, dejando para la pr?xima lecci?n el examen de las doctrinas ?ticas de Emerson y la determinaci?n de su actitud ante los problemas propiamente metaf?sicos. Por hoy nos concretaremos a se?alar algunos influjos de Emerson sobre Sarmiento, infiri?ndolos de las repetidas menciones que este ?ltimo hizo de aqu?l en sus escritos.
Fuerza es abreviar los recuerdos y las citas. En su momento de m?s terrible lucha pedag?gica, Sarmiento, viejo ya de a?os, estaba m?s joven que nunca por sus ideales, por su valor brav?o; 1882, la hora de agitarse la conciencia nacional para afirmar definitivamente el esp?ritu laico de la ense?anza impartida por el Estado. Era la ?poca en que el can?nigo Pi?ero, para asociarse a la campa?a de la iglesia romana contra la escuela argentina, quemaba en Santiago la biblioteca del Colegio Nacional, cometiendo "el ?ltimo auto de fe ocurrido entre los cat?licos, en toda la redondez de la tierra, a fines de este siglo, y debe ser conocido el hecho, proclamado y anunciado al mundo y a su Santidad, para la canonizaci?n de este h?roe de la necedad humana!". Sarmiento record?, con ese motivo, que en Norte Am?rica, habiendo reclamado los cat?licos contra la lectura de los Evangelios en las escuelas del Estado, sin los comentarios cat?licos, se reuni? un Consejo de personajes de otras religiones para decidir el punto; y los m?s, Emerson entre ellos, declararon que deb?a suprimirse la lectura de textos religiosos que no concordaren con la doctrina de los cat?licas, ya que ?stos, como toda otra minor?a, religiosa o no, ten?an el derecho de que el Estado respetara sus creencias al dar educaci?n a sus hijos .
Entremos, hoy, a examinar el contenido intr?nseco del emersonismo, procurando quintaesenciar en algunos principios concretos el pensamiento vago y difuso de Emerson, que por la misma nebulosidad de sus contornos suele ser objeto de interpretaciones heterog?neas.
Aunque fu? eminente moralista, Emerson no puede ser llamado fil?sofo, si es que este nombre debe tener un sentido m?s claro del que le atribuyen los que no han estudiado ning?n problema filos?fico. Emerson era orador y era poeta; mejor orador que poeta. Orador, ten?a el temperamento de los sofistas cl?sicos; era como ?stos un periodista hablado, un agitador de la opini?n p?blica, un propagandista. Poeta, lo era por temperamento, por su inclinaci?n a las razones sentimentales e imaginativas, con un temperamento muy superior a las poes?as que escribi?, inferiores, sin duda, y sin admitir comparaci?n, a las de Longfellow o de Walt Whitman. Impregnado de la herencia religiosa com?n a todos los pobladores de la Nueva Inglaterra, acentu?bala en ?l la circunstancia de pertenecer a una familia de pastores disidentes, en que el ministerio evang?lico se transmiti? de padres a hijos durante muchas generaciones. Emerson era un m?stico; el misticismo corr?a en sus arterias y daba colorido a toda su personalidad moral.
Emerson no era, pues, un fil?sofo; ni malo ni bueno, no lo era. Los que estudiamos filosof?a tenemos el derecho de reservar este nombre a la investigaci?n de los problemas generales m?s distantes de la experiencia actual o posible, que escapan a los m?todos de las ciencias y exceden sus l?mites: lo que en todo tiempo y lugar ha constitu?do el dominio de la metaf?sica. Y aunque concebimos que su horizonte, y las premisas para estudiar sus problemas, var?an incesantemente en la justa medida en que se enriquece la experiencia, que le sirve de fundamento y punto de partida, no podemos llamar fil?sofos a los ret?ricos que agitan los sentimientos sociales, ni a los simples eruditos que viven rumiando la historia de las doctrinas filos?ficas pasadas. Cousin, propagandista, y Zeller, historiador, no tienen rango alguno como fil?sofos, aunque sean de alabar la ret?rica del uno y la erudici?n del otro. ?A qui?n se le ocurrir?a llamar poeta a un profesor de declamaci?n o de literatura?
Fil?sofo es el que da nuevas soluciones a los problemas filos?ficos, o los plantea diversamente, o renueva con originalidad las soluciones ya previstas. Si no lo entendi?ramos as? acabar?amos por creer, como las mundanas y los periodistas, que hay filosof?a del buen gusto, de la esperanza, de la sensibilidad, del coraje, de la felicidad o de la adivinaci?n, problemas, todos, que por su misma vaguedad deleitan y entretienen a los que nunca podr?an entender una p?gina de Plat?n, de Tom?s, de Spinoza o de Hegel.
En otra lecci?n examinaremos las resonancias sociales del emersonismo sobre la evoluci?n de la experiencia moral.
Su respuesta es negativa. Veinte siglos de cristianismo no han aumentado la bondad individual de los hombres ni han aproximado las sociedades al ideal de fraternidad predicado por Cristo.
Las iglesias cristianas, la anglicana lo mismo que la cat?lica, la calvinista lo mismo que las metodistas, le parecen ya insuficientes para el progreso de la moralidad; en ellas el culto impera, mas la fe en la virtud ha disminu?do; la superstici?n ciega resiste a las creencias iluminadas por la raz?n y los dogmas siguen domesticando voluntades que los obedecen pero no los aman. El fervor en las formas, en el ceremonial, en la liturgia, ha reemplazado a la sencilla piedad primitiva, convirti?ndose cada iglesia en un partido pol?tico que aspira a dominar la sociedad temporal, dividiendo a la humanidad en fracciones que se odian en vez de reunirla en una sola y misma comuni?n universal, toda de amor y de solidaridad.
Las costumbres sociales tienden a complicar in?tilmente la vida, apartando al hombre de la Naturaleza, que es la fuente ?nica de su felicidad. Lo superfluo y lo fr?volo, disfrazados a menudo con el nombre de refinamientos, aumentan de hora en hora la cantidad de sacrificios est?riles, tan indispensables para parecer como in?tiles para intensificar el ser. El hombre, acicatado por pasiones ambiciosas y ego?stas, da menos de s? a la comunidad y no encuentra en ella la cooperaci?n moral que le estimular?a a emprender grandes cosas, bellas y desinteresadas.
El mundo particular de los pol?ticos profesionales le inspira terror. ?C?mo es posible que el inter?s de camarillas, exentas de moral y de ideales progresivos, pueda ser sobrepuesto al inter?s de toda la naci?n, de toda la sociedad? ?Y es admisible que ciertos hombres, no siendo los m?s ilustrados ni los m?s morales, tengan el derecho de administrar los frutos de la inteligencia y del trabajo de todos, como si la sociedad tuviera que seguir pagando un impuesto feudal a esas gavillas de bandoleros que han abandonado los caminos y las monta?as para refugiarse en las ciudades? ?Y no prueba una incapacidad moral del mayor n?mero, esa misma posibilidad de que unos pocos p?caros puedan sobreponer su actividad mal?fica a la necesidad social de encaminarnos hacia la solidaridad, por el estudio y por el trabajo?
Su "idealismo trascendental" es una rebeli?n rom?ntica antes que una actitud filos?fica, con m?s de est?tica que de metaf?sica. La divinidad se esfuma en un ideal abstracto, sin personalidad sobrehumana; es, apenas, una condici?n inmanente de la naturaleza, una arquitectura moral del universo, que induce a descubrir en las imperfecciones reales la posibilidad misma de futuras perfecciones. Y, en otro sentido, propiamente ?tico, quiere ser lo contrario del "utilitarismo", en la acepci?n vulgar del t?rmino, que da idea de algo bajo y peque?o: de oportunismo acomodaticio, sucia hipocres?a, cien formas larvadas de la domesticidad y de la avaricia.
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