Read Ebook: Hacia una Moral sin Dogmas: Lecciones sobre Emerson y el Eticismo by Ingenieros Jos
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Su "idealismo trascendental" es una rebeli?n rom?ntica antes que una actitud filos?fica, con m?s de est?tica que de metaf?sica. La divinidad se esfuma en un ideal abstracto, sin personalidad sobrehumana; es, apenas, una condici?n inmanente de la naturaleza, una arquitectura moral del universo, que induce a descubrir en las imperfecciones reales la posibilidad misma de futuras perfecciones. Y, en otro sentido, propiamente ?tico, quiere ser lo contrario del "utilitarismo", en la acepci?n vulgar del t?rmino, que da idea de algo bajo y peque?o: de oportunismo acomodaticio, sucia hipocres?a, cien formas larvadas de la domesticidad y de la avaricia.
La independencia econ?mica ser?a in?til, sin embargo, para seres que no tuviesen capacidad para pensar y actuar con independencia moral. Por eso, la cultura deber?a primar sobre la riqueza, que s?lo puede ser su instrumento y nunca un fin en s? misma; pintorescamente afirma que "el valor de un d?lar aumenta con la ilustraci?n y la virtud del que lo usa: un d?lar, en la universidad, vale m?s que un d?lar en la prisi?n". Y le fastidia que la prosperidad creciente de los valores materiales no se acompa?e todav?a de un crecimiento de los valores morales.
Las consecuencias de esa falta de progreso ?tico en la sociedad, son visibles todav?a en los diversos ?rdenes de la actividad social. Los hombres perdida su fe en las fuerzas morales que se arraigaban en supersticiones absurdas, han entibiado su confianza en el valor del m?rito propio y de la dignidad personal, torn?ndose esc?pticos y pesimistas. El abajamiento moral del conjunto trae como consecuencia la contaminaci?n de los individuos; la sanci?n social t?rnase tolerante; todos se acostumbran a consentir la inmoralidad de cada uno; la austeridad llega a mirarse como una simpleza o una tonter?a. Infiere de ello, Emerson, que el signo m?s t?pico del descenso moral de un pueblo es la ausencia de grandes caracteres, de personalidades vigorosas, de hombres que irradian un pensamiento iluminador o sustentan con hero?smo c?vico grandes ideales de enaltecimiento humano. En esa tranquilidad de estanque, las fuerzas de progreso social se entorpecen o paralizan; ning?n est?mulo reciben de la sociedad los que piensan, los que renuevan, los que crean, los que empujan el conjunto hacia un porvenir mejor.
Ve en el tradicionalismo la par?lisis, la muerte. Si los hombres han dejado de acatar ciertos dogmas del pasado, ello se debe a que tales dogmas ten?an fundamentos falsos; y "nadie, dice Emerson, puede sentirse obligado a ser virtuoso por obsecuencia a la mentira". Lo que es falso, muerto est?; hay que darle sepultura. Saber que es falso y predicar la vuelta a ?l, ser?a una desverg?enza si no fuese un crimen; perdida la creencia en el car?cter sobrenatural de la obligaci?n moral, el ?nico remedio est? en buscar sus fuentes naturales; de otro modo caer?amos de nuevo en el absurdo de perseguir un ideal moral poni?ndonos en el camino de la inmoralidad suprema, que es la mentira.
El No-Conformismo, en esta significaci?n amplia, se nos presenta como la ant?tesis del dogma de obediencia; leed algunas p?ginas que dedica a este asunto William James y reconocer?is, como ?l, que "es imposible comprender, y hasta imaginar, que hombres dotados de una vida interior suya y propia, hayan podido llegar a considerar recomendable la sujeci?n de su voluntad a la de otros seres finitos como ellos". Le parece inveros?mil ese renunciamiento de la personalidad, exigido por algunas ?rdenes religiosas como un voto necesario para la profesi?n. La obediencia no es a Dios, sino a otro hombre, al superior; y es curiosa la explicaci?n poco m?stica y muy utilitaria que da de ella el ilustre jesu?ta Alonso Rodr?guez: "Uno de los mayores descansos y consuelos que tenemos los que estamos en Religi?n, es ?ste: que estamos seguros de que, haciendo la obediencia, vamos acertados. El superior podr? errar en mandar esto o aquello; mas vos cierto est?is de que en hacer eso que os mandan no err?is, porque a vos solamente os pedir? Dios cuenta si hicisteis lo que os mandaron, y con eso dar?is vuestro descargo muy suficientemente delante de Dios. No ten?is que dar cuenta, si fu? bien aquello, o si fuera mejor otra cosa; porque eso no pertenece a vos, ni se pondr? a vuestra cuenta sino a la cuenta del superior. En haciendo la cosa por obediencia, quita Dios eso de vuestro libro y lo pone en el libro del superior." As? entendido, el dogma de obediencia lleva impl?cito un renunciamiento a la responsabilidad moral: el hombre se convierte en una cosa, en un instrumento irresponsable al servicio de quien lo manda. Y para que todo no sea solemne, James transcribe de Sainte-Beuve , una an?cdota que muestra la extravagante interpretaci?n que pueden dar al dogma de obediencia los temperamentos sugestionables: "Sor Mar?a Clara, estaba muy penetrada de la santidad y excelencia de M. de Langres. Este prelado, luego de llegar a Port-Royal, le dijo un d?a, vi?ndola tiernamente unida a la Madre Ang?lica, que ser?a mejor que no volviera a hablar con ella. Mar?a Clara, sedienta de obediencia, tom? como un or?culo divino aquellas palabras dichas inadvertidamente, y desde aquel d?a estuvo muchos a?os sin dirigir la palabra a su hermana en religi?n".
Mostrado el conformismo bajo esta fase rigurosa en que lo traduce el sentimiento de obediencia, pod?is comprender mejor, por contraste, cu?l es el horizonte m?ximo en que Emerson pudo dilatar su no-conformismo.
El derecho de cr?tica y de libre examen se prolonga hasta las fuentes de la moralidad humana; es el derecho de buscarlas, de afirmarlas, de aprovecharlas para el porvenir, impregnando de ellas la educaci?n, ajustando progresivamente a ellas la conducta de los hombres. La sabidur?a antigua, hoy condensada en dogmas, s?lo puede ser respetable como punto de partida. As? mirada conviene respetarla, y aprovechar de ella todo lo que no sea incompatible con las verdades nuevas que incesantemente se van haciendo; pero acatarla como una inflexible norma de la vida social venidera, confundi?ndola con un t?rmino de llegada que nuestra experiencia est? condenada a no sobrepasar, es una actitud absurda frente a la evoluci?n incesante de toda la Naturaleza accesible a nuestro conocimiento.
As? planteado, el no-conformismo de Emerson, aunque siempre enmara?ado por su lenguaje literario y m?stico, se nos presenta como una concepci?n moral antidogm?tica y esencialmente evolucionista, como la ant?tesis de un sistema te?rico cerrado, como afirmaci?n de un pragmatismo ?tico abierto a toda eventualidad de perfeccionamiento moral, ilimitado. No necesito explicar a los que conocen la doctrina de la perfectibilidad, com?n en esa ?poca a todos los sansimonianos, que la posici?n de Emerson concuerda con ella plenamente, no obstante el lenguaje religioso a que la tradujo: porque Emerson, en todo y siempre, conserv? la "manera" religiosa aprendida en su juventud e impuesta por su ambiente, aun cuando sus ideas tomaban una direcci?n contraria.
Divinidad, Naturaleza, Moralidad, son tres t?rminos que tienden a significar lo mismo en los escritos de Emerson. Todo lo natural es divino, todo lo divino es moral, todo lo natural es moral. Para elevar nuestra Moralidad debemos volver a las fuentes de la Naturaleza y a medida que lo conseguimos nos compenetramos con la Divinidad.
Hemos dicho, con esto, que Emerson es pante?sta. No sabr?amos explicar, pues no lo comprendemos, en qu? medida su te?smo absoluto se distingue de un absoluto ate?smo; lo mismo nos ocurre, por otra parte, con la casi totalidad de los pante?stas. Advi?rtase, en efecto, que el pante?smo oscila entre dos posiciones metaf?sicas extremas que parecen confundirse; habr?is o?do decir que se tocan todos los extremos. Una verdadera substanciaci?n de lo infinito en lo finito, de Dios en la Naturaleza, como lo sugieren todos los pante?smos de tipo emanatista, implica una explicaci?n verbal de la divinidad como causa de la naturaleza misma, sin que nada distinga o separe a la una de la otra; equivale, a lo sumo, a decir que la Naturaleza es todo lo que conocemos de Dios. No nos es posible, por otra parte, examinar de buena fe ning?n sistema idealista absoluto sin tener la impresi?n de que su autor es ateo: Hegel lo es tanto como Spinoza; sus concepciones, en este punto, se distinguen por palabras: Hegel llama devenir eterno de la "idea" a lo que Spinoza concibe como transfiguraci?n eterna de la "sustancia". No perdamos de vista que el idealismo y el materialismo absolutos, como doctrinas metaf?sicas monistas, s?lo se diferencian por su vocabulario, aunque, claro est?, es m?s c?modo adoptar el primer nombre y aborrecer el segundo, por el equ?voco moral dif?cilmente evitable al pronunciar esas palabras. Hay en todo esto bastante chicana verbalista y resulta evidente que muchos fil?sofos--ateos respecto de la religi?n efectiva en su medio--han procurado disfrazar su pensamiento. ?Concebir el universo material como la emanaci?n del "Esp?ritu"--en vez de "Dios"--no equivale a la posici?n del monismo energ?tico? ?Sustituyendo las palabras esp?ritu y energ?a se modifica en lo esencial esta hip?tesis metaf?sica? Cambia, es cierto, con el nombre, la asociaci?n a la hip?tesis metaf?sica central de otras nociones secundarias, hist?ricamente implicadas en las diversas denominaciones de un mismo sistema cuyos elementos evolucionan.
El panpsiquismo es lo que m?s se parece en metaf?sica al materialismo; el pante?smo es lo que hay de m?s semejante al ate?smo. Infundir el esp?ritu en toda la materia es lo mismo que negarlo aparte de ella, aunque permita divagar ilimitadamente pretendiendo lo contrario; poner en toda la Naturaleza a Dios, equivale a negar que haya dioses fuera de ella. Todos estos modos de hablar en dif?cil, pod?is reducirlos, sin temor de equivocaros, a un tipo ?nico de doctrinas monistas, o sea concepciones metaf?sicas del universo convergentes a la unidad.
El problema, hablando en f?cil, es otro: monismo o dualismo; hay tambi?n quien habla de pluralismo, ya sea como variante del primero, ya como complicaci?n del segundo. ?se es el problema efectivo: Dios y Naturaleza, Esp?ritu y Realidad, Noumeno y Fen?meno, Alma y Cuerpo, Energ?a y Materia. Todo eso es dualismo, y en todas sus expresiones equivale siempre a esto: causas imponderables e inaccesibles a la experiencia movi?ndose en un plano distinto del que podemos conocer, s?lo accesibles a la hip?tesis pura, no como abstracci?n de experiencia sino como invenci?n absoluta, asuntos de fe para muchos, demostrables por la raz?n seg?n pocos.
Emerson, para entendernos, es monista y no dualista, aunque su lenguaje poco exacto sugiera a veces lo contrario; francamente, creo que sol?a equivocarse a prop?sito, para no contrariar a una sociedad religiosa sobre un asunto metaf?sico al que ?l mismo no atribu?a la menor importancia pr?ctica. Agregar?, en su disculpa, que en la mayor parte de los pante?stas suelo descubrir la misma actitud deferente hacia las creencias sociales m?s difundidas. Es una explicable galanter?a, ya que la humanidad tiene horror al ate?smo.
Emerson llama Dios a la naturaleza y Esp?ritu al pensamiento humano, dejando que cada cual lo entienda de acuerdo con sus opiniones. A buen entendedor... Y le entendieron, sin duda, los te?stas y animistas leg?timos que durante su ?poca de predicaci?n militante le acusaron mil veces de ate?smo, sin mezquinarle el cargo de "hipocres?a", de aquella "hipocres?a unitaria" enrostrada ya a Channing y los suyos.
El concepto pante?sta de la divinidad, que convierte a Dios en una abstracci?n pura, en una f?rmula, contrasta evidentemente con otros sentimientos ancestrales de la humanidad, que llevan a concebir uno o m?s Dioses con realidad propia, ajenos a la Naturaleza, Dioses vivos y actuantes, con aptitudes o funciones distintas de las humanas, capaces de justicia y de perfecci?n absolutas. Las religiones de cepa jud?a postulan en esa forma extranatural la hip?tesis de un Dios creador y ?rbitro del universo, con o sin una corte de pseudodioses menores, imaginados, aqu?l y ?stos, a semejanza del hombre; toda otra interpretaci?n equivale, para ellas, a negar la divinidad misma.
En esa distinci?n entre lo sobrenatural y lo natural se fundan las relaciones entre lo humano y lo divino, fuente de toda ?tica religiosa.
Emerson presenta la cl?sica antinomia del "mundo f?sico" y del "mundo moral" como un simple documento de la experiencia, sin preocuparse de plantearla como un problema metaf?sico. Se limita a afirmar la correlaci?n o paralelismo entre todo lo f?sico y todo lo moral; an?loga actitud, c?moda aunque extrafilos?fica, ha adoptado el moderno paralelismo psicof?sico, que as? evita plantearse el problema del alma, elimin?ndolo de la psicolog?a y releg?ndolo a la metaf?sica.
Ciertas contradicciones en que Emerson incurre, disculpables en un moralista y corrientes en la literatura de imaginaci?n, ser?an inconcebibles en un fil?sofo digno de este nombre. Escuchad: "toda la naturaleza es la imagen del esp?ritu humano", dice, y agrega: "las leyes del esp?ritu dependen de la harmon?a de la naturaleza". ?Os parece lo mismo?; reflexionad un minuto y comprender?is que es exactamente lo contrario; lo primero implica idealismo a lo Hegel, lo segundo sensacionismo a lo Codillac. "Dios est? vibrante en todo y lo vemos en todas las cosas de la naturaleza" y "la Naturaleza, y s?lo ella, es toda la divinidad", son proposiciones que implican concepciones opuestas de la divinidad, aunque parecen decir lo mismo; la primera proposici?n es conciliable, por ejemplo, con la filosof?a Vedanta, con Parm?nides, con los alejandrinos; la segunda con la filosof?a Sankhya, con Her?clito, con los estoicos. Pante?stas todas, ciertamente, pero las unas precursoras del espiritualismo trascendental y las otras del naturalismo trascendental; m?sticas aqu?llas y realistas ?stas; emanando las unas lo finito de lo infinito, concretando las otras lo infinito en lo finito.
Emerson no trata esas cuestiones. Para ?l, moralista y no metaf?sico, despu?s de establecida la correlaci?n entre el mundo moral y el mundo f?sico, todo el problema de la ?tica se resuelve en seguir la Naturaleza, que marca el sendero de la perfecci?n. El hombre puede equivocarse y decaer; la naturaleza no se equivoca ni decae. Es, pues, la maestra del hombre, la que le vuelve al buen camino. Es el reflejo o la objetivaci?n del esp?ritu divino: "un paisaje--dice--es una cara de Dios". No pudiendo comprender a Dios en s?, aconseja estudiarle en la Naturaleza, cuyas leyes son morales y deben ser escuchadas como la mism?sima palabra divina.
En su famoso discurso de 1838 expres? esa idea de un culto puro de leyes morales abstractas, independientemente de cualquier dogma religioso. "Estas leyes se ejecutan por s? mismas. Est?n fuera del tiempo, fuera del espacio y no sujetas a las circunstancias. As?, en el alma del hombre existe una justicia cuyas atribuciones son inmediatas y completas. Aqu?l que cumple una buena obra, queda al instante ennoblecido. El que ejecuta un acto bajo y vil, es por el hecho mismo rebajado. Aqu?l que rechaza la impunidad, se viste por esta sola raz?n de pureza. Si un hombre es justo de verdadero coraz?n, es Dios en cuanto es justo; la certeza, la inmortalidad y la majestad de Dios entran, con la justicia, en aquel hombre. Si un hombre cambia, traiciona y enga?a, por esto mismo se enga?a a s? mismo, y sale de su propia conciencia moral; el car?cter llega siempre a ser conocido. El hurto no enriquece; la limosna jam?s empobrece a nadie; del asesino hablan hasta las paredes. La m?s ligera sombra de fraude, destruye espont?neamente todo buen efecto. En cambio, decid siempre la verdad, y todas las cosas hablar?n en favor vuestro; hasta las ra?ces de las hierbas parecer?n moverse bajo la tierra, para exaltaros. Porque todas las cosas proceden del mismo esp?ritu, llamado con nombres distintos: amor, justicia, templanza, seg?n sus diversas aplicaciones, como el oc?ano, que recibe nombres diversos, seg?n las playas que ba?a. Cuanto m?s se separa un hombre de estos confines, tanto m?s se priva de poder y ayuda. Su ser se contrae..., t?rnase cada vez m?s peque?o y mezquino, un grano de polvo, un punto, hasta que llega a la maldad absoluta, que es la muerte absoluta tambi?n. La percepci?n de esta ley despierta en nuestra mente un sentimiento que llamamos sentimiento religioso y que constituye nuestra m?s elevada felicidad. Es maravilloso el poder que tiene de encantarnos y de impon?rsenos como el aire que se respira en las monta?as. Es lo que da perfume a todo el mundo, sublimidad al cielo y a los montes; es el canto silencioso de las estrellas en la noche, la beatitud del hombre, que le hace part?cipe del infinito... Todas las expresiones de este sentimiento son sagradas y permanentes en proporci?n a su pureza. Nos conmueven m?s profundamente que todas las dem?s. Los hechos pasados que destilan esa piedad, est?n a?n frescos y fragantes. La impresi?n ?nica e incomparable producida por Jes?s sobre la humanidad, por lo cual su nombre no est? escrito, sino grabado en la historia humana, es una prueba de la sutil virtud de esta penetraci?n".
Filos?ficamente, la doctrina contraria--n?tese bien, contraria--al optimismo, ser?a la doctrina del progreso o de la perfectibilidad, que fu?, como sabemos, uno de los temas habituales del sansimonismo; es un presupuesto necesario, en definitiva, en la conducta de todos los reformadores militantes. Como tal domina en Emerson y en Echeverr?a, inspirados en las mismas fuentes del romanticismo social franc?s.
Emerson, como reformador, cree que lo existente no es perfecto en s?, pero afirma que marcha hacia un perfeccionamiento inevitable, que para el hombre, en particular, se traduce en una dignificaci?n de su vida. Todo lo que existe est? sujeto a una ley de mejoramiento progresivo, de donde se infiere el advenimiento inevitable de un bien cada vez mayor, mensurable por ese conjunto de satisfacciones naturales en que el hombre hace consistir su felicidad. Afirmar la soberan?a de la moral significa, precisamente, poner como base de la conducta humana la adaptaci?n a ese mayor bien posible, que aumenta la felicidad de todos; y la inmoralidad, el vicio, el crimen, s?lo se conciben como actitudes contrarias a esa adaptaci?n. "Cada l?nea de la historia--dice--inspira la convicci?n de que nosotros no podemos avanzar mucho tiempo en el error o en el mal, pues las cosas tienden a enderezarse por s? mismas. La moral que surge de cuanto aprendemos es que todo justifica la Esperanza, madre fecunda de las reformas. Nuestro rol, evidentemente, es el de no sentarnos hasta vernos convertidos en piedras, sino de acechar las auroras de todos los amaneceres sucesivos, colaborando a las nuevas obras de los d?as nuevos". Se trata, expl?citamente, de no contemplar la vida humana como la mejor de las cosas en el mejor de los mundos--que ser?a el optimismo filos?fico--sino de afirmar su perfectibilidad incesante en el porvenir: lo que actualmente suele llamarse "optimismo social".
Hay una posici?n secundaria, muy interesante, en la ?tica emersoniana: la negaci?n del mal, de la culpa y del pecado. Para Emerson el mal no existe en el mundo como entidad positiva, sino como ausencia de bien. Lo que suele llamarse mal ser?a un simple no bien o menos bien; la maldad humana ser?a una incapacidad para la virtud, una ausencia de fe en el bien o de "gracia" natural, concebida como aquella fe que Juan Agr?cola opon?a a Lutero, contra la ley, en la disputa de los "antinomianos"; o como aquella otra gracia divina de Malebranche, que fu? m?stica manzana de discordia entre Bossuet y Fenel?n.
Con dos diferencias fundamentales, empero. Emerson concibe la aptitud meliorativa como una cualidad de la misma Naturaleza humana; y afirma que esa verdadera gracia natural puede adquirirse y desarrollarse porque el hombre, siendo ?l mismo una parte de la divinidad, lleva en s? la capacidad para el bien, una part?cula de gracia capaz de florecer... Me detengo, en este punto, temeroso de que en mi deseo de explicaros lo que el mismo Emerson no entiende con exactitud, acab?is por perder la visi?n clara del conjunto, ?nica que nos interesa.
En mi libreta de viaje consign? la an?cdota; es una explicaci?n psicol?gica del optimismo, tal vez la m?s importante. Los hombres sanos de cuerpo y de mente son, generalmente, optimistas y afirmativos; los enfermos y los desequilibrados suelen ser pesimistas y esc?pticos. La salud es bondad, tolerancia, firmeza, simpat?a, solidaridad, admiraci?n; los temperamentos equilibrados ignoran la maldad, la persecuci?n, la inconstancia, el odio, el ego?smo, la envidia. Emerson tuvo la moral que correspond?a a su salud y a su equilibrio: sus ideales fueron la resonancia harm?nica de una hermosa Naturaleza en un Organismo ejemplar.
Observa que, en la apreciaci?n popular, las virtudes son m?s bien la excepci?n que la regla: existe el hombre y existen las virtudes, por separado. Los hombres hacen lo que llaman buenas acciones, como si pagaran un impuesto para ser bien juzgados. "Sus virtudes son penitencias. Yo no quiero expiar, sino vivir. Mi vida existe por s? misma y no para darla en espect?culo. Prefiero dejarle un curso modesto pero igual y natural, a hacerla brillante y contradictoria. La quiero sana y dulce, y no irregular, precisada de dietas y sangr?as". El juez de la propia virtud debe ser uno mismo, sin esperar el juicio de los dem?s sobre las propias acciones. "No consiento en pagar como un privilegio, lo que considero mi derecho intr?nseco". "Lo que debo hacer es cosa que concierne a mi personalidad y no lo que las gentes creen que debo hacer". "En la sociedad es f?cil vivir ajust?ndose a la opini?n de los dem?s; vivir de acuerdo con la nuestra, s?lo es posible en la soledad. El gran hombre es aqu?l que conserva en el mundo, con perfecta dulzura, la independencia de la soledad". Renunciemos a seguir leyendo; sobre este ?ltimo t?pico hay una p?gina casi perfecta , la que empieza aconsejando al hombre de estudio que abrace la soledad como una esposa.
En el ensayo sobre la confianza en s? mismo, Emerson se nos presenta en la fase juvenil y negativa com?n a todos los rom?nticos; su afirmaci?n de la personalidad es francamente hostil a toda solidaridad social. Es un anarquista en el sentido m?s riguroso de la palabra, un stirneriano antes de Stirner, un nietzche?sta antes de Nietzche.
Afirmando la intensa profundidad de toda vida humana, Emerson ha ense?ado a amar la vida, mostrando que la personalidad m?s humilde es susceptible de embellecerse y dignificarse, si sabe buscar en s? misma las fuerzas morales de su propio encumbramiento. No es el rango, no es la fortuna, no es el poder, lo que hace la grandeza de un hombre, sino su capacidad de ser intensamente tal como es por su naturaleza, expandi?ndose espont?neamente, por la fuerza de su savia interior, sin torcerse bajo el peso de las coacciones sociales que espolonean la mentira y fomentan la vanidad. En esta orientaci?n sus palabras alcanzan un tono m?stico, mezcla de poes?a ?ntima y de exaltaci?n egotista, que, sin embargo, no le impide reiterar su obsecuencia a la verdad y predicar todas las virtudes ?tiles a la vida social, al trabajo, a la fraternidad, a la paz, a todo lo que se estima provechoso para mejorar la existencia de la humanidad. Fuerza es reconocer que, juzgado en conjunto, dif?cilmente podr?a nombrarse un m?stico m?s realista, ni un individualista m?s social. Su temperamento fu? sin cesar integrado por su experiencia.
Si hubi?ramos de analizar, uno por uno, todos los ensayos de Emerson, prolongar?ase nuestra tarea sin mayor provecho. Casi todos los problemas sociales, de actualidad en su medio y en su ?poca, merecieron un comentario suyo, siempre perspicaz.
Su imaginaci?n vag? en torno de la naturaleza, de lo divino y de lo moral, con la singularidad de oponerse tenazmente a toda noci?n de lo sobrenatural y de confiar en los buenos m?todos de investigaci?n; s?lo vemos fe en esta confianza, desde que nunca los hab?a aprendido ni practicado. Su misticismo trad?jose por una rebeld?a a preceptos, c?nones, dogmas, a todo lo que representa un intermediario entre el esp?ritu humano y la divinidad misma, incesantemente confundidos en sus escritos. Cuando execra la decadencia moral de su tiempo y augura "la vuelta a lo divino", su estilo se eleva por momentos hasta el de Ruysbroek o Teresa de ?vila, pero su pensamiento sigue estando cerca de Marco Aurelio o de Spinoza. Y del estoicismo, y del pante?smo, parecer?a haber heredado Emerson el sentimiento poderoso de la fatalidad, m?s pr?ximo del determinismo moderno que del fatalismo alejandrino, musulm?n o quietista, a pesar de su lenguaje.
Toda vez que un pensador desciende a seducir el p?blico, disfrazando de equ?vocas palabras su pensamiento, corre, como Emerson, el peligro de caer en disquisiciones intr?nsecamente "conformistas" aunque ellas sean juegos malabares para hacer menos violenta la exposici?n de ideas "no-conformistas". Emerson no encuentra en el terreno de la ?tica pr?ctica ciertos principios que la l?gica pura demuestra absurdos, como hace Kant. No es eso; Emerson, por el contrario, despu?s de hacer sonar su hojalater?a sobre la libertad espiritual, termina su ensayo con cuatro invocaciones po?ticas a la fatalidad, tan propias de su pante?smo como incompatibles con su librearbitrismo.
Antes de leerlos recordemos que entre los puritanos tuvo siempre poco arraigo la creencia en la libertad moral; su dogma b?sico, de la gracia o de la predestinaci?n, conduc?a l?gicamente al sentimiento de la fatalidad. Emerson no hizo sino transferir a las leyes de la Naturaleza la confianza que ellos ten?an puesta en el Destino. Contra lo que a primera vista parecer?a, esa idea de la fatalidad es un verdadero instrumento de acci?n para los que se han trazado un camino en la vida: vivir es ser fiel a su propio itinerario, recorrerlo sin descanso, como quien cumple realmente un destino irrevocable, sin tropezar en esas deliberaciones sucesivas que exponen a vivir fragmentariamente. Recuerdo esta observaci?n psicol?gica y moral, de que sin duda se reir?an los viejos metaf?sicos que s?lo ve?an en la libertad un tema para ejercitar su raz?n razonante: "los m?s grandes profesores de energ?a tienen poco inter?s por el libre albedr?o".
?Os sorprende? Escuchad a Emerson, al maestro de la confianza en s? mismo.
"Elevamos altares a esa bella unidad que mantiene a la naturaleza y a las almas en una perfecta continuidad, y que obliga a cada ?tomo a servir a un fin universal. No es la extensi?n de nieve, el capullo, el paisaje estival, el esplendor de las estrellas, lo que me maravilla, sino la belleza necesaria, o, si quer?is, la necesidad de belleza que gravita sobre el universo; que todo deba ser pintoresco y lo sea; que el arco iris, la curva del horizonte y la comba del cielo deban ser resultados del mecanismo del ojo. No necesito que ning?n aficionado tonto venga a guiarme para admirar jardines, una nube dorada o una cascada, desde que no puedo abrir los ojos sin ver algo impregnado de esplendor y de gracia. Cu?n vana es esa elecci?n de tal o cual chispa dispersa al azar, cuando la necesidad inherente a las cosas enciende la llama de la belleza en la frente del caos y denuncia que la intenci?n central de la naturaleza es ser armon?a y dicha.
"Elevemos altares a la bella necesidad. Haber cre?do libres a los hombres, en el sentido de que una voluntad antojadiza puede dominar la ley de las cosas, es como pretender que un dedo de ni?o puede hacer caer el sol. ?Si en la menor de las cosas el hombre pudiera alterar el orden de la naturaleza, quien querr?a aceptar el don de la vida?
"Elevemos altares a esa bella necesidad que nos prueba y nos asegura que todo est? hecho de una pieza, que el acusador y el acusado, el amigo y el enemigo, el animal y el planeta, el alimento y quien lo consume, son de la misma y ?nica especie. El espacio astron?mico es inmenso, pero ning?n sistema le es extra?o. Los tiempos geol?gicos son inconmensurables, pero han regido en ellos leyes semejantes a las actuales. ?Porqu? nos espantar?a la naturaleza, en que est?n objetivadas la filosof?a y la teolog?a? ?Porqu? temer?amos ser aplastados por los elementos de la naturaleza, si estamos hechos de esos mismos elementos?
"Elevemos altares a esa bella necesidad que torna valiente al hombre, ense??ndole que ?l no puede evitar un peligro seguro, ni exponerse a otro ficticio; a esa necesidad que nos conduce, ruda o dulcemente, a la noci?n de que no hay azar ni acontecimientos fortuitos; que la ley regula toda existencia,--una ley que no es inteligente, pero que es la inteligencia,--que no es personal ni impersonal; que desde?a las palabras y sobrepasa al entendimiento; que disuelve las personalidades, que vivifica la naturaleza y que sin embargo invita al coraz?n puro a apoyarse sobre toda su omnipotencia".
A pesar de estas condescendencias verbales a las preocupaciones dominantes en su medio, Emerson, fu? temido en su edad viril como hereje peligroso, aunque en su larga ancianidad fu? venerado hasta por sus antiguos contendores.
Reconozcamos que la sociedad es enemiga de toda verdad que perturbe sus creencias m?s ancestrales.
Porque existe,--podemos creerlo,--una conciencia moral de la humanidad que da su sanci?n. Tarda a veces, cuando la disputan los contempor?neos; pero llega siempre, y acrecentada por la perspectiva del tiempo, cuando la discierne la posteridad.
Sabemos muy bien, pues lo ense?a la experiencia de siglos, que los grandes renovadores nunca han visto realizarse ?ntegramente sus ensue?os; es destino com?n de todos los futuristas ver que la realidad reduce a t?rminos exiguos sus ideales, como si la sociedad s?lo pudiera beber muy aguada la pura esencia con que ellos embriagan su imaginaci?n. Pero no es menos cierto que en las reclamaciones exageradas de los ilusos y utopistas est?n contenidas las peque?as variaciones ?ticas y sociales que, en su conjunto, constituyen el progreso efectivo. ?Alabados sean todos los hombres que equivoc?ndose como ciento auguran a sus semejantes un beneficio igual a uno! ?Alabados sean todos los que arrojan semillas a pu?ados, generosamente, sin preguntarse cu?ntas de ellas se perder?n y s?lo pensando en que la m?s exigua puede ser fecunda! Para el perfeccionamiento moral de la humanidad son in?tiles los que se ajustan escrupulosamente a los resultados de la experiencia pasada, sin arriesgarse a tentar nuevas experiencias; son los innovadores los ?nicos que sirven, descubriendo un astro o encendiendo una chispa. Y si bien es personalmente m?s c?modo no equivocarse nunca a errar muchas veces, para la humanidad son m?s provechosos los hombres que, en su af?n de renovarse, para acertar una vez, aceptan los inconvenientes de equivocarse muchas.
Es m?s c?modo, pensar?is, dejar a otros la funci?n peligrosa de innovar, reserv?ndoos el tranquilo aprovechamiento de los resultados. Cuesti?n es ?sta que los epic?reos de todos los tiempos han resuelto seg?n su temperamento; pero es indiscutible que los renovadores de las ciencias, de las artes, de la filosof?a, de la pol?tica, de las costumbres, son los arquetipos selectos, las afortunadas variaciones de la especie humana, de que la naturaleza se ha valido para revelar a los dem?s hombres alguna de las formas innumerables en que deviene incesantemente el porvenir.
Emerson fu? de estos elegidos, en su tiempo y para su medio. Emerson fu? joven y fu? viril, al rev?s de esos j?venes de a?os que nacen viejos de inteligencia y de coraz?n, esclavos de los errores tradicionales e impermeables a las verdades nuevas. Emerson supo ver y supo anunciar, antes que otros, un aspecto del mundo moral que estaba ya maduro para renovaciones provechosas. Y no call? lo que entreve?a y deseaba: renunci? a la tranquilidad epic?rea de gozar en silencio, se expuso a las heridas de los rutinarios y de los pasadistas. Por eso su nombre es amado por toda una raza joven, que ha visto ya realizarse una parte de sus ilusiones y ha dado algunos pasos hacia la religi?n sin doctrinas y hacia la moral sin dogmas.
Siempre observando, siempre estudiando, siempre reflexionando, con esa inquietud sin sosiego que mantiene despierta nuestra curiosidad sobre la infinita Naturaleza que nos rodea, Emerson conserv? hasta la edad viril la plasticidad mental de la juventud. Y supo renovarse, cuando fu? menester; no volviendo atr?s, sino mirando m?s lejos. Cuando su doctrina o su actitud juvenil le pareci? insegura o incompleta, en vez de cerrar los ojos para volver a los errores tradicionales, busc? nuevas f?rmulas que superasen el presente y se adaptasen al porvenir que deven?a. Para decirlo con exactitud: cuando le pareci? imperfecta su moral independiente e individualista, en vez de retrogradar a la moral sobrehumana y dogm?tica, fij? su pensamiento en la ?tica social. En eso se distingue el hombre mentalmente superior del inferior: el primero, cuando duda, rectifica su marcha y sigue adelante; el segundo, incapaz de sobreponerse a la dificultad, desiste y vuelve atr?s. Esto, lo mismo que en la ?tica, ocurre en todos los dominios de la filosof?a.
La vida de Emerson presenta dos etapas distintas, habitualmente refundidas por sus bi?grafos, s?lo preocupados de elaborar un arquetipo abstracto m?s conforme con el deseo simplista de la mentalidad social. Nosotros podemos distinguir dos Emerson, que se suceden por una transici?n progresiva: el individualista rebelde y el reconstructor social.
Ministro de una iglesia unitaria, como recordar?is, descend?a, por varias generaciones, de pastores Congregacionistas. Cuando le llega la hora de ejercitar su ministerio, Emerson interroga su conciencia moral: no cree ya en los dogmas y pr?cticas rituales de su Iglesia. Duda, medita y se decide con dignidad: renuncia a predicar dogmas que no satisfacen su raz?n. En sus escritos de esa ?poca vaga un intenso personalismo ?tico, una cr?tica sagaz del dogmatismo, un constante af?n por afirmar la autonom?a y la soberan?a de la moralidad, poniendo la obligaci?n y la sanci?n en los dominios individuales de la conciencia. A los ensayos de esa ?poca se debe la simpat?a con que Emerson es le?do, hasta hoy, por los anarquistas individualistas.
Al mismo tiempo que exalta la personalidad humana, postulando una moral independiente, Emerson conserva el tono m?stico: su pante?smo, mezcla de religi?n natural a lo Goethe y de amor a la naturaleza a lo Rousseau, fu? el cauce en que tuvieron libre desahogo su herencia pastoral y su educaci?n teol?gica. Es dif?cil concebir una combinaci?n m?s ?ntima de profundo misticismo y de absoluto antidogmatismo; cuando exalta la energ?a individual, hace derivar la confianza propia del car?cter divino que tiene la personalidad humana; cuando afirma la soberan?a de la moralidad, pone la fuente espont?nea de toda vida moral en la naturaleza. Y todo es uno para ?l: naturaleza, moralidad, divinidad.
El inter?s social despertado en su tiempo por las conferencias de Emerson es f?cil de comprender. Ellas satisfac?an dos condiciones, rara vez coincidentes: su forma m?stica respetaba el viejo fondo religioso de sus oyentes y sus ideas individualistas satisfac?an la inquietud renovadora, propia de la generaci?n rom?ntica. Esto podr?a hacernos pensar que los ap?stoles m?s eficaces son los que dicen cosas nuevas en el tono que nos es familiar; si se cantaran estrofas anarquistas con m?sica de viejos himnos religiosos, ser?an m?s f?cilmente aprendidas por los que ya tuviesen el h?bito de cantar los himnos.
As? podemos explicarnos que Emerson fuese requerido para sermonear en las iglesias unitarias: hablaba de la misma manera, aunque dec?a otra cosa. Por otra parte, en los pa?ses protestantes existe--en ?pocas normales--una tolerancia religiosa que dif?cilmente comprendemos los que recibimos una educaci?n cat?lica. Decir que un sacerdote, despu?s de colgar los h?bitos, puede ser invitado a predicar en su parroquia, es para nosotros inconcebible; y no lo es menos ver a un sacerdote cat?lico o a un rab? jud?o ocupar una tribuna protestante, o viceversa, o bien hallar reunidos en un congreso de religiones a los te?logos m?s eminentes de todas ellas...
No decimos que Emerson lleg? a definir la ?tica social tal como en la actualidad la vemos formulada. Reconocemos, simplemente, que esa tendencia lleg? a prevalecer en ?l, en una ?poca en que prefer?a hacer a conferenciar.
?Hacer? Hacer. Sonaba para su patria la hora de consolidar la nacionalidad y de prepararse a la asimilaci?n de otros millones de europeos que vendr?an a enriquecerla con el trabajo de sus brazos y con la sangre de sus hijos.
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