Read Ebook: Los desposados: Historia milanesa del siglo XVII - Tomo 2 by Manzoni Alessandro
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pido que perdon?is la incomodidad que se os ha causado por mi causa; vos lo hac?is por aquel que recompensa largamente, y por esa desgraciada". Esto dicho, cogi? con una mano el morro de la cabalgadura de D. Abundio, y con la otra el estribo, y lo ayud? para que se apease.
Aquel rostro, aquellas palabras y aquel adem?n, le hab?an dado la vida. Lanz? un suspiro que una hora hac?a giraba dentro de su pecho sin poder hallar salida; se inclin? ante el Inc?gnito, y le contest? en voz muy baja: "?Vuestra se?or?a se burla? ?Pero, pero, pero!...", y aceptando la mano que se le ofrec?a de una manera tan cort?s, se desliz? como pudo de su mula. El Inc?gnito la at? tambi?n, y habiendo dicho al conductor que se quedase all? esperando, sac? una llave del bolsillo, abri? la puerta, hizo entrar al cura y ? la dama, en seguida entr? ?l, pas? delante, se encamin? hacia una escalerilla, y la subi? en silencio, seguido de sus compa?eros.
NOTAS:
Luogo ? in inferno detto Malebolge Tutto di pietra e di color ferrigno Come la cerchia che d'intorno il volge &c.
CAP?TULO SEXTO
Luc?a se hab?a levantado apenas, empleando poco tiempo en despertarse de hecho, separando las confusas visiones de sus sue?os, de los recuerdos ? im?genes de aquella realidad tan semejante al funesto delirio de un enfermo. La vieja se le acerc? al instante, y con aquella voz forzadamente humilde, le dijo: "?Ah!, ?hab?is dormido? Hubierais podido dormir en el lecho; bastantes veces os lo dije ayer noche". Y no recibiendo contestaci?n, continu? siempre de una manera forzada: "Tomad un bocado; tened juicio. ?Uf! ?Os vais ? poner fea! Ten?is necesidad de comer. Y despu?s, cuando vuelva, la va ? tomar conmigo".
--No, no; quiero marchar, quiero ir adonde est? mi madre. El amo me lo ha prometido; ha dicho: ma?ana por la ma?ana. ?En d?nde est? el amo?
--Ha salido; pero me ha dicho que volver? pronto y que har? todo lo que vos quer?is.
--?Ha dicho esto?, ?lo ha dicho? ?Bien! Quiero ir adonde est? mi madre; en seguida, en seguida.
De repente se oye un ruido de pisadas en la vecina estancia, y despu?s llamar ? la puerta. La vieja corre ? ella y pregunta: "?Qui?n es?".
--Abre, le responde dulcemente una voz bien conocida.
La vieja descorre el cerrojo, el Inc?gnito empuja suavemente la puerta, la entreabre, manda ? la vieja que salga, introduce en el mismo instante ? D. Abundio y ? la buena dama, cierra de nuevo la puerta, permanece detr?s de ella por la parte de afuera, y manda ? la vieja ? un extremo lejano del castillo, seg?n hab?a ya enviado tambi?n ? la mujer que se hallaba fuera de guardia. Al primer punto de vista, todo este movimiento y la aparici?n de personas nuevas, causaron ? Luc?a mucho sobresalto y agitaci?n; porque si su situaci?n presente le era insoportable, todo cambio, sin embargo, era un motivo de sospecha y de nuevo espanto. Mira; ve ? un sacerdote, ? una dama; se tranquiliza un poco, y mira con m?s atenci?n: ?es ? no es ?l? Reconoce ? D. Abundio y permanece con los ojos fijos como vencida por un encanto. La buena dama se acerca ? ella, la saluda, la mira con adem?n enternecido, coge sus dos manos, como para acariciarla y levantarla al mismo tiempo, y luego le dice: "?Oh, pobrecita!, venid, venid con nosotros!".
--?Qui?n sois, pregunta Luc?a?, mas sin aguardar respuesta se vuelve hacia D. Abundio, el cual permanec?a de pie, con aire compungido, ? dos pasos de distancia; lo mira fijamente de nuevo, y exclama: ?Vos!, ?sois vos, se?or cura? ?En d?nde estamos? ?Oh, cu?n desgraciada soy, estoy fuera de m?!
--No, no, repuso D. Abundio: soy yo en efecto; tened ?nimo. Mirad; estamos aqu? para llevaros: soy vuestro propio cura, habiendo venido aqu? expresamente, ? caballo...
Luc?a, como si hubiese recobrado en un instante todas sus fuerzas, se enderez? precipitadamente, despu?s fij? a?n su mirada sobre aquellos dos rostros, y dijo: "?Es, pues, la Madonna la que os ha enviado?".
--Creo que s?, dijo la buena dama.
--Mas, ?podemos marchar, podemos marchar ya de veras?, replic? Luc?a bajando la voz y con aire t?mido ? indeciso. ?Y toda esa gente?... prosigui?, con los labios contra?dos y tr?mulos de espanto y horror: ?y ese se?or... ese hombre?... ?l me lo hab?a prometido.
--Aqu? est? tambi?n, el cual ha venido ? prop?sito con nosotros, dijo D. Abundio, y espera fuera. Marchemos pronto; no hagamos esperar ? semejante sujeto.
Entonces, aquel de quien se hablaba, empuj? la puerta y se dej? ver. Luc?a, que poco antes lo deseaba, no teniendo otra esperanza en el mundo; ahora, despu?s de haber visto y o?do aquellas voces amigas no pudo reprimir un s?bito terror; se estremeci?, contuvo su respiraci?n, se arrim? ? la buena dama, y ocult? su semblante en el seno de ?sta. Al aspecto de aquella joven inocente, sobre la cual ya la noche precedente no hab?a podido fijar su vista, al aspecto de aquella desgraciada que una larga abstinencia y prolongados sufrimientos hab?an vuelto p?lida, abatida, inconsolable, se detuvo. Al ver luego aquel movimiento de terror, baj? los ojos, permaneci? todav?a un momento inm?vil y mudo; despu?s, respondiendo ? lo que la pobre ni?a no hab?a dicho: "Es verdad, exclam?, ?perdonadme!".
--Viene ? libertaros, ya no es el mismo hombre; se ha hecho bueno. ?Ois c?mo os pide perd?n?, dec?a la buena dama al o?do de Luc?a.
--?Se puede decir m?s? ?Vamos!, levantad la cabeza, no se?is ni?a; que podamos partir al instante, le dec?a D. Abundio.
Luc?a levant? la cabeza, mir? al Inc?gnito, y al ver aquella frente baja, aquella mirada confusa y aterrada, presa de un sentimiento mezclado de esperanza, de reconocimiento y de piedad, dijo: "?Oh, monse?or, que Dios os recompense vuestra misericordia!".
--Y ? vos, cien veces, el bien que me hac?is con estas palabras.
Diciendo esto, di? una media vuelta, se encamin? hacia la puerta, y sali? el primero. Luc?a, enteramente reanimada, con la dama que le daba el brazo, le siguieron: D. Abundio cerraba la marcha. Bajaron la escalera y llegaron ? la peque?a puerta que daba al patio. El Inc?gnito la abri? de par en par, se dirigi? ? la litera, abri? la portezuela, y con una especie de cortes?a llena de timidez sosteniendo del brazo ? Luc?a, la ayud? ? entrar, y despu?s tambi?n ? la que deb?a acompa?arla. Enseguida tom? la mula de D. Abundio, ? igualmente le ayud? ? montar.
--?Oh, qu? complacencia!, dijo ?ste: y mont? mucho m?s ligero que lo hab?a hecho la primera vez. La comitiva se puso en camino, despu?s que el Inc?gnito hubo tambi?n montado ? caballo. Su cabeza estaba levantada; su mirada hab?a vuelto ? tomar la ordinaria expresi?n de mando. Los bravos que encontraba descubr?an perfectamente en su rostro las se?ales de un vigoroso pensamiento, de una preocupaci?n extraordinaria; mas no comprend?an, no pod?an ir m?s all?. En el castillo nada sab?an a?n del gran cambio que se hab?a verificado en el coraz?n de aquel hombre, y ciertamente ninguno de ellos hubiera podido llegar ? conseguirlo s?lo por conjeturas.
La buena dama se hab?a apresurado ? correr las cortinillas de la litera: en seguida cogi? afectuosamente las manos de Luc?a, y se puso ? reanimarla por medio de palabras de piedad, de felicitaci?n y de ternura. Viendo luego c?mo, adem?s de la fatiga de tantas penas sufridas, la confusi?n y la oscuridad de los sucesos, imped?an ? la pobrecita el que experimentara plenamente el contento de su libertad, le dijo todo lo que pudo hallar de m?s apto para distraerla, y para aclarar sus pensamientos le nombr? el pueblo adonde iban.
--?S?!, dijo Luc?a, la cual sab?a que dicho pueblo estaba ? poca distancia del suyo. ?Ah, Madonna Sant?sima, os doy mil y mil gracias! ?Madre m?a, madre m?a!
--Nosotros la enviaremos en seguida ? buscar, dijo la buena dama, la cual no sab?a que la cosa estaba ya hecha.
--S?, s?, Dios os lo recompensar?... ?Y vos qui?n sois?, ?c?mo hab?is venido?...
--Nuestro cura me ha enviado, dijo la dama; porque este se?or, ? quien Dios ha tocado el coraz?n , ha venido ? nuestra poblaci?n con el objeto de hablar al se?or cardenal arzobispo, que ha ido ? visitarnos. Se ha arrepentido de sus horribles pecados, y quiere mudar de vida; habiendo dicho al cardenal que ?l hab?a hecho robar ? una pobre inocente, que sois vos, en connivencia con otro, que tampoco teme ? Dios, y del cual el cura no me ha podido decir el nombre.
Luc?a alz? los ojos al cielo.
--Vos lo sabr?is quiz?, continu? la dama, bien. Ahora, pues, el se?or cardenal ha pensado que trat?ndose de una joven, se requer?a una persona del mismo sexo para acompa?arla, y ha dicho al p?rroco que la buscase: ?ste tan bondadoso ha venido ? m?...
--?Oh, el Se?or recompense vuestra caridad!
--Figuraos, hija m?a, que el se?or cura me ha dicho que procurase tranquilizaros, que tratara de sacaros pronto de la inquietud en que estabais, y que os hiciese comprender c?mo el Se?or os ha salvado milagrosamente...
--?Oh, s?!, bien milagrosamente; por intercesi?n de la Madonna.
--Me ha dicho igualmente que os animara y aconsejara ? perdonar al que os ha causado el da?o; ? que est?is contenta por la misericordia que Dios ha usado con ?l, y al propio tiempo que rogu?is por ?l mismo, porque adem?s de que recibir?is vuestro merecido, sentir?is todav?a m?s alivio en vuestro coraz?n.
Luc?a respondi? por medio de una mirada que expresaba su asentimiento tan claramente como la hubieran podido hacer las palabras, y con una dulzura que ?stas mismas no hubieran podido significar.
--?Excelente joven!, exclam? la dama, y prosigui?: hall?ndose tambi?n vuestro cura p?rroco en nuestro pueblo , el se?or cardenal ha juzgado conveniente el que nos acompa?ara, ? pesar que de bien poco nos ha servido. Ya hab?a yo o?do decir que era un pobre hombre; mas en esta ocasi?n, he podido claramente ver que ?l estaba tan embarazado como un pollo en medio de la estopa.
--?Y este?... pregunt? Luc?a; este hombre que se ha vuelto bueno... ?qui?n es?
--?C?mo!, ?no lo sab?is?, dijo la buena dama; y lo nombr?.
--?Es ciertamente una gran misericordia!, repet?a la dama, es una dicha para medio mundo. ?Al pensar cu?nta gente ten?a alarmada!, y al presente, seg?n me ha dicho nuestro p?rroco... Y luego no hay m?s que mirarle la cara; ?se ha vuelto enteramente un santo! Por otra parte, no hay m?s que ver su nuevo modo de portarse.
El decir que esta buena dama no experimentaba mucha curiosidad de conocer un poco m?s distintamente la grande aventura en que ella representaba tambi?n su papel, ser?a faltar ? la verdad. Pero es preciso decir en honor suyo, que sobrecogida de una piedad respetuosa hacia Luc?a, calculando en cierto modo la gravedad y dignidad del encargo que se le hab?a confiado, no pens?, sin embargo, en hacer ninguna pregunta indiscreta y ociosa; todas sus palabras, durante aquel corto viaje, fueron para dar valor ? la pobre joven, manifest?ndole al propio tiempo el m?s vivo inter?s.
--?Dios sabe desde cu?ndo no habr?is tomado alimento!
--No recuerdo..., pero hace ya alg?n tiempo.
--?Pobrecita! ?Tendr?is necesidad de restaurar vuestras fuerzas?
--S?, respondi? Luc?a con voz apagada.
--En mi casa, ? Dios gracias, encontraremos en seguida alguna cosa. Tened ?nimo, que ya no estamos lejos.
Despu?s de esto, Luc?a se dej? caer l?nguidamente en el fondo de la litera, como adormecida, y entonces su compa?era la dej? reposar.
Con respecto ? D. Abundio, la vuelta no le causaba tanto espanto como la ida pocas horas antes; pero con todo, no fu? tampoco para ?l un viaje agradable. Desde que dej? de tener miedo, se sinti? enteramente aliviado de un gran peso; mas bien pronto empezaron ? nacer en su interior cien otros disgustos, lo mismo que cuando ha sido arrancado un corpulento ?rbol y el terreno queda por alg?n tiempo vac?o y desnudo, pero luego se cubre de altas yerbas. Hab?a llegado ? hacerse m?s impresionable que antes; y tanto en el presente como en las ideas del porvenir, hallaba materia para atormentarse. Ahora sent?a mucho m?s que ? la ida la incomodidad de viajar de aquel modo, al cual no estaba acostumbrado; y sobre todo, esto le acontec?a al principio, desde la bajada del castillo al fondo del valle. El conductor, estimulado por las se?as del Inc?gnito, hac?a ir ? las mulas ? buen paso; ambas cabalgaduras iban una detr?s de otra con la mayor uniformidad; y de esto resultaba, que en ciertos parajes en que la pendiente era m?s r?pida, el pobre D. Abundio, como si estuviese colocado sobre un resorte, se tambaleaba, se ca?a hacia delante, y para sostenerse se ve?a obligado ? agarrarse al arz?n de la silla, y no se atrev?a, sin embargo, ? pedir que fuesen m?s despacio, pues por otro lado hubiera querido salir de aquel territorio lo m?s pronto posible. Adem?s de esto, en donde el camino colocado sobre una eminencia formaba un arrecife, la mula, seg?n la costumbre de los animales de su raza, parec?a que hac?a prop?sito de salirse siempre de dicho arrecife, y de andar por la misma orilla. D. Abundio ve?a bajo de s?, casi perpendicularmente, un gran salto, ? como ?l pensaba, un precipicio. "?Tambi?n t?, dec?a interiormente al animal, tienes el maldito gusto de ir buscando los peligros, siendo el camino tan ancho!" Y tiraba la brida hacia el otro lado, pero in?tilmente. De suerte que, como de ordinario, turbado por la c?lera y el miedo, se dejaba conducir ? la voluntad de otro. Los bravos no le causaban ya tanto terror, al presente que ?l sab?a m?s claramente del modo que pensaba su amo. "Pero sin embargo, se dec?a, si la noticia de esta gran conversi?n se esparce por aqu?, mientras nosotros permanecemos todav?a, ?qui?n sabe c?mo lo tomar?n esas gentes? ?Qui?n es capaz de saber lo que podr? resultar? ?Y si llegasen ? imaginar que yo he venido ? hacer el misionero? ?Pobre de m?, me martirizar?an!" El aire feroz del Inc?gnito no le inspiraba inquietud alguna. "Para tener ? raya ? aquellas fachas, dec?a, no hay necesidad de otra cosa m?s que el continente de ?ste, bien lo comprendo; ?pero por qu? es preciso que yo me encuentre siempre mezclado entre toda esta clase de gente?".
Mas basta ya de hablar acerca del miedo de D. Abundio. Llegaron al t?rmino de la pendiente, y finalmente salieron tambi?n del valle. La frente del Inc?gnito se fu? serenando. D. Abundio mismo tom? un aire m?s natural; sac? la cabeza de entre sus hombros, en donde hasta entonces la hab?a tenido como aprisionada; alarg? los brazos y las piernas; se coloc? mejor sobre la silla, lo cual le daba otro continente; respir? m?s ? su placer y, con el ?nimo m?s reposado, se puso ? considerar otros peligros lejanos. "?Qu? dir? ese imb?cil de D. Rodrigo? ?Quedar de este modo con un palmo de narices, con la p?rdida de sus esperanzas, y hecho el escarnio de todos! ?Considerad si la p?ldora le parecer? amarga! Ahora es cuando se dar? de veras al diablo. Lo ?nico que al presente falta es que venga ? emprenderla conmigo, s?lo por haberme hallado metido en este desagradable asunto. Si ?l ha tenido antes de ahora valor de enviarme dos demonios con el objeto de amenazarme en medio de mi camino, ?qu? har? en la actualidad? Con su se?or?a ilustr?sima no la podr? armar, porque es un pedazo mucho mayor que ?l, y se ver? precisado ? tascar el freno. Entretanto tendr? el veneno en el cuerpo, y querr? descargarlo sobre alguno. ?Sab?is c?mo se concluyen estos negocios? Los golpes siempre se dirigen bajos, y los andrajos al aire. Su se?or?a ilustr?sima se ocupar?, como es justo, de poner ? Luc?a en un lugar seguro; ese otro pobre diablo, mala cabeza, est? fuera de tiro, y ha pasado ya la suya; de modo que el andrajo he llegado ? ser yo. Despu?s de tantas incomodidades, despu?s de tantas agitaciones, ?no ser?a una cosa bien cruel el que sin comerlo ni beberlo debiese pagar la pena? ?Qu? har? ahora su se?or?a ilustr?sima para defenderme, despu?s de haberme metido en danza? ?Podr? impedir acaso el que ese hombre malvado no me juegue una tostada peor que la primera? ?Y despu?s tiene tantas cosas en su cabeza! ?Est? tan abrumado de negocios! ?C?mo podr? atenderme? ?ste es el motivo por el cual algunas veces las cosas quedan m?s embrolladas que antes. Los que hacen el bien lo hacen en todo: cuando han experimentado esta satisfacci?n, tienen bastante, y no quieren incomodarse ? esperar todas sus consecuencias; pero los que tienen el gusto de hacer el mal ponen en ello m?s diligencia, lo siguen hasta el fin; no descansan un momento porque ellos tienen un c?ncer que los devora. ?Ir? yo ? decir que he venido por orden expresa de su se?or?a ilustr?sima y no por mi propia voluntad? Parecer?a que quisiera formar partido con la maldad. ?Oh, Dios m?o! ?Yo formar partido con la maldad; por las distracciones que me proporciona! ?Vamos! Lo mejor ser? referir ? Perpetua la cosa como es en s?, y dej?rsela publicar ? su gusto. Con tal que ? monse?or no le vengan deseos de hacer alguna cosa que llame la atenci?n, alguna escena in?til y meterme tambi?n en ella. ? buena cuenta, apenas lleguemos, si ha salido de la iglesia ir? ? presentarle corriendo mis respetos, y si no dejo mis excusas, y me dirijo pian pianito ? mi casa. Luc?a est? bien protegida; ninguna necesidad tiene de m?; y despu?s de tantas incomodidades, bien puedo yo tambi?n pretender el ir ? descansar. Y luego... ?si monse?or tiene la curiosidad de saber toda la historia, y me es preciso darle cuenta del negocio del casamiento! ?Es lo ?nico que faltaba! ?Y si va igualmente ? visitar mi parroquia!... ?Oh!, suceda lo que Dios quiera: no quiero confundirme antes de tiempo; bastantes cuidados pesan sobre m?. Por el momento voy ? encerrarme en mi casa. Hasta que monse?or salga de este territorio, D. Rodrigo no tendr? deseos de hacer locuras, y despu?s... ?y despu?s? ?Ah!, ?demasiado veo que pasar? mal mis ?ltimos a?os!"
La comitiva lleg? antes de concluirse los divinos oficios: atraves? por entre aquella inmensa muchedumbre, no menos conmovida que la primera vez, y luego se dividi?. Los dos jinetes dieron la vuelta hacia una plazoleta, en cuyo fondo se encontraba la casa del p?rroco; la litera sigui? adelante con direcci?n ? la de la dama.
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