bell notificationshomepageloginedit profileclubsdmBox

Read this ebook for free! No credit card needed, absolutely nothing to pay.

Words: 75425 in 16 pages

This is an ebook sharing website. You can read the uploaded ebooks for free here. No credit cards needed, nothing to pay. If you want to own a digital copy of the ebook, or want to read offline with your favorite ebook-reader, then you can choose to buy and download the ebook.

10% popularity   0 Reactions

ann y Dorotea. No; una arena negra, impalpable y abundante, que se anida presurosa en los pliegues de nuestras ropas, en el cabello y que esp?a el instante en que el p?rpado se levanta para entrar en son de guerra a irritar la pupila. All? se duerme. El comedor es un largo sal?n, inmenso, con una sola mesa, cubierta con un mantel indescriptible. Si el perd?n penetrara en mi alma, comparar?a eso mantel con un mapa mal pintado, en el que los colores se hubieran confundido en tintas opacas y confusas; pero, como no puedo, no quiero perdonar, dir? la verdad: las manchas de vino, de un rojo p?lido, alternan con los rastros de las salsas; las placas de aceite suceden a los vestigios grasosos... Basta. Sobre esa mesa se coloca un gran n?mero de platos: carne salada en diversas formas, carne a la llanera, cocido y pl?tanos, pl?tanos fritos, pl?tanos asados, cocidos, en rebanadas, rellenos, en sopa, en guiso y en dulce. Luego que todos esos elementos est?n sobre la mesa, se espera religiosamente a que se enfr?en, y cuando todo se ha puesto al diapas?n termom?trico de la atm?sfera, se toca una campana y todo el mundo toma asiento. As? se come.

Pas?bamos el d?a entero en el muelle, presenciando un espect?culo que no cansa, produciendo la punzante impresi?n de los combates de toros. El puerto de la Guayra no es un puerto, ni cosa que se le parezca; es una rada abierta, batida furiosamente por las olas, que al llegar a los bajos fondos de la costa, adquieren una impetuosidad y violencia incre?bles. Hay d?as, muy frecuentes, en que todo el tr?fico mar?timo se interrumpe, porque no es materialmente posible embarcarse. Por lo regular, el embarco no se hace nunca sin peligro. En vano se han construido extensos tajamares: la ola toma la direcci?n que se le deja libre y avanza irresistible. ?Ay de aquel bote o canoa que al entrar o salir al espacio comprendido entre el muelle y la muralla de piedra, es alcanzado por una ola que revienta bajo ?l! Nunca me ha sido dado observar mejor esos curiosos movimientos del agua, que parecen dirigidos por un esp?ritu consciente y libre. Qu? fuerzas forman, impulsan, gu?an la onda, es a?n cuesti?n ardua; pero aquel avance mec?nico de esa faja l?quida que viene rodando en la llanura y que, al sentir la proximidad de la arena, gira sobre s? misma como un cilindro alrededor de un eje, es un fen?meno admirable. Al reventar, un mar de espuma se desprende de su c?spide y cae bullicioso y revuelto como el caudal de una catarata. Si en ese momento una embarcaci?n flota sobre la ola, es irremisiblemente sumergida. As?, durante d?as enteros, hemos presenciado el cuadro conmovedor de aquellos robustos pescadores, volviendo de su tarea ennoblecida por el peligro y zozobrando al tocar la orilla. Saltan al mar as? que comprenden la inmensidad de la cat?strofe y nadan con vigor a pisar tierra, huyendo de los tiburones y tintoreras que abundan en esas costas. El embarco de pasajeros es m?s terrible a?n; hay que esperar el momento preciso, cuando, despu?s de una serie de olas formidables, aquellos que desde la altura del muelle dominan el mar, anuncian el instante de reposo y con gritos de aliento impulsan al que trata de zarpar. ?Qu? emoci?n cuando los vigorosos marineros, tendidos como un arco sobre el remo, huyen delante de la ola que los persigue bramando! ?Es in?til; llega, los envuelve, levanta el bote en alto, lo sacude fren?tica, lo tumba y pasa rugiente a estrellarse impotente contra las pe?as!

Consigno un recuerdo al lindo pueblo de Macuto, situado a un cuarto de hora de la Guayra, perdido entre ?rboles colosales, adormecido al rumor de un arroyo cristalino que baja de la monta?a inmediata. Es un sitio de recreo, donde las familias de Caracas van a tomar ba?os, pero no tiene m?s atractivo que su belleza natural. El lujo de las moradas de campa?a, tan com?n en Buenos Aires, Lima y Santiago, no ha entrado a?n en Venezuela ni en Colombia. Siempre que nos encontramos con estas deficiencias del progreso material, es un deber traer a la memoria, no s?lo las dificultades que ofrece la naturaleza, sino tambi?n la terrible historia de esos pueblos desgraciados, presa hasta hace poco de sangrientas e interminables guerras civiles.

Al d?a siguiente, por fin, procedimos al embarco. Cuesti?n seria; una de las lanchas que nos preced?an y que, como la nuestra, espiaba el instante propicio para echarse afuera, no quiso o?r los gritos del muelle ?viene agua!, e intentando salir, fue tomada por una ola que la arroj? con violencia contra los pilotes. La lancha resisti? felizmente; pero iban se?oras y ni?os dentro, cuyos gritos de terror me llegaron al alma.--,--me dijo uno de mis marineros, negro viejo que no hac?a nada, mientras sus compa?eros se encorvaban sobre el remo. Sonr?o hoy al recordar la c?lera pueril que me caus? esa observaci?n, y creo que me propas? en la manera de manifest?rsela al pobre negro. Fuimos m?s felices que nuestros precursores y llegamos con felicidad a bordo del vapor en que deb?amos continuar la peregrinaci?n a los lejanos pueblos cuyas costas ba?a el mar Caribe.

A la ma?ana siguiente de la salida de la Guayra, llegamos a Puerto Cabello, cuya rada me hizo suspirar de envidia. El mar forma all? una profunda ensenada, que se prolonga muy adentro en la tierra y los buques de mayor calado atracan a sus orillas. Hay una comodidad inmensa para el comercio, y ese puerto est? destinado, no s?lo a engrandecer a Valencia, la ciudad interior a que corresponde, como la Guayra a Caracas y el Callao a Lima, sino que por la fuerza de las cosas se convertir? en breve en el principal emporio de la riqueza venezolana. Las cantidades de caf? y cacao que se exportan por Puerto Cabello, son ya inmensas, y una vez que el cultivo se difunda en el estado de Carabobo y lim?trofes, su importancia crecer? notablemente.

Frente al puerto, se levanta la maciza fortaleza, el cuadril?tero de piedra que ha desempe?ado un papel tan importante en la historia de la colonia, en la lucha de la independencia y en todas las guerras civiles que se han sucedido desde entonces. En sus b?vedas, como en las de la Guayra, han pasado largos a?os muchos hombres generosos, actores principales en el drama de la Revoluci?n. De all? sali?, viejo, enfermo, quebrado, el famoso general Miranda, aquel curioso tipo hist?rico que vemos brillar en la corte de Catalina II, sensible a su gallarda apostura y que lo recomienda a su partida a todas las cortes de Europa; que encontramos ligado con los principales hombres de Estado del continente, que acepta con j?bilo los principios de 1789, ofrece su espada a la Francia, manda la derecha del ej?rcito de Dumouriez en la funesta jornada de Neerwinde, cuyo resultado es la p?rdida de la B?lgica y el desamparo de las fronteras del Norte; que volvemos a encontrar en el banco de los acusados, frente a aquel terrible tribunal donde acusa Fouquier-Tinville y que acaba de voltear las cabezas de Custine y de Houdard, el vencedor de Hoschoote. Con una maravillosa presencia de esp?ritu, Miranda logra ser absuelto por medio de un sistema de defensa original, consistente en formar de cada cargo un proceso separado y no pasar a uno nuevo antes de destruir por completo la importancia del anterior en el ?nimo de los jueces. Salvado, Miranda se alej? de Francia, pero lleno ya de la idea de la Independencia Americana. Hasta 1810, se acerca a todos los gobiernos que las oscilaciones de la pol?tica europea ponen en pugna con la Espa?a. Los Estados Unidos lo alientan, pero su concurso se limita a promesas. La Inglaterra lo acoge un d?a con calor, despu?s de la paz de B?le, lo trata con indiferencia despu?s de la de Amiens, le escucha a su ruptura, y el incansable Miranda persigue con admirable perseverancia su obra. Arma dos o tres expediciones en las Antillas contra Venezuela, sin resultado, y por fin, cuando Caracas lanza el grito de independencia, vuela a su patria, es recibido en triunfo y se pone al frente del ej?rcito patriota. Nunca fue Miranda un militar afortunado; debilitadas sus facultades por los a?os, amargado por rencillas internas, su papel como general en esta lucha es deplorable, y vencido, abandonado, cae prisionero de los espa?oles, que lo encierran en Puerto Cabello, de donde se le saca para ser trasladado a Espa?a, entregado por Bol?var. Esta es una de las negras p?ginas del Libertador, a mi juicio, que nunca debi? olvidar los servicios y las desgracias de ese hombre abnegado. Miranda muri? prisionero en la Carraca, frente a C?diz, y todos los esfuerzos que ha hecho el gobierno de Venezuela para encontrar sus restos y darles un hogar eterno en el pante?n patrio, han sido in?tiles...

Pero mientras se me ha ido la pluma hablando de Miranda, el buque avanza, y al fin, dos d?as despu?s de haber dejado Puerto Cabello, notamos que las aguas del mar, verdes y cristalinas en el Caribe, han tomado un tinte opaco, m?s terroso a?n que el de las del Plata. Es que cruzamos frente a la desembocadura del Magdalena, que viene arrastrando arenas, troncos, hojas, detritus de toda especie, durante centenares de leguas y que se precipita al Oc?ano con vehemencia. Henos al fin en el peque?o desembarcadero de Salgar, donde debemos tomar tierra. No hay m?s que cuatro o seis casas, entro ellas la estaci?n del ferrocarril que debe conducirnos a Barranquilla. Se me anuncia que el vapor Victoria debe salir para Honda, en el alto Magdalena, dentro de una hora, y s?lo entonces comprendo las graves consecuencias que va a tener para mi el retardo del Saint-Simon, al que ya debo los atroces d?as de la Guayra. Todo el mundo nos recibe bien en Salgar y el himno de gratitud a la tierra colombiana empieza en mi alma.

El r?o Magdalena.

De Salgar a Barranquilla.--La vegetaci?n.--El manzanillo.--Cabras y yanquis.--La fiebre.--Barranquilla.--La "brisa".--La atm?sfera enervante.--El fatal retardo.--Preparativos.--El r?o Magdalena.--Su navegaci?n.--Regaderos y chorros.--Los "champanes".--C?mo se navegaba, en el pasado.--El "Antioqu?a".--"Jupiter dementat..."--Los vapores del Magdalena.--La voluntad.--C?mo se come y c?mo se bebe.--Los bogas del Magdalena.--Samarios y Cartageneros.--El embarque de la le?a.--El "burro".--Las costas desiertas.--Mompox.--Magang?.--Colombia y el Plata.

Un ferrocarril de corta extensi?n une a Salgar con Barranquilla. Es de trocha angosta y su s?lo aspecto me trae a la memoria aquella nuestra l?nea argentina que, partiendo de C?rdoba, va buscando las entra?as de la Am?rica Meridional, que dentro de poco estar? en Bolivia y en la que, viejos, hemos de llegar hasta el Per?.

El breve trayecto de Salgar a Barranquilla es pintoresco, no s?lo por los espect?culos inesperados que presenta el mar que penetra audazmente al interior formando lagunas cuya poca profundidad no las hace ben?ficas para el comercio, sino tambi?n por la naturaleza de la flora de aquellas regiones. A ambos lados de la v?a se extienden bosques de ?rboles vigorosos, cuyo desenvolvimiento mayor veremos m?s tarde en las maravillosas riberas del Magdalena. Pero la especie que m?s abunda es el manzanillo, que la naturaleza, pr?diga en cari?os supremos para todo lo que se agita bajo la vida animal, ha plantado al borde de los mares, colocando as? el ant?doto junto al veneno. El manzanillo es aquel mismo ?rbol de la India cuya influencia mortal es el tema de m?s de una leyenda po?tica de Oriente. Su m?s popular reflejo en el mundo europeo es el disparatado poema de Scribe, que Meyerbeer ha fijado para siempre en la memoria de los hombres, adorn?ndolo con el lujo de su inspiraci?n poderosa. Debo decir desde luego que, desde el momento que pis? estas tierras queridas del sol, el ?frica suena en mis o?dos a todo momento, sea en las quejas da Selica al pie de los ?rboles matadores, sea en sus cantos adormecedores, sea en el cuadro opulento de aquel indost?n sagrado donde el sol abrillanta la tierra.

Es un hecho positivo que el manzanillo tiene propiedades fatales para el hombre. Sus frutas atraen por su perfume exquisito, sus flores embalsaman la atm?sfera, y su sombra, fresca y arom?tica, invita al reposo, como las sirenas fascinaban a los vagabundos de la Odisea. Los animales, especialmente las cabras, resisten rara vez a esa dulce y enervante atracci?n, se acogen al suave cari?o de sus hojas tupidas y comen del fruto embalsamado. All? se adormecen, y cuando, al despertar, sienten venir la muerte en los primeros efectos del t?sigo, re?nen sus fuerzas, se arrastran hasta la orilla del mar y absorben con avidez las ondas saladas que les devuelven la vida. Se conserva el recuerdo de unos j?venes norteamericanos que, ech?ndose el fusil al hombro, resolvieron hacer a pie el camino de Salgar a Barranquilla. El sol quema en esos parajes y el manzanillo incita con su sombra voluptuosa, cargada de perfumes. Los j?venes yanquis se acogieron a ella, unos por ignorancia de sus efectos funestos, otros porque, en su calidad de hombres positivos, cre?an puramente legendaria la reputaci?n del ?rbol. No s?lo durmieron a su sombra, sino que aspiraron sus flores y comieron sus frutos prematuros. Llegaron a Barranquilla completamente envenenados, y si bien lograron salvar la vida, no fue sin quedar sujetos por mucho tiempo a fiebres intermitentes tenac?simas.


Free books android app tbrJar TBR JAR Read Free books online gutenberg


Load Full (0)

Login to follow story

More posts by @FreeBooks

0 Comments

Sorted by latest first Latest Oldest Best

 

Back to top