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Words: 38240 in 12 pages
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: Obras escogidas by B Cquer Gustavo Adolfo Lvarez Quintero Joaqu N Author Of Introduction Etc Lvarez Quintero Seraf N Author Of Introduction Etc - Spanish literature 19th century
rriquillo que conduce la le?a y saltando de una piedra en otra de las que costean el camino. As? andan las leguas, tal vez en ayunas, pero siempre riendo, siempre cantando, siempre de humor para cambiar una cuchufleta con sus compa?eros de viaje. Y no hay miedo de que su cabeza vacile al atravesar un sitio peligroso, ? su ligero paso se acorte al llegar ? lo ?ltimo de la penosa jornada; su vista tiene algo de la fijeza ? intensidad de la del ?guila, acaso porque como ella se ha acostumbrado ? medir indiferente los abismos; sus miembros, endurecidos con la costumbre del trabajo, soportan las fatigas m?s rudas sin que el cansancio los entorpezca un instante.
S?lo de este modo les es posible vivir en medio de la miseria que las agobia. Cuando la noche es m?s oscura; cuando la nieve borra hasta las lindes de los senderos; cuando supone que los guardas de los montes del Estado no se atrever?n ? aventurarse por aquellas brechas profundas y aquellos bosques de ?rboles intrincados y sombr?os, entonces la a?onera, desafiando todos los peligros, adivinando las sendas, sufriendo el temporal, escuchando por uno y otro lado los aullidos de los lobos, sale furtivamente de su lugar. M?s bien que baja, puede decirse que se descuelga de roca en roca hasta el ?ltimo valle que lo separa del Moncayo; armada del hacha penetra en el laberinto de carrascas oscuras, ? cuyo pie nacen espinos y zarzas en mont?n, y descargando rudos golpes con una fuerza y una agilidad inconcebibles, hace su acopio de le?a, que despu?s oculta para conducirla poco ? poco, primero ? su casa y m?s tarde ? Tarazona, donde recibe por su trabajo material, por los peligros que afronta y las fatigas que sufre, seis ? siete reales ? lo sumo. Francamente hablando, hay en este mundo desigualdades que asustan.
?Qui?n puede sospechar que ? la misma hora en que nuestras grandes damas de la corte se agrupan en el peristilo del teatro Real, envueltas en sus calientes y vistosos albornoces, y esperan el carruaje que ha de conducirlas sobre blandos almohadones de seda ? su palacio, otras mujeres, hermosas quiz?s como ellas, como ellas d?biles al nacer, sacuden de cuando en cuando la cabeza de un lado ? otro para desparcir la nieve que se les amontona encima, en tanto que rodeadas de oscuridad profunda, de peligros y de sobresaltos, hacen resonar el bosque con el crujido de los troncos que caen derribados ? los golpes del hacha?
Grandes, inmensas desigualdades existen, no cabe duda; pero tambi?n es cierto que todas tienen su compensaci?n. Yo he visto levantarse agitado y dejar escapar un comprimido sollozo ? m?s de un pecho cubierto de leve gasa y seda; yo he visto m?s de una altiva frente inclinarse triste y sin color como agobiada bajo el peso de su espl?ndida diadema de pedrer?a; en cambio, hoy como ayer, sigue despert?ndome el alegre canto de las a?oneras que pasan por delante de las puertas del monasterio para dirigirse ? Tarazona; ma?ana como hoy, si salgo al camino ? voy ? buscarlas al mercado, las encontrar? riendo y en continua broma, felices con sus seis reales, satisfechas, porque llevar?n un pan negro ? su familia, ufanas con la satisfacci?n de que ? ellas se deben la burda saya que visten y el bocado de pan que comen.
Dios, aunque invisible, tiene siempre una mano tendida para levantar por un extremo la carga que abruma al pobre. Si no, ?qui?n subir?a la ?spera cumbre de la vida con el pesado fardo de la miseria al hombro?
CARTA SEXTA
Queridos amigos: Har? cosa de dos ? tres a?os, tal vez leer?an ustedes en los peri?dicos de Zaragoza la relaci?n de un crimen que tuvo lugar en uno de los pueblecillos de estos contornos. Trat?base del asesinato de una pobre vieja ? quien sus convecinos acusaban de bruja. ?ltimamente, y por una coincidencia extra?a, he tenido ocasi?n de conocer los detalles y la historia circunstanciada de un hecho que se comprende apenas en mitad de un siglo tan despreocupado como el nuestro.
Ya estaba para acabar el d?a. El cielo, que desde el amanecer se mantuvo cubierto y nebuloso, comenzaba ? oscurecerse ? medida que el sol, que antes transparentaba su luz ? trav?s de las nieblas, iba debilit?ndose, cuando, con la esperanza de ver su famoso castillo como t?rmino y remate de mi art?stica expedici?n, dej? ? Litago para encaminarme ? Trasmoz, pueblo del que me separaba una distancia de tres cuartos de hora por el camino m?s corto. Como de costumbre, y exponi?ndome, ? trueque de examinar ? mi gusto los parajes m?s ?speros y accidentados, ? las fatigas y la incomodidad de perder el camino por entre aquellas zarzas y pe?ascales, tom? el m?s dif?cil, el m?s dudoso y m?s largo, y lo perd? en efecto, ? pesar de las minuciosas instrucciones de que me pertrech? ? la salida del lugar.
Ya enzarzado en lo m?s espeso y fragoso del monte, llevando del diestro la caballer?a por entre sendas casi impracticables, ora por las cumbres para descubrir la salida del laberinto, ora por las honduras con la idea de cortar terreno, anduve vagando al azar un buen espacio de tarde hasta que, por ?ltimo, en el fondo de una cortadura tropec? con un pastor, el cual abrevaba su ganado en el riachuelo que, despu?s de deslizarse sobre un cauce de piedras de mil colores, salta y se retuerce all? con un ruido particular que se oye ? gran distancia, en medio del profundo silencio de la naturaleza que en aquel punto y ? aquella hora parece muda ? dormida.
--Porque antes de terminar la senda--me dijo con el tono m?s natural del mundo--tendr?ais que costear el precipicio ? que cay? la maldita bruja que le da su nombre, y en el cual se cuenta que anda penando el alma que, despu?s de dejar el cuerpo, ni Dios ni el diablo han querido para suya.
--?Hola!--exclam? entonces como sorprendido, aunque, ? decir verdad, ya me esperaba una contestaci?n de esta ? parecida clase.--Y ?en qu? diantres se entretiene el alma de esa pobre vieja por estos andurriales?
--En acosar y perseguir ? los infelices pastores que se arriesgan por esa parte de monte, ya haciendo ruido entre las matas, como si fuese un lobo, ya dando quejidos lastimeros como de criatura, ? acurruc?ndose en las quiebras de las rocas que est?n en el fondo del precipicio, desde donde llama con su mano amarilla y seca ? los que van por el borde, les clava la mirada de sus ojos de buho, y cuando el v?rtigo comienza ? desvanecer su cabeza, da un gran salto, se les agarra ? los pies y pugna hasta despe?arlos en la sima... ?Ah, maldita bruja!--exclam? despu?s de un momento el pastor tendiendo el pu?o crispado hacia las rocas, como amenaz?ndola;--?ah! maldita bruja, muchas hiciste en vida, y ni aun muerta hemos logrado que nos dejes en paz; pero, no haya cuidado, que ? ti y ? tu endiablada raza de hechiceras os hemos de aplastar una ? una, como ? v?boras.
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